En el campo educativo hay asuntos muy difíciles de abordar y de discutir, por lo complejos e importantes que resultan. Uno de ellos es sin duda el relacionado con el plan de estudios, la propuesta curricular, los estándares o las competencias, porque de ello depende la estructura educativa de una nación. En efecto, se trata de definir las dimensiones que los ciudadanos deben desarrollar en los procesos de la vida escolar de un pueblo y por esta razón me sumo a quienes consideran que tamaña responsabilidad no ha sido asumida por los gobiernos y por el legislador con la trascendencia que su naturaleza demanda. Basta solo con saber que la estructura curricular vigente en Colombia tiene su origen en los modelos prusianos, que datan de hace más de ciento cincuenta años. El pedagogo Julián de Zubiría Samper acierta cuando afirma que “la escuela es la institución social más detenida en el tiempo”. Es evidente que han existido algunas modificaciones, pero son agregados no estructurales que responden más a presiones coyunturales que a modificaciones sustanciales producto de rigurosos estudios.
Lo que sí es claro para la inmensa mayoría es que alrededor del 90% del currículo escolar en Colombia es inútil, y no resiste debate alguno pensar que el país está en mora de responder con juicio y responsabilidad la pregunta que sugiero como título de este artículo: ¿Qué debe aprender un niño en la escuela? Para significar la importancia del asunto, quisiera abrir el debate con los siguientes referentes:
* Solo uno de cada mil estudiantes hace correctamente tareas de interpretación de lectura, análisis de argumentos, comprensión de textos; no obstante, en clase andamos demasiado ocupados con la gramática, la sintaxis, la morfología y las infografías literarias.
* Son evidentes los bajísimos desempeños de nuestros estudiantes en temas como el razonamiento lógico y la comprensión y solución de problemas; pero las clases de matemáticas se dedican fundamentalmente a resolver teoremas y algoritmos.
* La tabla periódica, los símbolos químicos, los pesos atómicos, los interminables nombres de los huesos del cuerpo humano, entre otros, no dan espacio para que en la asignatura de ciencias naturales los niños desarrollen competencias éticas, estéticas y fisiológicas en áreas tan importantes como su propio cuerpo y el cuerpo del mundo que habitamos.
* En el campo de las ciencias sociales, por ejemplo, la densidad de los accidentes geográficos del país, del continente y del universo, sumada a los datos históricos de la vida republicana del país y del mundo, entre otros asuntos, son prioridades que desplazan la posibilidad de que los estudiantes aborden las dinámicas sociales, políticas y económicas actuales del país y del mundo.
* Y ni hablar de la formación financiera, porque nuestros estudiantes e incluso una buena parte de profesionales egresan con nulas competencias en este campo, que les permitirían desempeñarse en una sociedad para la cual es indispensable tener unos mínimos de educación en negocios, puesto que es una dimensión que atraviesa todos los campos del desempeño humano.
Dejo aquí estas reflexiones para que el país educativo y fundamentalmente el alto gobierno y las autoridades legislativas asumamos el reto de discutir y trazar las líneas de los saberes que deben aprender nuestros niños para responder a las exigencias que el siglo XXI impone, una tarea aplazada desde hace muchísimos años y que la escuela reclama con urgencia.
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