Uno de los principales reparos que pedagogos y expertos en educación hacen a las pruebas PISA es que utilizan los resultados para clasificar la calidad de la educación de los países sometidos a las pruebas estandarizadas. Considero que este no es el único indicador de calidad, porque deja por fuera dimensiones de gran impacto en la formación humana, y me referiré a la perversa comparación que hace la OCDE.
Me he interesado por leer el contexto educativo y social de Singapur, un país que nos han venido presentando desde hace algunos años como referente digno de emular en materia educativa. Allí la organización del Estado es absolutamente autoritaria, hay un régimen dictatorial y las normas que regulan el cumplimiento de los deberes ciudadanos son extremas, al punto de que está implementada la pena de muerte. Además, el respeto por la familia y el cumplimiento de las obligaciones de los padres y de los hijos son un imperativo social; la atención en materia de seguridad social y política pública de nutrición está garantizada por el Estado; el aborto no está prohibido cuando los fetos presentan dificultades para su desarrollo o cuando no está garantizada la unidad familiar por haber sido concebidos por padres solteros; la educación formal en edad escolar se complementa con cursos de arte, deporte, música y lúdica; y el maestro es reconocido social, política, académica y económicamente como un personaje fundamental en el desarrollo del país.
Podríamos afirmar entonces que cuando un niño ingresa a la escuela trae consigo el equipaje necesario para emprender un camino exitoso de formación. La concepción es planeada y esperada, hay normal desarrollo gestacional, adecuada atención en su cuna, protección garantizada y un efectivo acompañamiento de sus padres en el proceso de formación escolar. Adicionalmente, este pequeño se encuentra en la escuela con las condiciones suficientes en materia de logística y equipamiento para hacer las tareas, y cuenta con la asistencia y tutoría de un maestro que goza de todas las garantías para realizar su labor idóneamente. Las preguntas pertinentes ante esta realidad de Singapur serían: ¿No son los resultados alcanzados en las pruebas PISA una consecuencia lógica y esperada de la organización social, económica y política del país? ¿Son únicamente el sistema educativo, la gestión escolar y el papel del maestro en este país los predictores del éxito en los resultados?
Paralelamente, si analizamos las condiciones en las cuales ingresa un niño al sistema educativo oficial en Colombia, es fácil concluir, por un lado, que en la mayoría de los casos el infante está signado por la tragedia psicosocial, tatuado por el desamor y el abandono, marcado por la crisis familiar; y por el otro, que se encuentra con una escuela en desventura, abatida por una política pública que lentamente ha desterrado su almendra pedagógica, donde impera la econometría y el agresivo sistema de los indicadores de gestión, y con que su maestro no es reconocido socialmente, no está bien remunerado, mantiene en riesgo permanente por el pésimo sistema de seguridad social y, como si fuera poco, con que nunca pensó en ser maestro, como ha ocurrido en los últimos tiempos. En el caso colombiano, entonces, tiene sentido plantear las mismas preguntas del párrafo anterior para el caso de Singapur.
Pienso que en estas condiciones no tiene sentido aplicar la misma prueba a los estudiantes de Singapur y de Colombia, tampoco emplear la misma escala de calificación, ni mucho menos sacar conclusiones en paralelo. Perverso es determinar la calidad de la educación por sus resultados cuando lo que queda demostrado es que los mismos no son el resultado únicamente de procesos pedagógicos como de la calidad de vida.
Nota aclaratoria: No se me interprete en favor de la pena de muerte ni del aborto, solo refiero el contexto político de una nación.
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