Una de las leyendas mundiales más vivas y excitantes es sin duda la del conde Drácula, inspirador a lo largo del último siglo de muchas películas inolvidables que dieron gloria a actores como Bela Lugosi o Cristopher Lee y nuevas versiones contemporáneas realizadas con el poder magnífico de las nuevas tecnologías.
Todos los niños y adolescentes del mundo hemos temblado entre sudores fríos al ver esas historias que ocurren en alejados castillos empotrados en cumbres borrascosas, llenos de telarañas, donde el mal se refugia desde tiempos inmemoriales encarnado en una bestia humana viva e inmortal, inexpugnable e invencible, colmilluda y de largas y afiladas garras, Nosferatu que siempre se sale con las suyas inundando a todos sus contemporáneos de miedo y terror.
A fines del siglo XIX Bram Sotcker hizo amplias investigaciones sobre esa leyenda recurrente y plasmó para siempre la historia de este ser invencible e inmortal que desde su castillo fragua todos los males y sale en las noches a depredar a su alrededor, y es capaz de transformarse, mutar, hacerse viento, lluvia o rayo, volar, utilizar las fuerzas naturales y la fiereza de aves y animales y humanos feroces que lo siguen y le obedecen.
Los pueblos que conocieron al malvado vampiro saben que es inútil todo intento de vencerlo o acotarlo, pues está dotado de astucia y fuerza fenomenales adquiridas durante una larga vida milenaria dedicada al mal, a lo largo de la cual ha probado todos los métodos posibles para franquear los obstáculos tendidos por el enemigo, esos seres ingenuos del bien que tratan de neutralizarlo para conquistar la paz de sus pueblos y mueren siempre en el intento.
Su capacidad de permanencia y triunfo nos asombran, como ocurre con ese otro mito contemporáneo, el de Alien, la bestia extraña contra la que lucha en una nave espacial la solitaria y sexy Sigourney Weaver, quien al final, como amazona de los espacios, logra vencerlo tras una escalofriante lucha implacable.
Anclada en la lejana Europa del Este, frontera por donde cruzaban temidos pueblos desconocidos en su búsqueda de territorios, la historia basada en la vida del malvado Vlad el empalador, es una metáfora de aquellos poderosos que en todos los países del mundo chupan la sangre de generaciones enteras de súbditos, no dándoles tregua alguna a través de los tiempos. Son los poderosos de esas regiones inhóspitas que tienen sometidos a sus pueblos y castigan con los más atroces suplicios a quienes se rebelan o se niegan a vivir una vida de sometimiento y corveas sin fin.
Como la historia de la humanidad es una sucesión de éxodos e invasiones violentos, los habitantes de antiquísimas ciudades o puertos temían siempre la llegada de esos ejércitos desconocidos que irrumpían saqueando las riquezas, descuartizando, crucificando, ahorcando, violando a las mujeres y robándolas como aun hoy ocurre en tantos lugares del mundo donde la guerra es ley.
Uno de los más famosos seres de esta estirpre fue Atila, poderoso invasor que asoló a Europa y cuya llegada era un rumor que llenaba de terror a todas las ciudades, reinos o castillos, cuando la noticia de su cercanía o de sus intenciones era traída por fatigados estafetas que recorrían a pie o a caballo miles de kilómetros.
Atila es una figura que representa igual que Drácula la maldad y la sed del poder y la violencia y a lo largo de la historia en todos los continentes han surgido avatares e imitaciones que asombran por esa capacidad de permanencia en su ejercicio del mal, por lo que los débiles suelen considerarlos deidades que no tienen comienzo ni fin, capaces de vencer incluso a la muerte y conquistar la añorada eternidad.
La fuerza indestructible y el vigor del vampiro o del violento mítico, implacable y cruel, crece en la medida en que todos los que se les oponen terminan siempre vencidos por la enfermedad o la muerte propiciada por sus sicarios, capaces de ser omnipresentes y omniscientes, o sea tan poderosos como Dios mismo.
Muchos autores de la era romántica exploraron tales leyendas ancladas en los lejanos territorios irrigados por el Danubio y sus afluentes. Lord Byron, Mary Shelley (la creadora de Frankenstein), Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Ambrose Bierce y tantos otros han buscado en sus ficciones atrapar esa figura helada que como los murciélagos duerme de día colgando de una rama o reposa en su sarcófago en espera de la temida noche poblada de tormentas. Niños y adolescentes leímos aquellas historias tenebrosas y muchas veces tratábamos de imitarlas escribiendo cuentos de castillos o de figuras que como Dorian Gray, el de Wilde, o Jekill and Mr Hyde, o Jack el Destripador, son capaces de vencer el tiempo.
Igual que con las historias de los Hermanos Grimm, rescatadas de la imaginería de los campesinos germánicos, los cuentos de terror y de miedo, las historias de brujas, gnomos, ogros o aparecidos, nos ayudan desde la más tierna infancia a prepararnos a la difícil vida adulta, cuando inevitablemente nos cruzaremos con personajes de esa estirpe cada vez más poderosos e invencibles, cuya impronta de sangre y maldad marca a todas las generaciones de humanos en un ciclo que no parece tener sin fin.
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