Todas las ciudades del mundo poseen rincones donde se cruzan las historias desde su fundación, lugares que son encrucijadas del tiempo y han vivido esplendores y decadencias o a veces parecen estar condenados y de repente renacen de sus propias ruinas. Eso se experimenta en hoteles tan distintos como El Tequendama de Bogotá o el Rokasol de Manizales, que me conciernen de alguna u otra forma, porque hoteles, posadas y hostales son metáforas de la vida humana.
Los hoteles y las casas de los barrios Condesa y Roma en la Ciudad de México, por ejemplo, han sido lugares exclusivos de las clases emergentes de la primera década del siglo XX en época porfiriana o en los tiempos del llamado Art Deco de los años 30 y 40 y ahora, después de los terremotos de este septiembre, parecen estar condenados a una larga travesía del desierto o al ostracismo por ser víctimas de la catástrofe.
De repente las propiedades más exclusivas y costosas pierden su valor y los habitantes de aquellos lugares deben salir como damnificados, expulsados de sus apartamentos o casas porque pueden derrumbarse de un día para otro. Otros con menos suerte salieron con los pies por delante, aplastados por el peso de sus paredes, en silencio, dejando atrás todos los viejos álbumes del recuerdo.
Otras veces son las cíclicas crisis sociales las que transmutan lugares de alto valor en tenebrosos sitios como los barrios del Cartucho y el Bronx en Bogotá, que en las primeras décadas del siglo XX albergaban a las élites del país en espléndidas edificaciones cercanas a los centros del poder, pero cuyos habitantes emigraron hacia sucesivos nortes, a Chapinero y Chicó y otros barrios donde los nuevos se instalaron en oleadas cíclicas, dejando atrás en el olvido los lugares donde soñaron y amaron sus ancestros.
En las viejas residencias de los poderosos de antaño ahora viven caídos, perdidos, maleantes, y a veces en su antros siniestros alcanzan a vislumbrarse ciertas maravillas del esplendor pasado, alguna lámpara, cierta escalinata, maderas preciosas, adornos en muros, cielosrasos o umbrales, espejos averiados, muebles avejentados en su nobleza ida.
La Bogotá del poder de la primera mitad del siglo XX se volvió lugar peligroso en San Victorino, las carreras décima, trece, la Caracas o la calle 19 y los barrios aledaños donde la vida familiar descrita por José Antonio Lizarazo en su gran trilogía bogotana de entonces, se transformó en infierno de prostíbulos y delincuencia, cuando antes fue habitado por patricios notables y damas encopetadas o escritores como Nicolás Gomez Dávila o León de Greiff. La maravillosa librería de viejo Merlín está situada en uno de esos edificios y guarda en su delirio evocador múltiples muebles u objetos de época.
Nueva York sabe de esos destinos: barrios que alguna vez fueron muladares, ghettos de migrantes, se volvieron glamurosos y otros antaño chics cayeron en desgracia. Los atentados de las torres gemelas sumieron en la depresión amplias zonas como Lower East Side o Greenwich Village, que ahora renacen y olvidan sus pasados sucesivos.
Por eso el Hotel Tequendama de Bogotá, construido a partir de 1953, sigue siendo el testigo señorial de mucho más de medio siglo de historia colombiana en una encrucijada vial. Convenciones de los grandes partidos, visitas de figuras memorables como Cantinflas o John Kennedy y tantas reuniones de gremios o asociaciones han cincelado los avatares de la agitada historia nacional. Y reina como monarca ese edificio enorme y digno en la esquina de la séptima y la 26 con su añeja presencia en medio una ciudad que a veces se hunde y otras levanta la cabeza ante los cerros, la Plaza de Santamaría o las Torres del Parque diseñadas por el arquitecto Rogelio Salmona.
Y en Manizales el malfamado Hotel Rokasol sigue ahí como viejo testigo de la ciudad que se transmuta en esa plaza Alfonso López que antes fue importante sede de la Alcaldía y de un colegio de monjas, y del legendario Teatro Manizales, cuya fachada nos recuerda a todos que alguna vez vimos ahí películas como El ladrón de Bagdad, Mary Poppins, Ben Hur o los Diez Mandamientos.
En una habitación modesta del viejo Rokasol con mirada a los Agustinos y a Chipre, frente a la fachada del viejo cine desparecido y las lejanas montañas, se palpa el cambio vertiginoso de la ciudad y de igual manera desde una alta suite del Tequendama se ve la luminosidad de los lejanos barrios de la periferia, los cerros y las avenidas por donde cruza rauda la vida contemporánea.
El Tequendama y el Rokasol son hoteles de distintos rangos y destinos, hermanos en su senectud ineluctable, albergues que en más de medio siglo han visto auges y caídas, amores y odios, lágrimas y risas, poder y gloria, fama y olvido. Del Tequendama al Rokasol la vida se comunica por electrizantes vasos comunicantes que nadie controla, mientras las ciudades donde nacieron cambian sin cesar de piel como cualquier ser vivo en la tierra o planeta en un recodo del universo.
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