Uno de los propósitos más ambiciosos del actual gobierno nacional es hacer de Colombia la nación más educada de América Latina en 2025. Este noble objetivo, desafortunadamente, se quedará lejos, en anhelados sueños, sencillamente porque en el país caminamos por rumbos distintos que no van en la dirección deseada e ignoramos el destino al que llegaremos. El otro gran objetivo del actual gobierno, que hoy parece más una obsesión, es lograr que Colombia sea miembro activo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que, en palabras de algunos especialistas internacionales, es un club de buenas prácticas, un cheque al portador, un club de países ricos, un sello de calidad. Efectivamente, los países que lo integran se caracterizan por tener excelentes prácticas sociales, políticas, ambientales, de seguridad y educativas; digamos que allí se concentran aquellas sociedades que han logrado superar los lastres del subdesarrollo.
Teniendo en cuenta la situación actual del país, sus niveles de corrupción, los índices de pobreza superiores al 30%, la severa problemática ambiental, los altos niveles de desempleo, la precariedad en el sistema nacional de educación, la bajísima efectividad del sistema judicial, la profunda crisis del sistema de salud, en fin, la ineficacia y la inoperancia de las prácticas de la política pública, la inquietud que surge es si tendremos ropa para entrar a la fiesta de la OCDE, además porque ingresar a ella tendría para el país costos importantes: no solo habría que pagar una membresía de cinco millones de euros anuales, sino que también tendríamos que contribuir con 20 billones de pesos anuales durante 15 años, que es el costo estimado de administrar lo requerido por este organismo internacional; pero como si todo esto fuese poco y según conceptos de expertos autorizados en convenios internacionales de multilateralidad, Colombia podría perder la ayuda humanitaria que Naciones Unidas le otorga desde 2010.
Considero que los objetivos que persigue el país no tienen principio de realidad y que el segundo es, a todas luces, una obsesión equivocada, no solo porque no reunimos los requisitos para ingresara a la OCDE, sino también porque ser uno de sus miembros implicaría para el país elevados costos a cambio de unos beneficios menores: un sello a la calidad, que no tenemos; la refrendación de unas buenas prácticas políticas, que no existen; la certificación de superación de flagelos sociales, que aún son devastadores.
Es muy desafortunado que nuestra nación esté buscando diseñarse de modo que responda a los requerimientos de tan prestigiosa organización y no a las necesidades reales de su pueblo. En educación, por ejemplo, el ingreso a este organismo exige mejores resultados en matemáticas y lenguaje, y en esta dirección la gran apuesta nacional y del gobierno es la implementación de un programa bastante costoso: “Programa Todos a Aprender”, y considero que lo más grave de esta apuesta es el sacrificio de aspectos tan importantes de la formación humana como la recreación, el deporte, la formación artística, la tecnología, la educación ambiental, la ética y ni qué hablar de aquella fina y delicada línea que teje con sutiles puntos la felicidad de los niños.
En síntesis, no me parece saludable para el país pagar altísimos costos por un sello a la calidad que no tenemos, lo cual impone compromisos que probablemente no seremos capaces de sostener y no genera beneficios de impacto para el colombiano común, que somos la mayoría.
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