Acertó Colombia cuando eligió a Iván Duque como su presidente. Tiene condiciones excepcionales. Fue una revelación como parlamentario. Brillante como candidato al Solio de Bolívar. Ha demostrado ser sabio en teorías que tienen que ver con el poder. Es mesurado en sus conceptos. Certero y tajante en la réplica. Espadachín cuando utiliza la dialéctica. Duro en la confrontación. Sembrador de optimismos.
Es irónica su suerte. Fallas no evitadas han anudado dificultades que empañan su misión de gobernante. Comenzando con su Partido. Hay la sensación de un respaldo mermado y cicatero a sus propósitos administrativos. Fernando Londoño harto significa en el Centro Democrático y su opinión recoge los sentimientos de esa colectividad. Pocas veces se ha escuchado una carga verbal más acerba y demoledora, untada de vinagre, como la disparada por el importante periodista contra el Jefe del Estado. Ese botafuegos evidencia un descontento larvado que socaba gravemente el respaldo que los suyos deben dar a sus programas.
Peor aún. Álvaro Uribe se le ha atravesado con propuestas que desorientan la opinión. Es un error sustraer el salario mínimo que, en diálogos intensos, cada año tratan de acordar el capital y el trabajo. Es entendible que el mundo laboral tenga aspiraciones desmesuradas. Uribe propuso que el ejecutivo afrontara esa responsabilidad. Violenta hubiera sido la reacción del proletariado ante cualquier determinación autónoma del Gobierno.
Las grandes iniciativas deben pasar, previamente, por un tamiz que retoque y pula lo que será objeto de intensos debates parlamentarios. Se presume que el ejecutivo tiene en el Congreso unas disciplinadas mayorías que asumirán la defensa de sus propuestas. El resultado, hasta ahora, ha sido desastroso. El desgraciado manejo del gravamen a la canasta familiar desnudó muchas falencias. Guglielmo Ferrero en su libro “El Poder” magnifica el yantar casero como objetivo primordial de quienes tienen bajo su responsabilidad el destino de una nación. Escribió: “Un impuesto que encareciese el vino o los pollos tendrá siempre más importancia para la generación contemporánea que la misión de un régimen, descubierta por la filosofía de la historia un siglo más tarde. Tal la flaqueza natural del juicio humano”. El pan, su escasez o su precio, fue una de las causas de la revolución francesa.
El Gobierno no consulta con sus respaldos legislativos los polémicos proyectos de ley que habrán de generar duras controversias. O si lo hizo con su Partido, éste se corrió y abandonó a su presidente. El primero en recular fue el señor Uribe que le quitó el respaldo al gravamen a la canasta familiar. Esa actitud conlleva un pésimo mensaje. Se presume que el caudillo sabía del contenido de las trascendentales medidas. Cuando percibió la unánime reacción nacional, reversó, abandonando al piloto que conduce la nave del Estado. Esa conducta desgastó al Centro Democrático, dejó sin piso al ministro de Hacienda quien en temas tan espinosos debió consultar previamente al Presidente antes de presentar al legislativo sus esbozos legales.
Expresa Steve Bannon, estratega en la exitosa campaña presidencial de Donald Trump que la prioridad “es ganar elecciones”. Como vamos, le estamos abriendo calle de honor a la presidencia del señor Petro. Este dando golpes de opinión con una jauría de políticos y el gobierno defendiéndose con la menguada tropa de los técnicos.
En Colombia, como en todo el mundo, se denigra de la clase política. Los que aspiran al comando del Estado la utilizan, y a través de ella concitan multitudes. Los gremios no movilizan opinión, no los ricos de pueblos, no las reinas de belleza, no los chupatintas. Los ganaderos, los constructores, los Ardila o los Sarmientos no se encaraman a una tribuna o madrugan a los pueblos y veredas a hacer homilías doctrinarias y a posibilitar una comunicación cordial con el electorado. Es el político, solo el político, que se transforma en apóstol y cirineo para predicar y cargar una pesada cruz de compromisos sociales. Esa actividad insistente solo recibe salivazos de los murmuradores que poco saben del barro humano.
Aplicando esta crítica a mi presidente Duque es necesario señalar que sus colaboradores en los ministerios, con excepción del gran ministro de Relaciones Exteriores, podrán ser unos genios tecnócratas, dueños de sabidurías espaciales, pero cómo están de desvinculados de la gente. Estadistas teóricos, ratones de biblioteca, que si de pronto le dan la mano a un trabajador, de inmediato buscan el antibacterial que purifique el contacto que ha tenido con la plebe.
¿Por qué se han excluido los políticos de este Gobierno? ¿Solo fueron buenos y necesarios para ganar las elecciones, ahora convertidos en personajes sobrantes que estorban en los menesteres de la administración pública? ¿Acaso no necesita el respaldo mayoritario del Congreso, integrado por activistas, no por perfumados sabiondos que se autoestiman como una casta privilegiada? Si el político “técnico en ideas generales” como dijera el Mariscal Alzate, cansa y hay que marginarlo, si es un injerto dañino en el árbol de la democracia, dennos la fórmula para reemplazarlo.
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