Haré dos recorridos en torno de Daniel Trujillo. Primero su relieve físico. Revela 55 años. Tiene caminado militar, pisa duro y con su ligero trajinar recorre, sin darse cuenta, distancias kilométricas. Muestra un torso viril, con firmeza de roca en donde se astillan las tempestades. Los brazos son vigorosos, con leve agitación en la cátedra, transformados en aspas metálicas en la calistenia del ágora cuando orientaba multitudes. Su cuello es grueso y fibroso. La cara redonda denuncia placidez burguesa. Labios finos que se acomodan estéticamente a la curvatura de su boca. Daniel tiene una dulzaina incorporada al musical fuelle de su garganta. Su voz parece estar recostada sobre una pared invisible, apuntalada en peñascos rígidos. Daniel conversa con los ojos. Son bailadores, inquisitivos, hurgadores y alegres. Su elocuencia es catapultada con el destello de su mirada. Con ella debió enamorar. María Elena ¡tiempo ah! cayó rendida ante el magnetismo de esa corriente eléctrica. Tiene en su epidermis el tinte opalino de las tardes que lo convierte en exponente de un trópico exuberante.
He dibujado el continente de su piel y me toca viajar ahora hacia adentro, sumergirme para bucear en torno de su alma. Daniel es un ambicioso. Domó infortunios, los enfrentó, sostuvo pugilatos con la adversidad y finalmente salió del ring en hombros como aclamado vencedor. Siendo un pibe intuyó que hay que ser contundente en los puñetazos, implacable como adversario, tener arterias por donde fluya sangre de tigres. Ha sido perpendicular en sus decisiones. Primero olfatea, analiza, cuantifica probabilidades, y finalmente decide. En la escalera de su vida, buenos son los peldaños que se trepan sin acosos, con tanteos previsivos, para eliminar sorpresas. Eso le permitió ser un consentido de la democracia. La procesión en ella lo acomodó bajo un palio de palmeras, para proyectar su vocación por la importancia. Tomó como suya la gama administrativa en donde hizo un recorrido destacado, después probó el estadio parlamentario, desistió de esos oropeles, para dedicarse al magisterio jurídico. Finalmente decidió ser notario epónimo.
Trujillo es espíritu puro. Es quijotesco, es decir, ha quebrado lanzas contra molinos de viento, ha parlado elocuentemente sobre la incidencia de las armas y las letras en el gobierno de los pueblos, se ha condolido del orate despeñado en la Cueva Montesinos, aprendió de memoria los consejos dados a Sancho Panza para el buen manejo de la Ínsula Barataria. Daniel paladea fantasías y sobre ellas monta el Rocinante de su imaginación para corretear al galope sobre los movibles senderos de los mares.
Y el escritor. ¿Cómo no referirme a esa pluma suya, de incontenible fuerza tropical? ¿Cómo no hacerle venias al sustantivo que clava como mojón imperial, epicentro para construir el deleite de sus logomaquias? ¿Cómo dejar de lado el adjetivo decorativo, colgado en una baranda que rechaza limitantes, airoso, lozano, que le brinda penacho al contenido del discurso? ¿Qué no decir del verbo creador que Daniel rescata de los pajonales del diccionario, para hacer de él columna vertebral de la oración?
Es embriagante su prosa, dándole campo a su imaginación que desconoce linderos. Ama el paisaje, dimensiona lejanías, moja sus pupilas en los manojos espumosos de los ríos, se extasía al contemplar el volumen ostentoso de las montañas y luego se enconventa para elaborar testamentos sobre sus experiencias visuales.
Después de ser autor de varios libros, Daniel Trujillo aterriza ahora con “Pulcro Instantáneo. Ruin de Principio a Fin”. El personaje es un granuja vinagre salido del averno. Este escombro humano, dualiza esporádicos destellos cristianos con procelosos baches de escándalo. Lo llaman Don Siniestro. En la carátula se esboza su perfil. Moreno, con bozo trasquilado, mirada torcida, sombrero negro con caída de tango, vestido de un amarillo lánguido hurtado en prendería, y una cara macabra que estereotipa a un bandido lombrosiano. Después de matar, o someter mujeres, o destapar sarcófagos en los cementerios para arrancar dientes enchapados en oro, buscaba un cura alcahuete para que le perdonara sus fechorías. Las raras ambivalencias de Pulcro Instantáneo, lo perfilan no como personaje de panópticos, sino como un enfermo para elucubraciones de psiquiatras.
El rebusque intelectual de Daniel Trujillo, las lecturas de los clásicos griegos, (mucho Eurípides y bastante Sófocles), la movilidad de su cerebro inconforme y la asimilación de filosofías que tienen que ver con el hombre y sus laberintos, sirven de peana a este relato fantasioso.
*Palabras pronunciadas en la Fundación Universitaria del Área Andina de Pereira, en el lanzamiento del libro “Pulcro Instantáneo. Ruin de Principio a Fin”, del escritor Daniel Trujillo Arcila.
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