En cafés, calles, plazas y en las salas familiares toda la población discute sobre la primera vuelta de la elección presidencial que se celebra este domingo en Francia y cuyos resultados, según las principales casas encuestadoras, son impredecibles como pocas veces ha ocurrido en la Quinta República fundada por Charles de Gaulle en 1958.
Siempre, a unos días de la votación, los dos grandes partidos y sus candidatos aparecían como los favoritos y la sorpresa se reducía al resultado posible entre esas dos figuras de la derecha y la izquierda tradicionales, alejadas de los extremos. Algunas veces surgía un candidato disidente de esas dos fuerzas, pero nunca lograba imponerse o invertir las tendencias. A lo máximo el resultado de ese disidente, si era importante, le garantizaba en caso de victoria de su tendencia una buena posición en el gabinete.
Los viejos líderes políticos eran figuras de largo aliento que para acceder al poder pasaban antes por varias derrotas y largas travesías del desierto político, como fue el caso de François Mitterrand, quien llegó al poder en 1981 después de haber sufrido varios fracasos. En el camino se quedaron figuras de gran rango presidencial a quienes todos auguraban el éxito, entre ellos Jacques Chaban Delmas, Michel Rocard, Edouard Balladur, Raymond Barre, François Bayrou y Alain Juppé.
Poco a poco la Quinta República presidencialista ha ido perdiendo su fuerza basada en el encuentro de una figura providencial, casi monárquica, dotada de grandes poderes ejecutivos y la posibilidad de disolver el parlamento o gobernar por decretos. De Gaulle, que se consideraba el salvador de la patria cuando la ocupación nazi, era un héroe militar de estirpe clásica y no solo por su gran estatura física sino por su recio carácter y múltiples cualidades,su reino semejó al de un gran emperador austero, sabio y justo.
La otra gran figura fue Mitterrand, letrado como el general, excelente orador y de una cultura literaria sin parangón,que accede al poder casi a los 70 años después de haber pasado más de cuatro décadas en los gabinetes ministeriales o los pasillos de la Asamblea Nacional.
Ambos inspiraban respeto y eran reconocidos y admirados por sus más tenaces enemigos. Pero el tiempo ha cambiado las costumbres y la respetabilidad y aura de poder de las primeras décadas del sistema presidencialista francés se han dispersado en medio de la velocidad y la proliferación de la información y la llamada mediatización de la política, donde los candidatos ya son ahora productos desechables que suben y bajan, se inflan y se desinflan como una marca de jabón o pasta de dientes.
Antes el mandatario era un ser patricio recluido en palacio, de donde solo salía a participar en las grandes ceremonias patrias. La era internet, las redes sociales y la televisión en directo y mundializada quitaron al poder el ritmo paquidérmico que mantenía los secretos bien guardados lejos del sufrido populacho y de los incómodos periodistas. El señor presidente era una momia recluida en los amplios salones tapizados de gobelinos del Elíseo, a donde llegaba y salía en los alargados automóviles negros marca Citroen que eran el signo del poder.
Allí el presidente permanecía a veces hasta la muerte, como ocurrió con Pompidou, o la agonía, como sucedió con Mitterrand, y al fallecer la patria entera se detenía para rendirle los más grandes homenajes. Los espectros de De Gaulle y Mitterrand siguen presentes entre los vivos proyectando la sombra de una dolorosa orfandad.Jacques Chirac, menos grande, pero muy popular, ha entrado en la senectud y es protegido de sus propios delirios y rebeliones políticas. El aristocrático aunque moderno Valéry Giscardd’Estaing vive una ancianidad alerta y lúcida. Pero ya después de ellos nada es igual. La velocidad de estos tiempos mediáticos del siglo XXI quitó el brillo y la magnificencia a la institución después de que se redujo el periodo presidencial de siete a cinco años.
El quinquenio del derechista Nicolas Sarkozy fue agitado y nervioso como el personaje mismo, que reivindicaba la codicia del dinero y los signos del mismo como relojes, autos lujosos, bellas mujeres de la farándula, vuelos en aviones privados y la compañía de millonarios y magnates. Escándalo tras escándalo coyugal el palacio del Elíseo se convirtió en un escenario de vaudeville escrutado por los paparazzis, desgracia que también persiguió al sucesor de Sarkozy, el modesto y austero François Hollande, quien muy a pesar suyo no pudo evitar que las cámaras de la telerrealidad ingresaran a su alcoba.
Hollande quiso ser un presidente normal, cercano al pueblo, pero la institución desprestigiada y las crisis y tragedias sucesivas dieron al traste con sus planes. Carente del apoyo de gran parte de sus tropas socialistas y poco amado por el pueblo en general, prefirió entregar las armas y evitar la humillación de una derrota en las primarias de su partido. Es el primer mandatario de la Quinta República que renuncia a intentar renovar su mandato.
En medio de la debacle de la institución presidencial francesa, los comicios de este 23 de abril y la segunda vuelta del 7 de mayo aparecen como el último fuego de artificio del sistema de monarquía republicana. Gane quien gane ya no tendrá de ninguna manera los poderes de antaño y su gobierno, como el de Hollande, se anuncia un verdadero viacrucis.
Tanto para la extremista de derecha Marine le Pen como para el izquierdista Jean Luc Melenchon la posibilidad de llevar a cabo sus planes radicales se anuncia difícil y peligroso. Lo mismo ocurriría con el desprestigiado candidato de la derecha tradicional François Fillon o para el joven centrista y europeísta Emmanuel Macron, hijo putativo de Hollande, que saltó con solo 39 años de edad al favoritismo en unos cuantos meses de osadía juvenil.
Ninguna encuesta se atreve a dar favoritos y cualquiera de esas figuras puede o no pasar a la segunda vuelta. Después de la elección presidencial vendrán las elecciones legislativas de junio que serán más cruciales, pues marcarán la pauta para un nuevo juego de coaliciones inédito, donde la palabra mayor y definitiva la tendrán los legisladores.
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