En estos tiempos de auge de literatura chatarra, el retorno de ciertas notables escritoras del siglo pasado, nos muestra que su apuesta literaria rompe la barrera de la palabra. La literatura comercial se queda en los lugares comunes, busca y llega a la gente afirmándole los caminos trillados, mientras que la verdadera literatura que busca la Cosa con mayúscula, para utilizar un término de Clarice Lispector, explora otros yacimientos a riesgo de perderse en el laberinto.
Mercé Rodoreda, la extraordinaria escritora catalana de La plaza del diamante, nos introduce a un remolino trágico donde los hombres son vistos como obtusos verdugos. A tal extremo llega su juicio, que la protagonista acepta vivir con un hombre castrado, no en el sentido metafórico sino real de la palabra, a cambio de aliviar su miseria. Rodoreda, mujer excéntrica, logró escribir con las venas en sus manos, haciendo gala de una prosa de espirales, atraída por la gravedad como en el desagüe de Psicosis, la película de Hitchkock.
Jane Bowles, la norteamericana que murió de larga enfermedad en el exilio, escoge también el camino riesgoso: elogiada por su contemporáneo Truman Capote y objeto de culto actual, escribió Dos damas muy serias, libro de paralelismos entre destinos humanos. Allí los hombres son vistos como niños grandes y babeantes, obligados a recurrir a una imagen de fuerza para camuflar su debilidad. En cambio, las mujeres centrales de la obra deciden en momentos cruciales de su vida dejarlo todo en busca de libertad, o tras un espejismo de respiración. Una esposa común y corriente, la señora Frieda Copperfield, de turismo por Panamá con su marido, encuentra otro destino y vuela acompañada por unas prostitutas alegres de la ciudad de Colón, quienes le muestran la otra cara de la vida. La otra historia paralela nos muestra a la rica y solterona Christina Goering, que rompe sin cesar las ataduras tras la quimera de la liberación en brazos de incógnitos desconocidos. Con un cirujano maniático, la Bowles, de quien dicen se casó con Paul Bowles para que los hombres la dejaran tranquila, ve con lucidez los ires y venires de las parejas en un juego cruel de cadenas.
En el bosque de la noche, texto escrito en tiempo de entreguerras, Djuna Barnes, la estadounidense nacida en 1892, asombra con una novela calificada por sus contemporáneos como clásico de su tiempo. Paralelo a las explosiones en musica, pintura, escultura y cine, esta moderna escribió un libro que ahora podría ser ejemplo de compromiso con la verdad y la subversión artísticas. De forma pendular, mediante una prosa que rompe con las convenciones, crea un minucioso tejido de materiales de riesgo para contar los efectos que provoca la joven Robin Vote en sus pretendientes de ambos sexos: el supuesto barón judío vienés Félix Volkbein y las sáficas Nora Flood y Jenny. Un curioso médico homosexual atestigua el tejido carnal que une y desune esos cuerpos. Leer El Bosque de la noche, seguir ese ojo que mira desde varios puntos, dejarse llevar por el remolino, es un ejercicio enriquecedor para los lectores que no se contentan con lo que receta la publicidad.
En América Latina, hubo y hay también mujeres que se han arriesgado mucho en literatura en medio del dominio hegemónico de los poderosos varones del boom, como Clarice Lispector, venida de Ucrania al este de Brasil, la argentina Marta Traba, la colombiana Marvel Moreno y la uruguaya Cristina Peri Rossi.
La bella y misteriosa Clarice Lispector dijo en una carta a su confidente Olga Borelli unas palabras que resumen su actitud: "No pienses que una persona tiene tanta fuerza como para llevar cualquier tipo de vida y continuar siendo la misma. Hasta corregir nuestros propios defectos puede llegar a ser peligroso: nunca se sabe cuál es el defecto que sustenta nuestro edificio entero". Palabras que hubiesen sido firmadas por Barnes, Rodoreda, Bowles o Sarraute. Cualquier párrafo de Lispector, cualquier renglón de su obra surge de la intensidad, de la búsqueda de los hilos secretos de la existencia, del vagar, aunque no se llegue jamás a destejer el entrevere.
Ucraniana de Recife, fue una extrajera en el sentido más universal de la palabra. Extranjera como todo verdadero escritor. La autora de La Pasión según G.H., Un aprendizaje o El libro de los placeres, Agua viva y Felicidades clandestinas, entre otros libros, fue aun más lejos en esa rebeldía retrospectiva: "Si este libro llegase a salir alguna vez, que se aparten de él los profanos. Pues escribir es una cosa sacra donde los infieles no tienen entrada, es estar haciendo a propósito un libro bien malo para apartar a los profanos que quieren disfrutar. Pero un pequeño grupo verá que este disfrutar es superficial y entrarán dentro de lo que verdaderamente escribo, y que no es malo ni es bueno".
Cristina Peri Rossi, uruguaya residente en Barcelona, lleva su ejercicio literario hacia nuevas islas. Ya en Los museos abandonados exploró zonas ocultas con su prosa cercana a los cuerpos y a lo paradójico de la cotidianidad. En Solitario de amor, los anteriores límites son desbordados. La Peri Rossi escribió una novela de cuerpos, secreciones, penetraciones, lingual, opresiva donde el sexo es látigo delicioso. "Solo pueden hablar del mundo aquellos que no aman", dice. Aída, eje de la obra, afirma que "el lenguaje lo inventaron las mujeres para nombrar lo que parían". Raúl, indefinido personaje, hombre y mujer a la vez, es esclavo o esclava de Aída y dice: "Destetados del paraíso inicial, nuestras bocas siempre abiertas, redondas como corderos, fijan, se adhieren ventosamente a ubres blancas, a ubres plenas, succionan de las mamas glandulares el jugo sagrado, el aliento vital, el líquido tibio. Somos los huérfanos eternos, los niños nostálgicos, los cachorros nerviosos, neuróticos, mimados".
La colombiana Marvel Moreno, nacida en Barranquilla, pero errante por el mundo, escribió por su parte en su novela En noviembre llegaban las brisas un cuadro impecable de la sociedad machista que soportó durante su adolescencia. Esa costa caribe colombiana de hombres enloquecidos y arrogantes que rinden culto a los lugares comunes: trago, poder, dinero, violencia y a los que sigue una cohorte de muñecas educadas para captar su dinero. La extensa novela, escrita con mucho rigor, sobresale no solo por el sutil testimonio de su época sino por la lucidez de su forma, la minuciosa y lenta maestria con que aborda por todas sus aristas el micromundo de la urbe de tierra caliente a orillas del mar. Residente y fallecida en París tras un largo exilio voluntario, Marvel Moreno perteneció a una generación de colombianas notables como Fanny Buitrago, Alba Lucía Ángel y Helena Araújo.
La escritora catalana Carme Riera pidió una vez a las escritoras que "recobremos nuestras dos voces, la que nos conecta a la razón y a nuestra capacidad intelectual y la que nos une al atavismo, al mito, a la profecía. Contribuyamos a un encuentro definitivo entre Casandra y madame Curie". Una lucida precursora de la modernidad latinoamericana, la argentina Marta Traba, buscó esa voz de mujer mitad Casandra mitad Madame Curie y negó la idea de que no hay diferencias entre la visión de la mujer y del hombre cuando hacen literatura.
Las ceremonias del verano y Los laberintos insolados, en pleno reino del boom de los supermachos latinoamericanos, se caracterizaron en ese entonces por la irreverencia contra los ídolos, como el gran patriarca Neruda. En sus textos, Marta Traba abre una ventana a esas décadas adolescentes, juguetonas, llenas de esperanza liberadora que vivió en su juventud y pide desencasillar a Safo, extenderla "meticulosamente sobre las naranjas, oh amor, ardiente amiga, tráeme el aceite y los higos" y ella "casta, baja por la isla de Lesbos, despliega los manteles de pinos que se desnudan". Su personaje agrega con sarcasmo que Safo es una "formidable poetisa, mucho mejor que los hombres", pero que no recuerda nada de ella sino "la única estrofa del único verso, del único Neruda que recordará siempre: me gustas cuando callas porque estás como ausente".
Lispector, Traba, Peri Rossi y Moreno nos piden desde ultratumba que desempolvemos a toda esta pléyade de autoras modernas en plena época de la demolición feroz de los últimos estertores del poder falocrático literario mundial encarnado en el gigantesco miembro de José Arcadio Buendía. Los narradores hombres, ávidos de poder, dinero, gloria y fama, siempre contaron desde su ángulo y vieron a las hembras como simples fierecillas domesticables. Con Virginia Wolf, Jane Bowles, Julia Barnes, Anais Nin, Merce Rodoreda, y todas las demás precursoras podemos asistir a un banquete inolvidable de literatura y rebeldía que nos puede transformar y travestir a todos por igual. Ya es hora de que los machos literarios callen y hablen las mujeres, los travestis, los hermafroditas y los gays.
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