Cuando un profesor me informa la noticia de su retiro, por principio de conducta lo animo en sus buenos propósitos y le comparto las novedades de su nueva vida. Esto no implica que su desempeño sea deficiente y que lo mejor que le puede pasar a la escuela es que se vaya. Y aunque ese pudiera ser el caso, mi línea de conducta la aplico siempre independientemente de los desempeños. Recientemente me sucedió con el profe Pacho, quien después de casi cuatro décadas de servicio activo en la docencia, decidió retirarse y apartarse de su ejercicio docente. Y quiero mencionar el caso de este maestro, porque me parece muy ilustrativo para la reflexión que deseo provocar y porque quiero hacerle un homenaje a él, y con él a todos los maestros que han dejado en las escuelas las mejores esencias que aromatizan los ambientes vitales de miles de niños y jóvenes que buscan escenarios de esperanza en la escuela y sus maestros.
El profesor Francisco se despide de la escuela en plenitud de sus condiciones físicas y mentales, renuncia al servicio activo de educador en medio de sus mejores clases, siendo reconocido por sus estudiantes, padres de familia y compañeros como el mejor. El caso del profe Pacho es el de muchos maestros colombianos. Maestro de vocación, disfrutó siempre lo que hizo, y madrugó a encontrarse con sus estudiantes y compañeros, porque lo consideraba una gran oportunidad en su vida y era un motivo de regocijo y beneplácito. Su clase, el momento del encuentro con sus estudiantes, fue su gran faena, por lo que se jugaba su suerte y cuidaba con celo cada detalle de ese momento que consideraba mágico e irrepetible. Encantador de auditorios, hacía de cada clase una trascendental conferencia y su público, sus estudiantes, permanecían en vilo de principio a fin. Gran compañero, Pacho ha sido siempre reconocido por su gran compañerismo y solidaridad; nada de cuanto pasaba a sus compañeros era ajeno a su interés y con desprendimiento y generosidad se donaba al servicio de sus colegas. Consejero y orientador, todos los estudiantes contaban con él como un experimentado amigo que les regalaba su tiempo y sabiduría y a quienes le podían compartir sus penas y preocupaciones.
Estos son apenas algunos de los principales atributos del profe Francisco que quiero compartir con ustedes y que me llevaron a prodigarle mi admiración, aprecio y gratitud, entre otras cosas porque no se ocupó con mucho afán por cultivar las relaciones con la autoridad, pues sencillamente ese propósito restaba tiempo a sus afanes de encontrarse con quienes sí fueron los sujetos de su tarea misional: sus estudiantes.
He analizado también al profe Pacho como un maestro de maleta ligera. No ha sido un académico consumado, no se preocupó mucho por cursar estudios de maestría y doctorado, y es de aquellos maestros que como yo pensamos que la escuela necesita maestros más que doctores. No se me interprete con que no estoy de acuerdo con la formación académica de los maestros. Claro que la defiendo y la promuevo. Lo que estoy significando es que antes de cualquier título la escuela necesita de maestros, porque si aún no he logrado ser maestro, ¿para qué quiero ser doctor? Prefiero a un maestro que lo entregue todo, que no se guarde nada, a un doctor que lo primero que se guarda es su tiempo porque la universidad lo acosa.
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