Los escritores del mundo, que a veces somos llamados por nuestros países, regiones o culturas, e incluso por nuestra propia e irrefrenable vanidad, a convertirnos en profetas y analistas políticos, enfrentamos una situación inédita, en el marco de una polarización religiosa y cultural irreconciliable. En el área islámica se habla de Satán, infieles, fatwas, se suicidan fanáticos en actos terroristas y se suele degollar a los aliados del Eje judeo-cristiano. En Estados Unidos se promueven guerras
apocalípticas en Oriente Medio y Asia. El puritanismo protestante estadounidense contra el puritanismo islámico: Jesús contra Mahoma. Hace décadas vivíamos aún en el reino de la lucha de clases; ahora regresamos al orbe de las guerras santas.
Durante la segunda parte del siglo XX, en la guerra fría, el mundo bipolar facilitaba las cosas: a un lado el totalitarismo soviético e imperial de inspiración marxista-leninista buscaba ampliar su influencia y debilitar la de su enemigo y en el otro campo el capitalismo occidental, de estirpe liberal o conservadora, liderado por Estados Unidos y los países europeos trataba a su vez de expandirse e impedir el surgimiento de nuevos satélites comunistas, en especial después del sorpresivo paso de Cuba al estatuto de colonia de la esfera soviética.
Antes, en la primera mitad del siglo XX, además de la persecución totalitaria estalinista, cuyo gulag famoso fue denunciado por Soljenitzin, los escritores fueron víctimas de la persecución efectuada por los nazis, los fascistas mussolinianos y la terrible dictadura franquista. Miles de intelectuales y artistas judíos huyeron por el mundo o fueron simplemente eliminados en los campos de concentración del régimen hitleriano.
En España miles de luchadores por la República y la democracia, hombres generosos y buenos, fueron fusilados por los escuadrones del dictador Francisco Franco y sus esbirros y entre ellos el más legendario, el poeta Federico García Lorca, iluminó e ilumina todavía a varias generaciones como víctima inocente que fue de una dictadura de ultraderecha que se reclamaba de un catolicismo integrista. García Lorca es el ejemplo del artista puro y sensible que muere entre la ruleta compresora de las ideologías de derecha o de izquierda.
A su lado brilla también esa otra gran figura del pueblo judío siempre perseguido, Walter Benjamin, intelectual bueno y riguroso, frágil, que huía del apocalipsis instaurado por Hitler y se suicidaba sin esperanzas en un cuarto de hotel en la frontera entre Francia y España. Son apenas dos nombres de escritores modernos víctimas de la barbarie y sus rostros, sus obras, sus actitudes vitales nos deben iluminar ahora al abordar la escalada de violencia fanática que cubre el mundo con su sombra de atentados suicidas y el silbido de los misiles y los bombardeos. ¿Por qué razón? Porque a diferencia de otros escritores ellos tuvieron una vision mesurada, humana y vivieron a fondo e intensamente, en el caso de García Lorca, su vida poética y en el segundo, el rigor de la investigacion y de la reflexión, antes que dejarse obnubilar por los fanatismos de las ideologías.
Otros escritores del siglo XX cayeron en la trampa al tomar muy rápido un partido y usar la palabra en el combate hasta el límite de la intolerancia. Tal fue el caso famoso de Luis Ferdinand-Céline, Drieu la Rochelle y Robert Brasillach en Francia, al jugar con el fuego, incitar a la guerra, defender la «solución final» hitleriana en contra de los judíos y tomar partido por la masacre. En el otro bando también muchos escritores se fanatizaron y creyeron ingenuamente en la bondad del padre de los pueblos y cerraron los ojos a todos los horrores del gulag, denunciado por los escritores disidentes soviéticos y cuyas voces sólo comenzaron a ser escuchadas mucho tiempo después.
Durante mucho tiempo los intelectuales que optaron abiertamente por defender las conquistas de la Revolución francesa, la democracia, la libertad de pensamiento, y que advirtieron sobre los peligros de esos regímenes totalitarios, fueron estigmatizados en ciertas universidades, en medios y en centros de poder intelectual no sólo en países del llamado Tercer mundo, sino entre la intelligentsia de países como Francia, donde durante mucho tiempo la lucha antitotalitaria de algunos escritores, como Albert Camus, fue atacada por blanda. En muchas partes fue una lucha verbal que se pagaba a veces con el ostracismo. En otras partes, sobre todo al interior algunos movimientos revolucionarios del Tercer Mundo, las medidas fueron mas drásticas y se pagaron con la eliminación física.
Por el contacto con la palabra y la cultura, hemos dicho que los escritores somos llamados en el mundo a convertirnos de manera peligrosa en profetas y a tomar posiciones políticas en conflictos donde las armas y el poder económico están en manos de fuerzas que desconocemos y nos sobrepasan. Es una tradición recurrente en el mundo moderno, desde los tiempos del Renacimiento y en especial en el siglo XIX, cuando comenzaron a establecerse los nuevos mapas geopolíticos del mundo.
En la Revolucion Francesa la guillotina contribuyó a la baja demográfica de escritores, fuesen ellos del bando de los diferentes episodios sucesivos y sanguinarios de la Revolución o del bando del Antiguo Régimen. En ese siglo de levantamientos y de ebullición de ideas libertarias, casi todos los grandes intelectuales tuvieron que tomar partido en un momento dado y en no pocas ocasiones, como Stendhal en el siglo XIX y Ernest Junger en el XX, vistieron el uniforme y participaron en batallas. En un momento dado, como fue el caso de Byron, la participación en combates lejanos fue una forma de consagración romántica. Los escritores rusos fueron ejemplares en ese campo y pasaron de la conspiración a las heladas cárceles siberianas y luego a la leyenda.
En América Latina, desde siempre, los letrados y los clérigos estuvieron involucrados en esas batallas y algunos como José Martí terminaron convertidos en banderas, en mitos, en leyendas santificadas de una lucha mesiánica o de largas dictaduras.
En muchas ocasiones en el mundo de la modernidad los escritores tomaron posiciones «comprometidas» y al comprometerse con las armas las dirigieron por desgracia en muchas ocasiones contra los colegas situados en el otro bando, que es siempre el del mal, segun del lado desde donde se le mire.
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