Tengo poca autoridad para abordar este tema. Soy un pésimo orador. Se me empantanan las palabras, me atasco, peor aún, las musas son esquivas. Sin embargo, con cínica impudicia me subo a los balcones. En más de 70 años hago carambolas verbales en las plazas públicas, y pocas veces gano un “chico”. Envidio a los buenos tribunos. Carlos Holmes Trujillo, (qepd) en la pensión Duque de Bogotá compartió conmigo un modesto cuarto estudiantil. Su obsesión era la plaza pública. Tenía un espejo grande y ante él modulaba gestos, ensayaba la movilidad de los ojos, estiraba los brazos, los recogía, se apuntalaba en un pie, después en el otro, pronunciaba frases y me preguntaba “¿lo hago bien…o no? ¿De 1 a 5, qué nota me pones?”. Esa era su academia privada, el proceso formativo de quien, finalmente, fuera un orador espectacular.
El ágora pertenece a los osados, a los que no se asustan con la sorpresiva chispa de los relámpagos, ni tampoco temen los remolinos que se encaracolan en los ríos. El que se asoma a una ventana tiene arrojo, es Tarzán que se balancea en los columpios, un cazador de términos golpeantes y, a priori, sabedor que el éxito es esquivo y la inspiración remilgona. El orador es esencialmente ciclotímico. Reacciona velozmente a los estímulos, sus tiempos son rápidos, es extrovertido, melancólico también, epicúreo en el énfasis sentimental de lo que expresa. De todo tiene visión macro. Gusta de lo ampuloso, poco de la síntesis. Por ser verboso, se explaya y generaliza, engloba circunstancias y mueve sus labios en una amplia circunferencia de metáforas.
En esta contienda presidencial hemos tenido buenos manipuladores del teatro. Iván Duque y Gustavo Petro, los mejores. Cuando se había vuelto costumbre hablar despectivamente de los que utilizan los balcones, nos hemos topado con plazas abarrotadas para escucharlos, reventaron tímpanos los gritos de euforia, y hubo una evidente competencia para demostrar capacidad de convocatoria.
Sergio Fajardo profesoral, campesino en el gesto, de mano ancha y dedos rígidos, con mensaje expuesto con alternancias titubeantes. Es limpio en los conceptos, pedagógicamente repetitivo, con dulce reflejo de bondad. Hubiera sido un presidente singular. Vestido de blujeans, zapatillas deportivas, camisas sin fulgor y una testa de pelo anárquico, ondulado, caído en grumos por las laderas de su cuello.
Humberto de la Calle es un manantial de virtudes. Brillante en la exposición, fluido, experto para manejar el énfasis. Devela exquisitez literaria. Fue formado en la academia de la vida. Revoltoso en la universidad, conquistado para el cigarrillo y la bohemia por Gonzalo Arango, de pronto con un pucho de marihuana semimascado, bailarín de ágiles cabriolas en las zonas de tolerancia, noctámbulo y tanguero. Rigurosamente culto. Orador de cláusulas severas, escritor de tesis, burócrata de postín. Óscar Salazar Chávez lo puso en vitrina ante el país. Siendo éste gobernador de Caldas, lo tuvo a su lado como secretario de confianza. Después Salazar, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, lo candidatizó para Registrador Nacional del Estado Civil y fue elegido. De ahí en adelante se transformó en un meteoro. Magistrado de las Altas Cortes, Ministro de asombro, Embajador en Inglaterra, vicepresidente de la República y ahora candidato presidencial. Pese a su infortunio electoral, Colombia lo respeta.
Gustavo Petro es un hombre peligroso. Asusta su pasado guerrillero, y por lo mismo es autor material o intelectual de secuestros, asaltos, asesinatos, exterminio de la Corte Suprema de Justicia y otras delincuencias tenebrosas. Es increíble que un personaje con ese pasado judicial, haya ascendido tanto. Cualidades tiene. Es culto, terco en el combate, parado sobre sí mismo con insolencia desafiante y es magnífico orador. Rebusca la construcción de las frases, las acaricia y por último las lanza con relamida melosidad. ¡Qué miedo con este mal estadista y pésimo alcalde de Bogotá!
Es inconcebible la suerte de Germán Vargas Lleras. El solo apellido trabajaba para él. Objetivamente, era un óptimo candidato. Se formó para ser mandatario de esta república. Elitista, halagado de presagios venturosos, convencido de su predestinación. Además, por férrea decisión personal, se sometió a disciplinas macerantes, para apoderarse de horizontes que eran suyos por privilegios de sangre y un cerebro atiborrado de potencias espirituales. Exitoso en todo. Como congresista, como ministro, con desempeño estelar en la vicepresidencia y además, mártir. Cuántas emboscadas en su contra dejáronlo convertido, casi, en un Blas de Lezo. La Divina Providencia milagrosamente lo salvó. Tenía un meditado programa de gobierno ¡el mejor! y su boca se transformaba en oro para exponerlo. Pero… !Ah de la veleidosa democracia!
Debo hablar del próximo Presidente de Colombia, Iván Duque Márquez. Marta Lucía Ramírez, es nuestra líder conservadora, y los votos azules fueron y serán para esa dupleta. Duque es un descubrimiento nacional. Los recientes Jefes de Estado sabían quién era y qué valores ostentaba, pero el país desconocía sus méritos. Fueron suficientes 4 años como parlamentario para que fuera calificado como el mejor legislador y a base de inteligencia y mucho imperio intelectual, desbrozó obstáculos y por mayoría aplastante será el nuevo mandatario. Maneja un cofre de excelencias. Juventud. Llega al poder con pujanza vital, con visión fresca, concentrando en sí un acopio selecto de valores que servirán de base sólida para recrear una nueva Colombia. Tiene sorprendente formación de estadista. Se ha movido en el alto mundo de las finanzas, como un visionario de soluciones. Su mente es ágil y rápida, polemista brillante, hortelano de un lenguaje que llega fácil al público expectante. Sus émulos le hicieron gavilla para destruirlo, le armaron encerronas. Lo dejó lelos con sus respuestas contundentes.
Una reflexión final. Los partidos ¡todos los partidos! están anémicos. Hay una realidad palpable. Estamos polarizados en una derecha que preserva valores esenciales de la civilización y una pujante izquierda revolucionaria comandada por demagogos.
Hubo un desvío del tema inicial. Hacíamos referencia a la oratoria. Los tartamudos desvaloran con alusiones peyorativas a quienes se encaraman a una tribuna. La respuesta la acabamos de percibir. Los candidatos llenaron ágoras, no propiamente de sordos, no de enemigos de la palabra, sino de inteligencias porosas que anhelaban verlos y oírlos para alimentarse de sus mensajes. Sobre trípodes seguras colocaron sus telescopios para dimensionar, en corta lejanía, a quienes pretenden reemplazar a Bolívar en el comando del Estado.
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