Hace dos años estuvimos en la última Convención Nacional del Partido Conservador. 6.000 delegados llegaron a Bogotá de todos los extramuros de la patria, para asistir a ese ágape de una ideología con intangibilidad perenne. Vimos indígenas con penachos de plumas y boca abierta de oreja a oreja gritando vivas. Paramunos con ruanas lanudas, santandereanos de sangre espesa, costeños jolgoriosos, maiceros recatados, atomatados boyacenses, todos estremecidos de júbilo proclamando lealtad a una tradición azul. Reflexionábamos: ¿moribundo nuestro partido? ¿Anémico, tal vez en vía de extinción? ¡Qué va! Allí lo vimos gritón, desabotonado, vibrante, con pujanza y codicia de mañanas esperanzadoras.
En Caldas padecemos una anarquía desoladora. No hay disciplina, nadie manda, todos son caciques. Y la culpa es colectiva. Ómar Yepes, Luis Emilio Sierra, Guillermo Ocampo, Dilia Estrada, fueron jefes cuando necesitaban los votos para llegar al parlamento, pero ahora, ya pensionados, abandonaron las masas conservadoras. Gonzalo Valencia de Aguadas, Alberto Duque de Pácora, Mauricio Restrepo de Marulanda, Germán Elías Gómez Isaza de Salamina, Amparo Vásquez de Aranzazu, Jesús María Alzate de Filadelfia, Adolfo León Castro de La Merced, Augusto Arango de Neira, Jesús María Martínez de Samaria, a cada uno pregunto: ¿Dejaron de ser conservadores? Tuvieron cargos representativos y algunos se jubilaron. ¿Ahí sí eran godos, pero ya no porque no requieren su respaldo?
¿Qué se hicieron Jorge Hernán Mesa de Samaná, Marleny Osorio de San Diego, José Dolores Aristizábal de Marquetalia, Henry Ramírez de Manzanares, Félix Chica de Norcasia, Luis Alberto Franco de Pensilvania, Rubén Darío Valencia de Bolivia, Aarón Guevara de Marmato, Jesús Arcila de Riosucio, César Londoño de Supía, Silvio Ríos de San José, Jaime Colorado de Belalcázar, Awar Mustafá de Viterbo, Delio Jaramillo de Risaralda, Jorge Iván Duque de Anserma, Fernando Elí Mejía de Chinchiná, Cruceli Tamayo de Villamaría, Gloria Restrepo de Palestina?
Cuesta la lealtad a un partido. De mí sé decir que me han dado garrote hasta convertirme en sangrante nazareno. Cuando retorné de la Embajada de Bolivia, Ómar Yepes prevenía a los copartidarios de los pueblos contra mí porque dizque iba a llegar con maletadas de dólares obtenidos en negocios clandestinos de droga. Desde hace tres décadas estoy con él y políticamente a su lado moriré. ¡Cosas tiene la vida! José Restrepo, el jefe en su momento, después de que una convención departamental aclamara mi nombre para la Cámara de Representantes, para darle gusto al sacerdote Hoyos Ocampo, me borró de la lista, porque sí. Rodrigo Marín enviaba emisarios para detectar qué hablaba yo con los jefes municipales. ¡Tanto miedo me tenían! Me persiguieron. Ante un cerco militarmente cerrado, opté por acampar en Bogotá por 30 años como abogado penalista y parece que me fue bien. Regresé a los botafuegos de la política como soldado. Y ¿qué? ¡Nada! Aquí estoy al pie de mi partido, clavado como hito sobre roca.
Una nueva generación ¡magnífica! está en la palestra. Jorge Hernán Yepes, Carlos Uriel Naranjo, Jorge Hernán Mesa, Félix Chica, Juan Martín Hoyos, Ómar Reyna, Silvio Ríos, Fernando Elí Mejía, Diego Tabares, Camilo Alzate, William Ruiz, Ignacio Gómez, Hernando Arango Monedero, Fernando Calderón, Arturo Yepes, Gabriel Zuluaga Montes, Nicolás Jiménez, Henry Ramírez, Jorge Iván Duque, Awar Mustafá, Néstor Jairo Tabares, Norbey Ospina, Luis Alberto Franco, Juana Carolina Londoño, Marleny Osorio, Mauricio Londoño, Cristina Otálvaro, los concejales de Manizales Gonzalo Valencia y Rubén Darío Giraldo, Óscar Yoni Zapata, Daniel López, Wagner Zuluaga, Cristian Pareja, Neved Londoño, Juan Diego Aguirre, Alejandro Bedoya, Guillermo Patiño, Yudy Vanessa Casanova, Juan Martín Arbeláez, Sarita Pineda Cardona, Daniel Ospina Valencia, Jacobo Mejía Restrepo, Camilo Robledo, Leidy Laura Arroyo, Daniel Felipe García, Camilo Andrés López, María José Negrette, y tantos más que la precaria memoria olvida, están ahí, firmes, para cualquier contienda.
En los nombres mencionados hay una diáspora de valores que, todos sumados, integran un ejército invencible. Ellos heredan el patriotismo de Aquilino Villegas, el talento tribunicio de Fernando Londoño, el realismo de José Restrepo, el deslumbrante esplendor de Gilberto Alzate, la garra combativa de Silvio Villegas, la seriedad y aplomo de Hernán Jaramillo Ocampo, el imperio mental de Rodrigo Marín, el fino olfato de Ómar Yepes.
¿Por qué no se conciertan? ¿Por qué esta ruinosa dispersión? Si este ejército toma a pecho la defensa de una tradición, si todos juntos forman un propósito común realizable, se apoderarían del departamento como dueños de su destino.
La política es quijotismo, es una calistenia espiritual. La vida vale por ese más allá que nunca tiene confín limitante. Siempre hay un amanecer que diariamente se reedita, un alma con hambre que solo llena Dios.
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