En enero de 2015 escribí en este mismo espacio un análisis sobre el recién lanzado programa Ser Pilo Paga, el cual fue presentado por el gobierno como un programa de becas que sería la tabla de salvación de los estudiantes pobres y la educación superior, y que fue reseñado por grandes medios del país como una “Revolución Educativa”.
Dos años y medio después, los hechos sobre Ser Pilo Paga son claros: no es un programa de becas sino de créditos educativos condonables, no cerró las brechas de la desigualdad en el campo de la educación superior del país y su impacto real ha sido todo menos revolucionario.
De acuerdo a Sánchez y Otero (Educación y reproducción de la desigualdad en Colombia, 2012), la participación de los estudiantes de estratos bajos en el proceso educativo disminuye significativamente cuando culminan el bachillerato debido a la escasez de recursos económicos y a los malos resultados en las Pruebas Saber 11, lo cual les impide avanzar hacia la educación superior. Estos hallazgos evidencian que un universo amplio de estudiantes que finalizaron los estudios de secundaria, pese a ser pobres, no son considerados “pilos” ya que no obtuvieron resultados sobresalientes en las pruebas de Estado, en las cuales participan anualmente más de 600 mil jóvenes en condiciones formidablemente dispares.
Ser Pilo Paga, a pesar de ser exhibido como un programa universal, no apunta a modificar esta estructura ni a disminuir la desigualdad del campo de la educación en el país, todo lo contrario. Al estar diseñado para incluir en programas de crédito a los excepcionales, esto es, a los jóvenes que a pesar de las dificultades económicas, sociales y culturales, tienen altos desempeños en los exámenes de Estado, Ser Pilo Paga profundiza la desigualdad al convertir el mérito en privilegio, al exponer a miles de familias a deudas impagables con el Icetex si por cualquier motivo los estudiantes abandonan los estudios, y al marginar a la enorme mayoría de colombianos que aspiran a continuar sus estudios.
Lo irónico es que a pesar de sus estrechos y errados objetivos, Ser Pilo Paga pretenda ser elevado a la categoría de política de Estado por el presidente Santos. La verdadera política de Estado consiste en incrementar sustancialmente el acceso y permanencia con calidad de los estudiantes de estratos bajos y medios a la educación superior, hasta lograr niveles similares a los de los jóvenes de estratos 5 y 6, que en un porcentaje superior al 90% adelantan estudios en universidades e instituciones de educación superior.
En lugar de asignarles enormes recursos públicos a universidades privadas de élite mediante Ser Pilo Paga, las acciones del gobierno se deberían centrar en pagar la deuda histórica con las universidades públicas, cubrir su déficit, incrementar los recursos corrientes que les destina, ampliar los cupos que ofertan, y por qué no, construir más instituciones oficiales en toda la geografía nacional.
Desde la perspectiva de garantizar el derecho fundamental a la educación de forma universal, Ser Pilo Paga es un exabrupto, sin embargo, desde la visión de desarrollo del presidente Santos y su necesidad de impulsar actos de propaganda que refresquen su alicaída imagen, es un programa que guarda coherencia con la naturaleza del saliente gobierno. Después de todo, Santos ha demostrado con creces que poco o nada le importa la movilidad social, la ampliación de las libertades y la garantía de oportunidades, tal y como ha quedado evidenciado en el proyecto de presupuesto general de la nación para 2018, en el cual la deuda y el gasto militar se incrementan a la par que la inversión en educación, cultura, ciencia y deporte, entre otros, se disminuye sustancialmente.
La verdadera política de Estado de las últimas décadas es la desigualdad.
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