Como en una película de Hollywood, las escenas de violencia volvieron a repetirse este sábado 8 de diciembre en los Campos Elíseos de París, ya por cuarta vez, mientras en todas las calles y avenidas aledañas la tensión crecía entre los decididos grupos de activistas enmascarados provenientes de distintas regiones de Francia y los suburbios, por lo regular vestidos de negro, con capuchas y bolsas a la espalda o con los ya famosos chalecos amarillos. Por primera vez en mucho tiempo blindados azules avanzaron por las avenidas cercanas a los lujosos almacenes Galerías Lafayette y otras arterias como Rivoli y Sebastopol.
Pese a que habían sido detenidas ya más de un millar de personas por las autoridades, al caminar por el centro de la ciudad, cerca al Louvre y la Avenida de la Opera, se veía a los agitadores comunicándose con sus celulares, alertas para atacar y enfrentar a la policía antidisturbios. En las lujosas avenidas de Courcelles y Marceau, en la Plaza San Agustin, frente a la Gare Saint Lazare, ardían vehículos y barricadas.
Las escenas cinematográficas incluyen fuego a botes de basura, incendio de enormes tablas de madera desmontadas de los comercios o los bancos donde fueron instalados la víspera en previsión de daños y preparación de barricadas, que son de inmediato destruidas por los blindados marca Hermes. Junto al Hotel del Louvre, donde alguna vez estuvo hospedado Sigmund Freud, se veía a la policía montada sobre caballos que lucían máscaras antigás. Poco después cabalgaban por las calles acercándose a los manifestantes.
En la Avenida Rivoli se observan decenas de vehículos de los Compañía Republicana de Seguridad (CRS) y otros tantos especializados en el transporte de equinos. Entre quienes deambulan veo muchos individuos que tienen la apariencia de los grupos de choque de la extrema derecha, corpulentos, rapados, con chaquetas de cuero y botas militares. Los mismos que han chocado algunas veces cuando las manifestaciones del 1 de mayo del antes llamado Frente Nacional, compuesto por nostálgicos del fascismo.
También se ve a miembros de las temidas bandas de los suburbios del norte de París, que en anteriores manifestaciones han aprovechado el desorden para saquear comercios o quemar automóviles en los barrios ricos del alrededor de los Campos Elíseos. Estos son muchachos de los barrios desfavorecidos, originarios muchos del Maghreb o de Africa y relacionados con los traficantes que controlan el microcomercio de la droga en esas zonas de riesgo a donde hasta la policía teme llegar. Y por supuesto muchos civiles provenientes del campo y las ciudades, de izquierda y derecha, que exasperados por los impuestos, los bajos salarios y la precariedad han llegado a París a arreglar cuentas con la élite gobernante y los capitalinos, a quienes consideran privilegiados.
Imágenes inéditas que más parecen el despliegue para una película de acción hollywoodense y no una realidad que semeja más a una pesadilla que tiene alerta al gobierno, a las élites y a la clase política, pálida ante el extraño monstruo que se ha desencadenado y cuyos agitadores quieren inflame no solo a todo el país sino a Europa toda, a unos meses de las elecciones europeas.
La portada de la prestigiosa revista The Economist habla de "La pesadilla de Macron". Desde Estados Unidos Donald Trump celebra los disturbios del movimiento de los chalecos amarillos en París y se burla del gobierno francés al que acusa de aplicar el ecológico Acuerdo de París sobre el cambio climático, denunciado por él y que considera provocó las protestas por los impuestos a los combustibles.
Estas imágenes son nuevas, inquietantes, aunque no excepcionales. He visto muchas manifestaciones violentas desde hace muchas décadas en esta ciudad. Me acuerdo de una violentísima, convocada a través de la radio por Jean Paul Sartre en protesta contra la ejecución de cinco vascos por órdenes de Francisco Franco en el crepúsculo de su vida y de su gobierno. Los manifestantes atacaron el lujoso restaurante Maxim's y sembraron el caos en las calles cercanas a los Campos Elíseos y el Palacio del Elíseo hasta altas horas de la madrugada. En ese entonces, los grupos de choque eran de diferentes sectas trotskistas, anarquistas o maoístas que se enfrentaban a los jóvenes del movimiento ultraderechista Orden Nuevo.
También de manera cíclica en diferentes momentos de la historia reciente ha habido enfrentamientos en la Plaza de La Nación o de la República, cuando los movimientos sociales, sindicales, estudiantiles, de camioneros o ferroviarios, se han enfrentado a medidas y reformas aplicadas por los diversos gobiernos en materia de jubilaciones, empleo o educación.
También hubo manifestaciones de extrema violencia en varias épocas de los movimientos ecologistas, como en Larzac en la década de los años 70, e incluso hasta hace poco en Bretaña, donde tras lustros de protestas y ocupaciones un movimiento obligó en 2017 a la anulación de la construcción del aeropuerto de Notre Dame de Landes. Hace unos años militantes del movimiento autogestionario Noche de Pie se tomaron durante varios meses la Plaza de la República. En ese sentido Francia siempre ha sido un país en carne viva. Las revoluciones de 1789, 1830, 1848, 1871 y las diversas del siglo XX culminadas con mayo del 68, conforman el largo historial de rebeliones e insumisiones.
La grave crisis que vive Francia en estos momentos y el regocijo que sienten figuras cínicas y tenebrosas como Donald Trump y el dictador turco Erdogan, es un mal augurio. Es aun temprano para avanzar ideas sobre qué tipo de consecuencias políticas traerá en el futuro esta rebelión que para unos es espontánea y para otros puede estar también incitada bajo cuerda por fuerzas oscuras que buscan beneficiarse en río revuelto y tratan de debilitar a Europa en medio de una tenaza mundial de movimientos populistas antidemocráticos y autoritarios. El humo y el fuego en las calles de París y otras ciudades de provincia como Burdeos y Marsella, son anuncios funestos para Europa y el mundo.
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