La violencia de finales de los años 40 del siglo XX en Colombia fue atizada por el sectarismo partidista. El regreso del Partido Conservador al poder en 1946, con la elección de Mariano Ospina Pérez a la Presidencia de la República, le dio paso a una persecución de cotidiana intensidad, con muertes, desarraigos y otras acciones represivas bajo el amparo oficial. La consigna de “A sangre y fuego” fue asumida y ejecutada en forma despiadada por criminales que estaban al servicio del Gobierno. Con el asesinato del jefe liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 se tocó fondo. No era una víctima cualquiera. Se trataba de quien representaba la oposición a un régimen que promovía el exterminio de los contrarios como el triunfo de lo que ya tenía las características de una hegemonía. Frente a ese desmantelamiento de las garantías de seguridad crecía la inconformidad, pero al mismo tiempo arreciaba la acción de exterminio.
El 7 de febrero de 1948 se llevó a cabo en Bogotá la impresionante “Manifestación del silencio”, en la cual Jorge Eliécer Gaitán pronunció su elocuente Oración por la paz. Fue un discurso memorable que puso al país frente a su lacerante realidad. Sin embargo, siguió apretando la soga de la opresión y poco después se consumó la muerte del jefe liberal. Así se rebosó la copa de la violencia que dejó 200.000 muertos.
Ante ese descuartizamiento, Darío Echandía, con pensamiento crítico hizo esta pregunta: “¿El poder para qué?”. Estaba destinada a alertar sobre la devastadora realidad que atrapaba a Colombia: el extremismo de la violencia, de la desigualdad, del abuso de poder y los demás desajustes. Condiciones de perturbación cuyos efectos negativos recaían sobre la población desprotegida.
¿El poder para qué? La percepción es que el beneficio lo acaparan quienes manejan los privilegios. En eso están los traficantes de influencias, los que se enriquecen en forma ilícita, los capos de los distintos carteles. Todos ellos lideran la resistencia al cambio, a fin de que siga todo igual, a pesar de que ese atraso es el candado que bloquea las nuevas posibilidades.
Ahora que se está en la carrera electoral para Presidente y congresistas, conviene desentrañar el alcance de lo expresado por Darío Echandía. Y hay que llevar a los aspirantes a que hagan precisión de sus compromisos desde el poder.
¿Va a seguir el país atrapado en las limitaciones que le impiden la solución de tantos problemas acumulados? Hay que quitarse las amarras de la exclusión, de la intolerancia, de la mezquindad y de los odios, toda esa carga de confusiones y de contradicciones que llevan a lo peor.
Los inscritos para Congreso y Presidencia deben responder públicamente la pregunta ¿El poder para qué? Sin demagogia y conforme a las convicciones que se tengan.
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