José Saramago relató hace algunos años la historia de un pueblo que se cansó de la realidad que vivía y de las condiciones que le imponían los políticos, razón por la cual sus pobladores decidieron votar mayoritariamente en blanco como señal de protesta. Esa revolución creativa y pacífica desató la ira de los gobernantes, que respondieron con irracionalidad y violencia ante el proceso de lucidez de la ciudadanía.
Esa lucidez, que de tanto en tanto acompaña a los pueblos y que anhelamos llegue a Colombia más temprano que tarde, fue la que acompañó durante toda su vida a Juan Carlos Martínez Botero, quien en absurdos hechos dejó su lugar en la tierra días atrás. Sirvan estas líneas para ofrecerle a él, a su familia, copartidarios y amigos, un humilde homenaje ya que su legado será imperecedero y su vida no fue en vano ni pasará desapercibida para miles de personas.
Juan Carlos no fue un ciudadano más. Desde temprana edad se interesó por los problemas de las personas y su espíritu de colaboración y liderazgo siempre salió a flote porque le dolían y sentía como propias las penurias de la gente. Desde su precoz vinculación a la lucha de los trabajadores del Hospital San Marcos de Chinchiná, pasando por las movilizaciones en el Sena Regional Caldas y sus cientos de escritos en el blog de su autoría y en el periódico Aquí Chinchiná, hasta la lucha política en su partido de toda la vida, el Polo, siempre defendió los intereses comunes y las causas más duras y justas, que precisamente por encarnar un clamor de justicia acarrean un nivel de dificultad mayor.
Luego de su paso por el Sena, Juan ingresó a la Universidad de Caldas, obteniendo el tercer puntaje para el programa de Derecho, situación que no sorprendió a nadie en virtud de las cualidades intelectuales y académicas que lo caracterizaron. En la universidad marcó historia al ser un destacado representante estudiantil ante el Consejo Superior, tribuna desde la que lideró los paros contra el alza de matrículas, defendió ferozmente la vigencia y autonomía de las Residencias Universitarias y sentó las bases de la MANE, al crear a nivel local la Mesa Amplia de la Universidad de Caldas, figura que fue ejemplo nacional y luego se replicó por todo el país en la lucha en la cual el movimiento estudiantil derrotó a Juan Manuel Santos en el intento de imponer el ánimo de lucro en la educación superior nacional.
Su vinculación posterior al movimiento sindical y su ingreso a la Contraloría y a la Procuraduría, después de quedar en los primeros puestos de los concursos de méritos de estas corporaciones, tampoco asombraron a nadie, pues lo que se esperaba de él -habida cuenta de sus capacidades y su amor por el derecho- era que llegara en algún momento a una magistratura o a un alto cargo, como nos lo confesó su hermana Claudia y su sobrino.
Juan Carlos, además de su brillantez, su cuero duro para enfrentar las críticas, su respeto absoluto por los contradictores, su análisis riguroso de la realidad, su fino humor y su afición por los tangos, los poemas y la literatura, nos deja un optimismo radical, que nunca permitió que se amilanara ante los hechos más adversos y siempre lo llevó a terminar su oraciones con un característico “pero bien”.
Mientras la lucidez del pueblo del que nos habló Saramago fue una impronta vital en Juan Carlos, la irracionalidad y violencia de los tiranos, que describió el nobel en su ensayo, fue precisamente la que segó absurda y tempranamente su vida. Cabe recordar que precisamente ante la muerte de Saramago en 2010, en una de sus habituales columnas de opinión, Juan Carlos expresó con sentimiento de pesar: “hemos perdido a un humanista”. Hoy, frente a la dolorosa partida de Juan, podemos decir sin temor a equivocarnos: hemos perdido a un luchador.
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