Desde hace muchos años, décadas tal vez, no se veían en los Campos Elíseos de París imágenes de violencia como las ocurridas este sábado durante las manifestaciones del movimiento de Los chalecos amarillos, que recuerdan a la Comuna de París de 1871, cuando la población bloqueó las calles y los barrios de la ciudad con barricadas y mantuvo en jaque al poder durante varias semanas antes de ser aplastado sangrientamente por el gobierno. El líder de la Tercera República Adolphe Thiers fue implacable con los rebeldes, que fueron fusilados por miles en los paredones de aquel tiempo o desterrados o encarcelados en las mazmorras de ultramar.
También Los chalecos amarillos recuerda al movimiento estudiantil y obrero de mayo de 1968 que hizo tambalear al gobierno del general Charles de Gaulle y logró paralizar al país durante un mes de disturbios, bloqueos de calles y tomas de edificios gubernamentales, fábricas y universidades y que al final, pese a ser derrotado, hizo cambiar y modernizar a Francia. El gran caudillo que había sido idolatrado por lograr poner fin desde Londres a la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, fue finalmente vencido en un referéndum y tuvo que irse ya anciano y humillado a esperar la muerte en su casa de Colombey les deux Eglises.
Todos esos movimientos rebeldes se inspiraban en la lejana Revolución Francesa iniciada en 1789 y que terminó con la decapitación del rey Luis XVI y el fin de la monarquía. Aunque la propia revolución terminó imponiendo al poderoso Emperador Napoleón Bonaparte y a que en el siglo XIX hubo varias restauraciones monárquicas, el Antiguo Régimen, las aristocracias y la nobleza desparecieron para siempre y fueron reemplazados por la próspera burguesía que derrotó en sangre a la Comuna y a Mayo del 68.
Esta tierra francesa ha sido desde hace dos siglos y medio la inspiradora mundial de muchas rebeliones, entre las que se incluyen la lucha por los derechos humanos, el fin de la esclavitud y el movimiento feminista que ha ido imponiéndose poco a poco y en la actualidad logra una fuerza fenomenal e inédita para empezar a derribar al patriarcado y el dominio machista y falocrático en muchas regiones del mundo.
Con frecuencia se han dado en Francia otros movimientos radicales como las diversas rebeliones de carácter ecológico en contra del la construcción de aeropuertos o la difusión de cultivos genéticamente modificados, a los que se agrega la lucha de los camioneros exasperados por los peajes o de los campesinos asfixiados y molestos por su dificultad para lograr buenos precios para sus productos. Hace unos años un movimiento popular parecido a los Chalecos amarillos surgió en varias regiones de provincia con el nombre de los Gorros rojos, que recordaron a los bonetes frigios de la Revolución francesa.
Esta vez la chispa que ha encendido la pradera es la imposición de un impuesto al combustible reclamado por los movimientos ecologistas que se preocupan por la contaminación del planeta y el cambio climático. Lo que en principio era una medida punitiva para el uso del combustible más barato, terminó por enfurecer a los habitantes del campo y las provincias que necesitan circular en vehículos para llegar a sus trabajos o hacer las vueltas cotidianas. La inmensa mayoría de la población francesa vive con el salario mínimo, por lo que estos nuevos impuestos reducen aun más su precario poder adquisitivo.
Se desencadenó así una ola antiparisina por todo el país, que expresa la decepción de los franceses por la actitud arrogante del joven presidente actual Emanuel Macron y su equipo de tecnócratas graduados en las principales escuelas de la élite gubernamental, y que componen la llamada Monarquía republicana. Durante la Quinta República iniciada en 1958 los tecnócratas educados en la Escuela Normal Superior, la Escuela Politécnica y la Escuela Nacional de Administración conforman una nueva aristocracia cerrada que acapara todos los principales cargos en ministerios, empresas e instituciones. Elegantes, distinguidos, perfumados, cultos, inteligentes y arrogantes como el propio presidente Macron, los también llamados Enarcas aplican políticas que poco tienen en cuenta a los desclasados de las provincias y el campo. Terminados hace ya tiempo los años de prosperidad y pleno empleo, estos sectores humildes del campo y al provincia se sienten aplastados por el centralismo parisino.
Macron ha emprendido e impuesto con arrogancia reformas radicales que tal vez sean necesarias, pero al final, en su segundo ano de gobierno, terminó por exasperar a los ciudadanos anónimos desencadenado este movimiento que llegó el sábado a París para incendiar los Campos Elíseos y tratar de acercarse al Palacio del Elíseo.
Aunque en principio el movimiento se quería pacífico, al parecer la presencia de grupos de choque de extrema derecha y activistas de diversos orígenes no controlados logró el cometido de chocar con la policía antidisturbios como en los viejos tiempos, lanzando al mundo increíbles imágenes pocas veces vistas en la capital francesa. Desde hace una semana se inició en todo el país este movimiento espontáneo en protesta por el alza de los combustibles, los diversos impuestos y la reducción del poder adquisitivo. Como un incendio se ha propagado en todos los puntos cardinales y ahora logra con las protestas en la famosa avenida el objetivo de hacerse notar.
A diferencia de aquellos viejos movimientos populares que se inscribían por lo regular del lado de la izquierda y eran impulsados por líderes anarquistas, socialistas o comunistas, esta vez la composición del movimiento rebelde que ha bloquedado autopistas, puentes y calles de muchas ciudades rompe las líneas tradicionales de izquierda y derecha. Aunque se disperse o se extinga o sea controlado, el multiforme movimiento de Los chalecos amarillos ha logrado su objetivo y es una grave señal de alarma contra la aristocracia de los jóvenes tecnócratas parisinos de Macron.
Los de abajo, los provincianos y los campesinos están cansados del centralismo parisino, sus palacios dorados y los elegantes funcionarios de la élite. La nobleza tecnocrática del siglo XXI, inspirada en ideas ultraliberales de austeridad para los de abajo y concentración de la riqueza en unos pocos, apretó demasiado la tuerca y despertó al monstruo, a ese Calibán de la gleba que cuando estalla tarda mucho en volver a la calma.
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