Al iniciar cada jornada de trabajo, dedico una buena parte de tiempo para recorrer consciente y detalladamente todo el colegio. Esta rutina se ha convertido en un momento oportuno para intercambiar mensajes con estudiantes, profesores, padres de familia y empleados, quienes han venido acostumbrándose a reservar su agenda para realizar el tour. Hace algún tiempo, una de las profes de primero me invitó a pasar por su grupo para saludar a los niños, entre otras cosas -decía la profe- porque me querían agradecer por tenerles un colegio tan bonito. La semana pasada, al pasar por el pasillo frente a su salón, recordé la cita y decidí dar un breve saludo a sus pequeños. La interrupción del momento de clase fue lleno de bellos detalles que parecieran tener preparados, pero que lo repentino de mi llegada no permitió superar.
Para no abusar del umbral de tolerancia de usted, amigo lector, evitaré gran parte de la anécdota para concentrarme en lo que considero interesante. La profe les dijo a los niños: “Niños, buenos días”, y al unísono, con aires de coro angelical, los niños contestaron: “Buenos diiiias”. “¿Quién es él?” -preguntó ella-, y de inmediato y con el brillo de su espontaneidad, uno de los pequeños contestó: “El capitán”. En el momento la respuesta para mí fue divertida, jocosa y llena de gracia.
Luego tuve la oportunidad de sumergirme en las profundidades de su significado en el contexto donde se origina, y me he colmado de asombro y he encontrado una bella página de las miles lecciones que me ha dejado la escuela: un director de escuela para sus estudiantes es, sin duda, el capitán. La escuela es el barco; los profes, la tripulación; la vida, su mapa de navegación; los estudiantes, sus pasajeros; y el éxito, su destino. ¡Qué lección maravillosa nos ha dejado este pequeño y qué responsabilidad inmensa nos ha legado esta vocación! Porque el capitán también es el responsable del equipamiento, la seguridad y, en caso de riesgo, el último que debe abandonar el barco.
En noviembre de 2013 publiqué en este mismo espacio un artículo titulado “El vaivén de un rector”, cuya inspiración fue el interesante libro “En un vaivén sin hamaca, la soledad de un directivo docente”, del profesor Carlos Miñana Blasco de la Universidad Nacional. Quisiera hilar esta reflexión de hoy con aquella de hace más de cinco años, y por eso los invito a complementar este artículo con la lectura del de marras, porque nos permite visualizar la inmensa brecha que existe entre las responsabilidades que tenemos como directores escolares y las condiciones prodigadas para cumplirlas. No se necesita hacer un esfuerzo muy grande para concluir que se trata de un abismo. La autonomía de navegación con la que realmente contamos no supera el año, porque en Colombia no está garantizada la normalidad ni siquiera para un año lectivo. Pero en cambio los destinos esperados, el puerto soñado, requiere de viajar con una autonomía de navegación calculada en décadas, como quiera que el sentido de la escuela hoy no es ganar el año, sino “ganar la vida”, en medio de un viaje en crucero afectado por huracanes, tornados y ciclones. Bueno, también hay jornadas de buen tiempo y mar en calma.
La gran noticia es que así como este pequeño de cinco años de edad con su genial respuesta nos propicia tan grande reflexión, así mismo la genialidad del maestro, el poder de su vocación y la energía de su espíritu permiten que gestas como esta sean posibles. Por esa razón sigo convencido de que, a pesar de las circunstancias adversas, llegaremos a buen puerto.
¡Buen viento y buena mar!
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