Parece un contrasentido que mientras más se avanza en las investigaciones y en los estudios sobre pedagogía y didáctica, más frecuentes son las dificultades en los aprendizajes de los niños. En épocas pretéritas el no aprender era una condición excepcional, mientras que hoy no aprender es una situación recurrente, de ahí que sean tan normales las ayudas complementarias para intervenir lo dejado de aprender, desde profesores particulares, cursos complementarios, actividades de refuerzo, hasta incluso medicamentos farmacológicos. Surge entonces una pregunta trascendente: ¿Por qué no aprenden los niños? Me parece importante que los maestros discutamos y reflexionemos a la luz de nuestras prácticas, fundamentalmente iluminados por el sinnúmero de vivencias de aula que son, sin lugar a dudas, más valiosas y significativas que cualquier tratado o investigación. De mi parte y para abrir el debate, dejo en estas líneas algunas contribuciones construidas y validadas en el ejercicio cotidiano de mi ser como maestro.
En primer lugar, considero que los maestros nos hemos preocupado mucho por la enseñanza y eso ha restado posibilidades a los aprendizajes. Alguna vez afirmé en este mismo espacio que “preparamos la clase, mas no nos preparamos para la clase”. Por ejemplo: diseñamos el currículo, ponemos a prueba nuestras competencias disciplinares, preparamos la evaluación y hasta los tiempos del proceso de enseñanza se encuentran perfectamente definidos; pero poco o nada nos ocupamos del aprendizaje de los estudiantes y casi nunca nos preguntamos: ¿cuáles son sus intereses?, ¿qué quieren ellos aprender?, ¿cómo aprenden mejor?, ¿cuál es su disposición emocional?, ¿cuál es su ritmo de aprendizaje? De ahí que sea usual que a pesar de que enseñemos muy bien los estudiantes no aprendan o, peor aún, que aprendan mal.
En segundo lugar, “educar es permitir que el ser humano saque lo que tiene adentro y no que entre lo de afuera”. Los maestros nos hemos dedicado a darles a los estudiantes muchas herramientas que a nuestro juicio ellos necesitan, buscamos afanosamente que la maleta de sus vidas esté bien equipada y que allí carguen todo cuanto la vida misma les exige. Noble intención, pero no por eso deja de ser equivocada. Los procesos pedagógicos deben procurar la optimización de las condiciones que subyacen en las diferentes y variadas dimensiones de ese ser humano en formación, es con base en ese inventario que se potencian sus facultades y se define su ruta vocacional.
En tercer lugar, quiero hacer referencia a un gran pensamiento aristotélico: “Educar la mente sin educar el corazón, no es educación en absoluto”. Los aprendizajes no son posibles en escenarios de odio, de indiferencia y de temor; no en vano las mejores lecciones de nuestra vida fueron aprendidas en un abandono absoluto en el regazo materno, el amor más puro que ser humano alguno pueda experimentar.
Me he referido a tres aspectos sustanciales en nuestra práctica pedagógica que considero están influyendo de manera importante en los aprendizajes de los estudiantes. Claro está que existen otras circunstancias que impactan la dinámica de los aprendizajes, aspectos sicosociales, condiciones familiares y elementos socioculturales que han sido ya abordados en artículos anteriores. Dejo estos elementos para el análisis e invito a todos los maestros a una profunda reflexión sobre ellos y a implementarlos dentro de sus estrategias pedagógicas.
Los aprendizajes son de todo nuestro interés y preocupación, hagamos ya lo que a nosotros nos corresponde; solo así podremos pedir cuentas de las responsabilidades de los demás.
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