En el marco de la gran atracción que los artistas plásticos latinoamericanos y mundiales han experimentado por la ciudad donde está el viejo Museo del Louvre, visitado anualmente por millones de turistas, se han inscrito varias oleadas de centenares de pintores, escultores, grabadores, litógrafos y fotógrafos colombianos a lo largo del siglo XX y comienzos del XXI, cuya lista sería interminable de registrar, pero en la cual se destaca Fernando Botero.
Muchos de esos artistas han venido a buscar los rastros de los viejos maestros que reinaron en el siglo XIX o después en los años de entreguerras en los barrios de Montparnasse y Montmartre, donde Chagall, Modigliani, Diego Rivera, Picasso, Utrillo y otros compartieron la vida y la noche con escritores como César Vallejo, Blaise Cendrars, André Breton o Miguel Ángel Asturias o con figuras de la farándula exiliadas o de paso por la que aun era para muchos la capital artística del mundo donde era necesario y casi una obligación vivir.
Otros se acercaron a estudiar en las escuelas de bellas artes, después de hacerlo en su país, ya sea en los tiempos del reino del existencialismo en los años 50, como Arcila o Emma Reyes, o en los creativos años 60 y 70, cuando trabajaron en la ciudad Luis Caballero, Darío Morales, Antonio Barrera, Francisco Rocca, Gloria Uribe y Saturnino Ramírez.
En los años de entreguerras la figura más conocida fue el escultor colombiano Rómulo Rozo (1889-1964), del Grupo Bachué, quien vino a estudiar y crear en la ciudad cuando se celebraba la gran exposición de Artes Decorativos y, quien antes de viajar a México, donde se instaló y murió, logró esculpir la famosa escultura titulada "Bachué, diosa generatriz de los indios chibchas", que hace poco fue rescatada por Álvaro Medina y en torno a la cual se han escrito ya varios trabajos y publicado un catálogo.
Rozo y otros artistas colombianos de esa época de los años 20 y 30 cuando ingresaban las ideas socialistas al país y se publicaba el revolucionario poemario "Suenan Timbres" de Luis Vidales, le dieron la espalda a la tradición local anquilosada que solo reproducía en las escuelas los viejos modelos clásicos greco-latinos y reivindicaron un arte nacionalista paralelo al gran movimiento muralista mexicano animado por la Revolución y cuyas máximas figuras fueron Rivera, Siqueiros y Orozco. A su vez este movimiento terrígeno fue eclipsado después por la modernidad cosmopolita de la posguerra, pero ahora es rescatado y estudiado como un fenómeno genuino y legítimo.
Todo eso cambió cuando la ciudad fue desplazada por otros centros como Nueva York y Londres y más adelante debido a la aceleración de la información y la aparición de las redes sociales que hicieron de cada lugar del mundo el centro del universo. En cualquier ciudad de provincia o en el más alejado pueblo a donde llegue la red internet en África, Asia o América Latina, las personas están conectadas al instante y ya no es necesario desplazarse a un centro específico para existir como artista o escritor. Ya París no es necesaria ni exclusiva, pero en ella se han quedado muchos artistas colombianos.
Ahora en este siglo XXI el centro se desplazó de Montparnasse, Montmartre o Saint Germain des Prés de los tiempos vanguardistas, surrealistas y existencialistas a Ménilmontant, nuevo epicentro de la fiesta, la música y el arte, donde la Galería de los Artistas Menil Ocho realizará en noviembre una exposición de 10 artistas colombianos, que guardando sus raíces profundas en la terrible Colombia de las últimas décadas, también han creado raíces en la capital francesa desde fines del siglo XX y en los tres primeros lustros del siglo XXI.
Ellos son los pintores Rafael Holguín, Amalfi Rendón Zipagauta, Miguel Ángel Reyes, Francisco Rocca, Gloria Uribe y Carlos Vélez, el instalador Gustavo Nieto y los escultores Salustiano Romero, Ciliana Villegas y Mercedes Uribe, quien también ejerce la pintura y la estampa. Todos ellos son artistas de primer nivel que realizaron sus estudios en las magníficas escuelas colombianas y después en las de Bellas Artes de París, Bruselas o de algunas ciudades británicas, italianas, españolas o alemanas. Los diez representan a una generación clave que deja huella ahora y hace parte de una de esas oleadas creativas que el tiempo ha visto chocar contra las playas del tiempo en la ciudad adoptiva de Rubens, David, Courbet, Monet, Matisse y Picasso, entre otros mil.
Los artistas colombianos que expondrán en Menil Ocho han vivido tiempos muy distintos a los de Caballero, Morales y Ramírez, entre otros. Después de la caída de las Torres gemelas en Nueva York, la gran crisis financiera de 2008 y las múltiples guerras y amenazas que sacuden el mundo, han visto llegar a miles de migrantes africanos, mediorientales y asiáticos que huyen de las conflagraciones y crean tugurios impensables hace unas décadas en avenidas y debajo del metro elevado, han palpitado en una ciudad más grave que fue golpeada por los terribles atentados de Charlie Hebdo en 2015 y Bataclan en 2017, una ciudad serena y corajuda a la vez, que no es tal vez ya el centro del mundo como lo fue en el siglo XIX y en los años de entreguerras, pero que guarda su historia abriendo sus paredes y rincones al artista y al visitante.
García Márquez llamó a los artistas colombianos que vivieron en los festivos años 70 y 80 "la plaga", pues todos ellos llegaron pobres buscando las aventuras de la ciudad y la vivieron a fondo al mismo tiempo que producían obras que hoy hacen parte de la historia. Darío Morales, Luis Caballero y Saturnino Ramírez, murieron prematuramente, pero sus fantasmas siguen presentes en las calles de la ciudad animando a quienes siguen aquí. Estos artistas con raíces simultáneas en Colombia y Francia inundarán con sus obras la calle de Ménilmontant, que es ahora el epicentro de los artistas que escriben, cantan y pintan en el siglo XXI.
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