Como nómadas deambulan los venezolanos por el mundo. Atestan calles, duermen a la intemperie, los acosa el hambre, imploran limosnas y sus rostros son vitrina de dolor. Ahora no tienen patria.
Paradójicamente el dictador Maduro y todos sus áulicos tienen rostro cerdoso, abdomen embombado, cachetes mofletudos y lucen hartazgos. El sátrapa abandonó el normal vestido de paño, para impresionar con un camisón de corte militar, que le da visaje de rufián altanero. Tiene redondo bigote mejicano, cejas tupidas, mirada de enemigo y soba y acaricia sus manos mientras escupe palabras ofensivas. Para variar teatro, saca pareja y baila un joropo llanero con pasos de trapecista. Gobierna ante micrófonos estridentes, a gritos nombra y destituye, insulta, arroja excrementos.
No es difícil hacer un retrato psicológico de este vesánico. Es presumido y narciso. Se mira en espejos imaginarios, se regodea con el parpadeo de sus ojos, pule cortos trotes en la comedia de los saludos, infla el pecho y recibe de la cohorte -transfigurado- inclinaciones mahometanas. En la guacherna social en donde actúa, se muestra ostentoso y suficiente y se anestesia con los soplos de incienso que le prodigan. Maneja arrogancia exhibicionista, lo engloba una espiral ficticia, aliñado con un fanatismo clamoroso.
Es un ególatra. Cree estar incrustado en la historia con su alharacoso despotismo y sus arrebatos estentóreos. Tiene desbordado apetito de poder. Para lograr lo que su ambición desea, salta barreras, prefiere lo torcido, triza la moral, y maneja una fusta para latigar desobediencias. Es colérico, deforma su cara cuando agravia, vierte lágrimas y le tiembla el mentón. Le saca notas altas a su garganta para estremecer con rugidos insoportables.
Es paranoico con delirios, psicópata por lo histriónico e impulsivo, histérico por sus fobias. Suyas son todas las enfermedades mentales. Spengler acuñó la frase “a sangre y fuego” para plasmar los desbordamientos de los dictadores que brincan sobre todos los obstáculos. Maduro es titiritero y matarife. Fabrica mentiras, suelta la lengua viperina, hace carnicerías verbales con la dignidad ajena. Venezuela ha sido transformada en degolladero para los disidentes. Estar en contra del autócrata es un suicidio. Para sus adversarios son los peregrinajes por el desierto, o las ergástulas. ¿Qué vale -hoy- la libertad en Venezuela? ¿Qué la independencia conceptual? ¿Qué la oposición democrática? La tierra de Bolívar fue convertida en un panóptico.
Si Luisa Ortega, la fiscal general de la Nación, no huye, estaría en una mazmorra. Antonio Ledezma, alcalde de Caracas, se escapó. Después de treinta y seis meses de estar obligatoriamente recluido en su propia residencia, vigilado por un escuadrón de bárbaros noche y día, logró burlarlo y hoy está protegido por España. Los sobornos de Odebrecht se investigan en todas las naciones de América menos en Venezuela. Hay testigos de los costalados de dólares que recibió Maduro para financiar campañas electorales. Hoy gobiernan bandidos que se robaron las divisas del oro negro.
Maduro se endiosó. Es cínico, pendenciero y agresivo. Busca obsesivamente aniquilar a sus contrarios. Su mente está fanatizada. Es un megalómano. Implantó en su país el estilo gangster. Ruedan veloces por su capital matachines que vomitan balas, provocando pánico en una población inerme. Padecen a un monigote cruel que se inventa peligros ficticios para justificar sus algaradas revolucionarias. Es dueño de una conciencia elástica. Es un remedo de orador, abusa de sus gestos, no perora, brama frenéticamente. Utiliza la mentira para respaldar sus enredos locuaces y se inventa enemigos imaginarios. Es un agitador plebeyo, proclive al espectáculo. Además, es difamador y destructivo.
¿Cómo aniquila la oposición? ¡Con el terror! Orienta los iracundos batallones que salen en caravana a amedrentar la población. En la reciente insurgencia civil, desarmada en sus expresiones democráticas, los macabros esbirros fusilaron estudiantes, aterrorizaron barrios tranquilos y pronosticaron paredones para los insumisos. Nunca en ningún país de América se habían visto tramoyas más diabólicas, inventadas, perfeccionadas y ejecutadas por matones.
La patria donde nació Bolívar vive la apoteosis del delito. Una troika criminal, narcotraficante y corrupta está en el poder. Y un mástil de la delincuencia, además de Maduro, es un tal Diosdado Cabello que, al decir del senador norteamericano Marco Rubio, “es el Pablo Escobar de Venezuela”.
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