Antes de que Napoleón Bonaparte tomara Venecia en 1797 y terminara con su larga historia de ciudad estado independiente, la región vivió un siglo XVIII lleno de esplendores, marcado por la actividad artística de figuras como Gianbattista Tiépolo, Canaletto, Antonio Vivaldi o el cantante Farinelli y el florecimiento de la variada actividad artesanal, escultórica y textil de alta calidad que contribuía al adorno de los palacios y viviendas de lujo construidos allí y en varios países europeos.
En la actualidad, cuando se recorre en vaporetto las vías fluviales y marítimas de Venecia, uno se maravilla de tanto esplendor y brillo, pero a la vez trata de imaginar lo que un viajero de aquellas épocas proveniente de países lejanos como América Latina o Asia podía sentir al llegar a ese lugar de sueño y veía la sucesión de sólidos y altos edificios de varios niveles donde vivía la aristocracia y la próspera burguesía comercial en medio del mármol y del oro. Debía ser una impresión tan fuerte como si llegara a una ciudad de sueño surgida de los más extravagantes delirios de un opiómano.
La actual exposición Venecia Deslumbrante, Las artes y Europa en el siglo XVII, presentada en el Grand Palais de París, nos invita a un viaje hacia aquellos tiempos. Al recorrer sus salones uno vuelve a vivir lo que se siente cuando recorre las calles de la también llamada Serenísima, deambula por la plaza de San Marco en medio de artistas callejeros disfrazados al estilo de la época, cruza el Puente del Rialto, se pierde en alguna plazoleta o rincón escondido, explora en el mercado, los teatros o las iglesias y mira las diversas perspectivas bañadas por el oleaje de los canales.
Venecia siempre sorprende, pero en estos tiempos del siglo XXI el visitante se ve asfixiado por el turismo masivo y por la presencia de enormes barcos cruceros que atracan cargados de miles de turistas y que son edificios ambulantes tan grandes como una isla. A eso se agrega la lucha incesante con el agua, que hace poco inundó la plaza de San Marcos y obligó a la evacuación de los hoteles. Son tantos los turistas que en verano es casi imposible caminar y los canales están llenos ya no de góndolas románticas sino de embarcaciones ruidosas con motor, humo y combustible.
La gran Venecia ha sobrevivido todos estos siglos, pero ahora está amenazada, por lo que la exposición es buen motivo para viajar a través de los siglos y palpar por unas horas lo que fue aquella vida de carnavales, procesiones, pestes, enfermedades, guerras, fiestas y ceremonias.
En un salón junto al cuadro del castratti Farinelli realizado en 1734 por Bartolomeo Nazari se escucha la música de la época y el vistante parece estar en algunos de esos salones señoriales donde se reunía la élite. Farinelli nos mira con su rostro algo deforme, enfundado en unos trajes de lujo que muestran su riqueza y prosperidad, apoyado en un piano. La voz de un cantante que lo imita surge entre los cortinajes y nos acerca a la proeza de su trino, contada por los cronistas de su tiempo.
Al entrar a la exposición se ve en enorme retrato pintado por Tiépolo del muy feo Procurador da Mar, quien con su larga cabellera dieciochesca y las lujosas vestimentas rojas que lo cubrían, nos mira como si estuviera a punto de salirse del cuadro. Al lado se ve la maqueta en madera de un palacio Veneciano realizada en al primera década del siglo y al rodearlo puede uno ver el nivel de la arquitectura de su tiempo, e imaginar las amplias escalinatas, habitaciones, paredes y techos cubiertos por frescos y pinturas.
Luego se ven cuadros de Pietroi Longhi, Giovanni Battista Piazzeta, Rosalba Carriera o Antonio Guardi, otros de los artistas notables que reinaron en las florecientes escuelas de arte y que nos muestran la intimidad de las salas de juego donde los tahúres apostaban enmascarados, los burdeles donde viejas celestinas ofrecían doncellas a los hombres, los vistosos espectáculos callejeros o las proezas de un charlatán dentista que muestra a la muchedumbre una muela recién extraída de la boca de una joven aterrorizada.
Pero nada como las vistas y paisajes urbanos de Canaletto, Luca Carlevaijs y Francesco Guardi, que se pusieron de moda en ese siglo y eran adquiridas por ricos visitantes y exportados a las capitales de otros reinos. Estos artistas pintaban con extremo realismo a la ciudad y su vida cotidiana: las fiestas y carnavales de la plaza San Marco, la llegada de embajadores al muelle junto al Palacio del gobernante o la partida de éste en gira por la zona, escenas de mercado, familiares o de calle nos transmiten la vida veneciana en toda su intensidad.
Aunque Venecia vivió una crisis económica en ese siglo, el prestigio de sus artistas llegó a altos niveles y todos los gobernantes europeos rivalizaban para atraerlos a sus capitales. Así Tiépolo murió en Madrid, a donde fue llevado por la realeza española para que decorara sus palacios. Y Canaletto y otros paisajistas viajaron a Londres para realizar paisajes de la vida londinense de ese siglo. Otros fueron contratados por príncipes de Austria o de Baviera y otros estados germánicos.
Durante siglos las diferentes organizaciones o cofradías de la República de Venecia elegían mediante un proceso complejo a un Dogue para que gobernara la ciudad durante periodos precisos y ese sistema funcionó hasta la elección del último, Ludovico Manin, en 1789. Ahora se puede ver el palacio donde gobernaba, al lado de la imponente basílica y la torre y visitar los amplios salones donde se muestran los retratos de los muchos sucesivos gobernantes de la República.
Todo eso nos los muestran las imágenes de tantos artistas, la música de cámara y las vestimentas utilizadas por nobles y ricos, que prefiguraban ya lo que en el siglo XX sería la alta costura. Pero el ambiente del siglo XVIII veneciano y europeo nos lo cuenta también con palabras en sus Memorias uno de los ilustres hijos de la ciudad, Giacomo Casanova, quien en su crepúsculo escribió viejo, pobre y enfermo uno de los libros más interesantes sobre esa época de luces, arte, picardía, ciencia y libertinaje.
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