El 5 mayo se cumple el bicentenario del nacimiento en Tréveris de Carlos Marx (1818-1883), filósofo y economista alemán considerado uno de los inspiradores del comunismo y cuyas ideas tuvieron protagonismo mundial a lo largo del siglo XX, incluso después del fin de la Guerra Fría con la caída del Muro de Berlín en 1989. Ido ya el tiempo en que sus ideas fueron tomadas como estandarte y convertidas en catecismo por los cuestionados movimientos leninista, estalinista, maoísta y castrista, entre otros, el bicentenario se ha convertido en la ocasión para reevaluar con más serenidad su obra y colocarla en el justo lugar histórico que merece.
Los principales medios y revistas del mundo occidental están publicando artículos, separatas y libros sobre el autor de El capital y El manifiesto comunista, cuyas ideas curiosamente se han revalorizado entre la juventud estadounidense a través de revistas como Jacobin y otras publicaciones impulsadas en medio de la ola de rebeldía encabezada por la candidatura del radical demócrata Bernie Sanders, rival de la derrotada Hillary Clinton en las pasadas elecciones estadounidenses ganadas por el multimillonario Donald Trump.
Ese auge reciente en Estados Unidos de las ideas socialistas era impensable en los tiempos del famoso macartismo de la Guerra Fría que perseguía a cualquiera que coqueteara con tales ideas y menos aun durante los regímenes de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y los Bush padre e hijo, que dominaron durante décadas cuando se pensaba que con la caída del Muro de Berlín y el triunfo del neoliberalismo ya se había llegado al fin de la historia, como planteaba el ideólogo neoconservador Francis Fukuyama.
La idea dominante entonces de que gracias a los ricos los pobres viven mejor, llevó en muchos países durante esos tiempos a aplicar duros programas de austeridad, reducir subvenciones sociales, privatizar la escuela, la salud pública y las jubilaciones, bajar los impuestos a afortunados y potentados y convertir a los seres humanos en empresarios de sí mismos. Pero pronto la era del Reaganomics llegó a su fin, especialmente con la drástica crisis de 2008 que devastó el mundo entero y volvió a mostrar todos los defectos de un sistema financiero y bancario mundial corrupto y sin controles que llevó a la ruina a todos por igual. Las ideas de Marx, en especial sus reflexiones sobre el ciclo económico volvieron a resurgir y su figura ha sido rescatada y revaluada por muchos, incluso en las altas esferas.
La revista Jacobin y los nuevos jóvenes socialistas estadounidenses se inscriben dentro de un movimiento que supera los rígidos temas afines a la larga Guerra Fría y busca hacer confluir en una amplia tendencia toda una serie de movimientos reivindicativos que en la última mitad del siglo se han movido aislados, como el feminismo, la ecología, el anticonsumismo, el antibelicismo, el anticolinalismo o las reivindicaciones de género o contra las discriminaciones raciales o antiinmigrantes, entre otros.
Esta corriente intelectual moderna hace parte de los diversos movimientos de indignados juveniles florecidos en el mundo en las últimas décadas por medio de movilizaciones contra las cumbres de la Organización Mundial del Comercio, del G-7 y G-20 de los países más poderosos del mundo o de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Preocupados por la suerte climática del planeta, el exterminio de especies animales y el auge de las ideas más radicales del neoliberalismo productivista que rompe con las conquistas en materia laboral y humana, las nuevas generaciones retoman las banderas de lejanos ancestros románticos, utopistas y socialistas.
Muchos jóvenes de la generación de los Millenials nacidos después de los 80 y los nostálgicos mayores han confluido en multitudinarias manifestaciones ya famosas en Seattle, Frankfort, Múnich y otras capitales e incluso se han convertido en fuertes movimientos de protesta como los Indignados españoles, de donde surgió el partido Podemos, o los de la Noche de pie en Francia, que en 2016 intentó revolcar las ideas y las inercias en ese país antes del radical cambio que significó la llegada al poder del joven Emmanuel Macron y la derrota de los partidos tradicionales en 2017.
Las estatuas de Lenin, Stalin, Mao, Kim il Sung, Castro y otros viejos líderes de movimientos totalitarios de corte marxista-leninista fueron bajadas de sus pedestales y arrumadas en los museos de la historia, por lo que las nuevas generaciones occidentales vuelven a leer a Marx sin prejuicios, extrayendo de sus ideas lo fundamental de la crítica al capitalismo, pero conectándolas con nuevas reivindicaciones ecológicas modernas como el fin del productivismo a ultranza, el cuestionamiento de las ideas de progreso, industrialización y desarrollo, la protección de la naturaleza, la igualdad de género y la búsqueda de energías sustentables alternativas a los combustibles fósiles.
El viejo y barbudo Marx ha vuelto a ser recibido en la sala de las casas donde antes era considerado un diablo y en los salones gubernamentales donde se le temía, limpio ya de la herencia de tantos discípulos desquiciados que a lo largo de un siglo llegaron al poder y cometieron las peores atrocidades en su nombre. La crisis capitalista de 2008 y el posterior surgimiento de movimientos indignados y humanitarios en el mundo crearon conciencia en las élites gubernamentales, escuelas de gobierno, universidades, de que la máquina financiera mundial debe ser controlada para evitar los excesos de su locura y su codicia plutocrática, tan depredadora para el mundo y la humanidad.
Los estragos causados por esa máquina loca de las finanzas mundiales en las primeras décadas del siglo XXI ha obligado a poner atención a los frágiles de las periferias, tugurios, el agro, a las clases medias precarizadas, a la juventud marginalizada, a los jubilados hambrientos que mueren junto a hospitales privados después de trabajar toda una vida, a toda la gente desplazada por la implacable ley del dinero, la ganancia y la rentabilidad a ultranza. No otra cosa hacía Marx a mediados del siglo XIX cuando constataba los estragos de la Revolución industrial y el auge del capitalismo mundial en tiempos de las grandes potencias coloniales. Y no otra cosa hizo Francisco de Asís cuando medio milenio atrás dejó a su familia de potentados y se fue por los caminos y pueblos a ayudar a los pobres y a los olvidados del mundo.
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