El pasado 15 de mayo se celebró universalmente el día del maestro. Esta tradición viene festejándose desde 1950, cuando el papa Pío XII ungió al sacerdote teólogo y pedagogo francés San Juan Bautista de la Salle como patrono universal de todos los educadores. Precisamente fue una exaltación a toda una vida dedicada a la educación de la niñez y la juventud y a la formación de maestros. Juan Bautista fue un hombre de familia adinerada, de suerte que tuvo el privilegio de acceder a la educación, derecho que hasta su época era desconocido totalmente para los pobres y marginados y que solo con su obra se expandió desde 1680 a los pobres, campesinos, huérfanos y miserables de aquellos tiempos. Él, ya hecho sacerdote, teólogo y doctor, y luego del fallecimiento de sus padres, se hizo cargo de la formación de sus hermanos y distribuyó entre los pobres toda su riqueza familiar hasta hacerse él realmente pobre. En estas condiciones y luego de renunciar a su nada despreciable fortuna, se retiró a vivir en condiciones de pobreza con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, comunidad que él fundó y es comúnmente conocida como Hermanos de la Salle.
He querido traer estos ligeros datos sobre los orígenes de esta efeméride, primero, para ilustración general, pues considero conveniente y saludable conocer estas piezas históricas que aún tienen vigencia y son muy sensibles al desconocimiento a causa del relevo generacional tan acelerado de los actuales tiempos; pero también porque es de vital importancia recuperar las enseñanzas que nuestro patrono nos ha dejado para el eficaz desempeño de nuestra tarea vocacional.
Solo un aspecto pretendo resaltar de su manantial de virtudes. Dice la narrativa histórica: “Renunció a comodidades, lujos, fortuna, canonjía y se fue a vivir como maestro”. Junto a este profundo mensaje podríamos poner el pensamiento del filósofo español Emilio Lledó, quien afirma: “Ser maestro no es solo una forma de ganarse la vida, es sobre todo una forma de ganar la vida de los otros”. Comprometernos con este propósito implica en muchas ocasiones desacomodarnos, desinstalarnos y abandonar nuestra zona de confort. Por eso invito a mis colegas maestros a hacer una reflexión en torno a este aspecto: ¿Qué tanto estamos dispuestos a sacrificar de nuestra comodidad a cambio del aprendizaje y la formación de nuestros estudiantes?
La educación tiene sentido para todas las clases sociales, porque la formación es una necesidad universal. Para quienes tienen mucho es un requerimiento; para quienes tienen poco o nada, una urgencia. Si con San Juan Bautista de la Salle llegó la posibilidad para que los pobres y miserables accedieran a la educación, entonces una buena parte de la labor del maestro está signada por una opción preferencial por los pobres, tal como lo profesa la doctrina de Jesús de Nazaret, el gran maestro. De ahí que la labor del maestro encierra no solo un fundamento delicadamente humano, sino también en sí misma una esencia política, como quiera que acompaña al hombre a transitar caminos de equidad y libertad.
Invito a todos mis apreciados colegas a hacer propias estas reflexiones que inspiran esta celebración, pero fundamentalmente a incorporar en su ejercicio profesional este legado patronal que hará más próspera su misión de educar.
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