Destacados ensayistas han publicado densos estudios sobre Bernardo Arias Trujillo. Roberto Vélez Correa, Hernando Salazar Patiño, Ángel María Ocampo, Albeiro Valencia Llano y ahora Fabio Ramírez Ramírez, han oficiado misas paganas ante el túmulo del ilustre manzanareño. Buscan los turistas su cenotafio, releen sus páginas de oro, recitan Roby Nelson, desatan lenguas para ensalzar las memorizadas romanzas de sus múltiples escritos. La razón se resiste aceptar que en solo 34 años este acróbata de la prosa sea el autor de lirismos que el tiempo no sepulta. Estaba dirigido por una musa ebria, partera de fantasías, siempre con sobredosis de relámpagos. No tuvo castidad para manejar el idioma, no le puso bridas al adjetivo, utilizó los verbos con ansiedad en sus lances de francotirador. Era un tirapiedras para pulverizar estatuas, un irreverente que sabía utilizar su estilo con voracidad glotona. No tuvo rival como panfletario.
Fue entrañable amigo suyo José Camacho Carreño, el Leopardo que presidía la Legación de Colombia en Argentina. De su grupo histórico, el santandereano utilizó el lenguaje más pulido y fue constructor de metáforas de esplendor inconcebible. Tuvo Camacho el don de una elocuencia que manaba de las peñas del parnaso. Federico García Lorca encontró su otro yo en Arias Trujillo. Llegó a Buenos Aires el autor de “La amada infiel” y se anilló afectivamente con el colombiano que allí vivía en menesteres diplomáticos. Eran jóvenes bizarros, tenían cresta vanidosa y las mismas ocultas debilidades. Gustaban de la morfina, se escondían para las bacanales con efebos, estiraban las gazaperas lúbricas hasta los primeros picotazos de la aurora. Conformaban una sólida pareja intelectual, el español con su inspiración gitana, el caldense artista para chapucear por los estuarios de una lírica perfecta. Arias era temperamental, indudablemente ciclotímico, sangre torrentosa trepidaba por sus arterias, también proclive a los fogonazos deslumbrantes. Estigmatizado por sus placeres clandestinos, despótico y vanidoso, retó su medio con verbosidad altanera. Tuvo que parir esas estampas fúlgidas, en medio de pesadillas alocadas. Siempre lúcido, sus escritos surgieron bajo el acoso de los delirios. Del abatimiento pasaba al oropel literario, de la anarquía a la esperanza. Se batió en los abismos, paladeó la angustia, y fue argonauta para superar el torbellino del existir. Personaje complejo que buscaba los extramuros para los vagabundeos.
Ahora Fabio Ramírez se ha hundido en su biografía que bien conoce, inclinándose ante la estatua que Manzanares le erigió sobre sus laderas.
Se piensa, a veces, que la provincia es estéril para las faenas intelectuales. Dijo Chejov “escribe sobre tu pueblo y serás universal”. Las letras arman una fraseología social, que se transforman en coraza para enfrentar los roces de la vida. La bohemia, los libros, la apetencia para buscar espacios importantes, todo junto, hacen un plexo para afrontar los embates del destino. Como las adversidades amarran y oprimen, quienes las sacuden se convierten en conductores de pueblos. No solo los políticos tienen cayado para abrir caminos. Todas las sociedades, grandes y pequeñas, cuentan con líderes que señalan derroteros comunitarios de superación. En esas comandancias está Fabio Ramírez.[CM1]
Este Fabio tiene el piso alto semidespoblado, una barbera filosa rapa la curva de su cuello, luce un tupido bozo de nieve, en sus ojos centellean lampos de bondad y hay en su rostro un encendido reflejo levítico. Parece que eligió mal su vocación. Suya debiera ser la sotana, el roquete morado, la paciencia de los confesonarios, la voz de fuego en los púlpitos, con labios piadosos para las oraciones de consuelo en la recta final de los moribundos. En vez de su quijotismo caminero, debió auscultar que estaba predestinado para las homilías verbosas, las misas gregorianas y sus manos sentenciadas para cumplir el rito de las hostias. Pero no. Prefirió las bancas escolares. Como Jesucristo, Fabio Ramírez fue pedagogo, predicó, rescató almas, e hizo de su vida un código de conducta diamantina.
[CM1]Co un edades
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