Acaba de culminar uno de los más largos y exitosos paros de las últimas décadas en el país. Durante 36 días los maestros de Colombia realizaron movilizaciones, tomas a capitales, plantones, carnavales, lecturas al aire libre, asambleas y reuniones, con lo cual lograron que el gobierno se sentara a negociar y consiguieron el apoyo de millones de ciudadanos, que manifestaron abiertamente su aprecio por la causa profesoral y por la defensa de la educación pública y de calidad.

No son difíciles de explicar las razones del paro porque si hay algo que anda mal en el país es la educación. Mauricio García Villegas y otros autores demuestran en el libro Separados y desiguales (Dejusticia, 2013) que el sistema de educación colombiano, a pesar del compromiso de los docentes y de los esfuerzos de los estudiantes y sus familias, reproduce y agudiza las desigualdades existentes en el país. Esto demuestra la profunda crisis del sector ya que en lugar de promover la movilidad social, el modelo educativo vigente replica la pésima distribución de la riqueza de Colombia.

García Villegas, a través de un extenso análisis de los resultados de las pruebas Saber 11, evidencia cómo se ha ensanchado en los últimos años la brecha entre los estudiantes de estratos bajos que asisten a colegios públicos, y los de estratos altos inscritos en colegios privados de élite. El estudio comprueba que, además de la situación económica, los estudios de los padres y el tamaño de la familia, la naturaleza del colegio y el estrato del estudiante tienen un peso relevante en los resultados de los jóvenes. Mientras los estudiantes de colegios públicos obtienen en las Pruebas Saber 11 un puntaje de 43,8, los estudiantes de colegios privados de élite obtienen en promedio un puntaje de 55,2. Esto implica que los estudiantes inscritos en instituciones privadas con matrículas superiores a 250.000 pesos, obtienen 11,4 puntos más que los estudiantes matriculados en instituciones educativas oficiales. En cuanto a la procedencia social, mientras que la diferencia entre jóvenes del estrato más bajo y el más alto fue de 7 puntos en el año 2008, en 2011 se amplió a 17; en ese año los estudiantes de estrato 1 obtuvieron 42,4 puntos mientras que los de estrato 6 alcanzaron 59,4.

Los malos resultados de la mayoría de colegios oficiales, en los cuales se matriculan generalmente los estudiantes de estratos bajos, no sorprenden. Y no es sorpresa que les vaya mal a las instituciones oficiales porque la política educativa de los últimos 30 años se ha basado en la desfinanciación del sector público, la privatización y las malas condiciones laborales. Los recortes a las transferencias le han asestado un duro golpe a las finanzas de la educación a nivel departamental y municipal, la política de colegios en concesión ha trasladado ingentes recursos públicos al sector privado y la situación laboral de los trabajadores de la educación es de las peores del mundo. Mientras un docente de los países desarrollados trabaja en promedio 700 horas al año, un profesor colombiano labora 1.200 horas, esto es, dos meses más de trabajo anualmente. Además de esto, mientras un profesor de un país perteneciente a la OCDE tiene un salario promedio de $9,8 millones de pesos (Education at a glance, 2016), un docente colombiano recibe mensualmente 2,6 millones (Fernández Marín, 2017), lo que significa que percibe un salario casi 4 veces menor en comparación con sus homólogos de Norteamérica y Europa.  

Ante esta dramática situación, el paro de los profes no solo fue justo sino necesario. La participación de Fecode en el debate sobre la reestructuración del Sistema General de Participaciones, el impulso a la creación de un estatuto docente único, la instauración progresiva de tres niveles de preescolar en el sector público y los incrementos y bonificaciones salariales, entre otros logros, demuestran la justeza y el éxito del paro de profesores.

Los maestros nos enseñaron a todos los colombianos que luchar vale la pena.