Nombre insonoro. Presumo que no serás alto como Álvaro Gómez pero sí vigoroso y vital como Luis Emilio Sierra; no florero vistoso y además pulido como Fernando Londoño, ni anoréxico como Benjamín Duque Ángel; tampoco mandón y déspota como Víctor Renán Barco, ni suave y tranquilo como Mendoza Hoyos. Debes tener un genio parejo, amiguero y jocoso, correrás vidrios con tus electores, oirás rancheras y exprimirás nostalgias de amor con tangos tristes. Tú, Félix Chica, serás como cada uno de nosotros.
Saliste (salimos) de abajo. Como Víctor Renán Barco que aprendió a dar los primeros pasos en el Plan de los Naranjos, vereda de rastrojos en Aguadas, con padres enredados en ceñidores de peinillas; como Ómar Yepes Alzate que nació en la orilla de una carretera, en La Mina, muy cerca del área urbana de Pijao, en donde su progenitor era dueño de un latifundio cafetero; como Luis Emilio Sierra que montó zancos y jugó corozos en las calles de Marsella; como Carlos Uriel Naranjo, alumno de la escuela campesina del Tablazo, ahí en el ombligo de Manizales. Falta mi cuña personal. Sobre un otero llamado Buenavista, allá arriba de Aranzazu, con noches frías aporreadas por borrascas de viento, apelotonados los hijos en una amplia esterilla, igual que Saramago, tuve desfigurada consciencia del duro prólogo de mi vida. No había opulencia, y la aguadepanela que tomábamos era la humilde contraprestación al sudor proletario de mi padre. De ahí en adelante, todo fue difícil. Seminarios, hostilidad social, espinillazos bajos, codazos a granel para abrir, contra émulos, espacios de combate. Tu vida, ya lo sé, ha sido de resistencias, inmaculada y viril. Juntando ladrillos, arrimando materiales de construcción, empañetando paredes, lograste armar un destino ambicioso, hecho a base de integridad moral.
Tú eres de Norcasia, con agites en los repechos de una cordillera, acariciada por un sol fuerte, musicalizada por los mugidos de las vacadas, con laderas fabulosamente valiosas por la inmediatez de la Hidroeléctrica La Miel.
Qué delicia y qué honor, Félix, haber nacido pobres. Porque aprendimos a ser hombres. Porque desde la ruda infancia supimos que nada se nos regala y que todo hay que conquistarlo. Mírate las manos y aún te deben quedar leves huellas de los ajetreos campesinos, cuando tenías que apuntalarte para enlazar y sujetar becerros, o agarrar por la crin una potranca virgen, arisca y peligrosa. Esos viacrucis lejanos no dualizan con los suaves edredones de los niños melindrosos a quienes una providencia elitista los acunó en cestillos perfumados.
Tú fuiste jinete locato sobre alazanes desbocados, madrugaste a los ordeños con un capataz gruñón, aprendiste el agrio vocabulario de las interjecciones cuando la ternerada holgazana salía corriendo por los potreros abajo. Fuimos macerados. Ni siquiera tuvimos cotizas cuando ingresamos a la escuela y los primeros botines los conocimos cuando hicimos la Primera Comunión. Pero qué carajo ¡aquí estamos!
Sé que eres un ciudadano ejemplar. Ángel de la Guarda de Norcasia, fortín humano de Samaná, voz congregante del Oriente, símbolo de todo el conservatismo de Caldas. Tu vida está armada de sacrificios, de fatigas encadenadas, de noches en vela y de madrugadas veloces. En política, Félix, no se duerme. Los contrarios acosan, los días deben ser dilatados y las noches cortas. El hombre público sufre un constante martirologio. Las faenas que se coronan nadie las agradece y las equivocaciones son cobradas con ostracismo. La moneda circulante se llama ingratitud.
No hay enemigos a la derecha, escribió Silvio Villegas. Venimos Félix de distintas laderas, hemos cruzado puentes varios sobre aguas borrascosas, de pronto nuestros metales tienen distintas aleaciones. Pero tú y nosotros, tenemos parecida armadura ideológica, nos bautizaron en la misma iglesia, libramos idénticas batallas en defensa de ideales sagrados, nos arropamos con la misma bandera y nos sacude la emoción cuando cantamos el Himno del Partido Conservador. Somos compactos como una roca. No nos prostituimos, ni buscamos catres en casas de lenocinio ideológico para las fornicaciones. Qué desgracia Félix: si Luis Emilio Sierra y Ómar Yepes Alzate se hubieran entendido, habríamos elegido en Caldas un senador conservador. La unión crea mística. Suma y multiplica votos. Pero lo triste es así.
Consciente, enarbolo tu nombre para que nos representes en el Congreso de la República. Eligiéndote ponemos en tus manos responsabilidades ineludibles. Eligiéndote, nos elegimos a nosotros mismos. En este trance excepcional del país, estamos firmes contigo. ¡Todos somos Félix Chica!
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