La muerte del gran libretista colombiano Fernando Gaitán causó conmoción en Colombia, ya que dos de sus telenovelas, Café con aroma de mujer y Betty la fea, no solo paralizaron en su momento al país sino que se expandieron por el mundo como nunca, superando todos los récords de audiencia.
En los países más insólitos y alejados, en Asia, África, Oriente Medio, Rusia, China, India, Indonesia, Marruecos, Filipinas y muchos más, ambas historias sedujeron a los pueblos respectivos que veían en ellas algo especial que conectaba con sus emociones, ambiciones, frustraciones y sufrimientos.
Café con aroma de mujer logró describir en detalle y al fondo la cultura del Eje cafetero a través de personajes conmovedores como la Gaviota y su madre, que sacudieron el imaginario de cientos de millones de televidentes. Margarita Rosa de Francisco se volvió un mito vivo al interpretar a esa inteligente muchacha recogedora de café que asciende hacia las máximas alturas como la macondiana Remedios la bella.
Cuando la historia llegó a México, donde yo vivía en ese entonces, quedé seducido de inmediato, asombrado por la capacidad del libretista y los actores para ingresar a las entrañas de la cultura cafetera donde nací y crecí. Ricos y pobres, intelectuales y analfabetas, todos por igual corrían a sus casas o a lugares públicos para no perderse un capítulo de esa historia. Y alguna vez, en un encuentro literario en Puebla, Sergio Pitol, quien es originario de la región cafetera de Veracruz, y yo, nos escapábamos de las aburridas sesiones literarias para ver la telenovela en el lobby del hotel.
El novelista, cuentista, traductor y ensayista Sergio Pitol, que poco después ganaría el Premio Cervantes, estaba absolutamente fascinado, ya que le recordaba su infancia en Córdoba, en las montañas cafeteras de México, tan parecidas a las del Eje cafetero colombiano. Ahí en esas alturas húmedas creció el enfermizo niño Pitol, quien se volvió lector en los largos meses de convalecencia infantil y adolescente.
El Premio Nobel Gabriel García Márquez también fue seducido por la historia de Gaviota y lleno de admiración por Fernando Gaitán lo invitó para que le contara cómo se hacían los libretos de telenovelas. Quedó asombrado al saber que para hacer una telenovela había que escribir más de 5.000 páginas de libretos, y quedar atrapado en el trabajo durante dos años seguidos, padeciendo día día las angustias provocadas por las fluctuaciones del raiting, las reacciones del público y los múltiples problemas relacionados con la producción.
García Márquez llamaba con insistencia a Gaitán para que participara en proyectos suyos y lo invitó muchas veces a ir a la escuela cubana de guión de San Antonio de los baños, pero el libretista andaba siempre tan ocupado que nunca le pudo cumplir y hasta lo dejó plantado una vez, causando la furia del autor de Cien años de soledad, quien, despechado por la indiferencia del joven escribidor, lo llamó para insultarlo y reclamarle, tal y como lo cuenta Gaitán en un texto memorable. La historia tuvo un final feliz, porque el Nobel lo reconoció y lo perdonó al final de su vida en Cartagena, después de muchos años. "Yo soy ese maldito libretista, maestro", le dijo Gaitán al anciano Nobel.
Es normal que los novelistas se vean impactados por el misterio de las telenovelas, que superan con creces el alcance de las obras escritas, por muy buenas y atractivas que sean. En el siglo XIX los grandes novelistas escribían sus historias en series publicadas en los diarios de la época y que provocaban también colas en los puestos de periódicos. Eran las telenovelas de la época y los diarios competían entre ellos por atraer a los mejores novelistas: Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Honorato de Balzac, Emile Zola y tantos otros.
El novelista pasa años imaginando sus historias, ajustándolas, corrigiéndolas, reestructurándolas, hasta lograr construir la catedral que es en fin de cuentas toda obra larga de ficción. Acosado por dudas y descreimientos, el novelista se libera al fin de su obra y nunca sabe lo que pasará con ella en el presente y el futuro. A veces novelas que nadie leyó en vida del autor se vuelven obras clásicas décadas o siglos después.
Jorge Isaacs y José Eustacio Rivera nunca imaginaron que La María y La Vorágine se volverían obras leídas por todo un continente y que iluminarían el imaginario de varias generaciones. Y por el contrario, José María Vargas Vila, quien era el más fenomenal best seller de su tiempo, ha caído en el olvido total y hoy ya nadie lo lee. La lista de novelistas exitosos en sus vidas y olvidados después es interminable. Otros como Herman Mellville, Víctor Hugo, Charles Dickens, León Tolstoi o Joseph Conrad son clásicos para siempre.
Fernando Gaitán logró el éxito mundial muy joven y alcanzó a disfrutarlo y sufrirlo en vida. Por esa razón su prematuro fallecimiento ocupó las primeras planas de los diarios del país como si fuera una gran estrella de la farándula, aunque él, muy modesto, solo se consideró un simple escribidor. Gaitán y su amiga Mónica Agudelo, también fallecida muy temprano, fueron dos de los grandes libretistas contemporáneos, sucesores de Bernardo Romero Pereiro.
El alcance de las telenovelas siempre ha sido fenomenal y ahora llega a niveles nunca vistos a través de las series mundiales de Netflix. La vieja y venerable novela de papel ya es una reliquia que solo puede ser salvada si es llevada a la televisión o al cine y aunque probablemente seguirán existiendo lectores de novelas de papel, las nuevas generaciones optan por las series que ven frente al televisor o en su teléfono portátil.
Por eso Gabriel García Márquez y Sergio Pitol no se perdían un solo capítulo de Café con aroma de mujer y aunque fueron galardonados con los mayores premios a los que aspira un escritor, admiraban en secreto a ese muchacho colombiano que captaba la atención de cientos de millones de terrícolas con sus historias y lograba paralizar países enteros a la hora de la telenovela.
Ahora que vuelvo a ver con nostalgia algunos capítulos de Café con aroma de mujer, vuelvo a llorar como hace un cuarto de siglo cuando la veía en México lejos de mi tierra cafetera. La Gaviota y su madre tienen ese aire de familia y de lucha vital que identifica a los colombianos y a través de nosotros, a todas las culturas populares del mundo, como ocurrió con Cien años de soledad.
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