24 de diciembre. La natilla, en un pailón caliente, espumea y desprende un fuerte olor dulcete. Allí están los buñuelos esponjados. Carlos Arboleda hace parte de la gran familia. Con blanco mandil, solícito, atiende a los concurrentes. Va y viene, reparte viandas y sonrisas, dice frases zalameras y se abaniquea como barman educado. Abajo Chinchiná hierve en bullicios y por los cielos estalla una cohetería de luces de bengala. En otro ángulo, allá lejos, una orquesta deja oír notas que atronan los espacios. Es el fortín campestre de Tony Jozame. Todos celebran el nacimiento del Divino Niño. Hay melodías de flautines y castañuelas. Ésta, como todas, es una Navidad que reencuentra familias, reverdece afectos y propicia buenas intenciones.
El jolgorio es intenso. Los hombres dialogan y las mujeres organizan un crochet de escondidas palabras. En aquel rincón, ¿de qué hablarán para reírse tanto Olga Marina, Heliana y Stella? Las tres fueron esposas de Ómar Yepes. ¡Increíble! No hay celos, hacen camaraderías y lo descueran a sotto voce. Ellas lo miran, reparan su indumentaria de paisa descomplicado. El jefe de la tribu luce zapatillas, pantalón cremoso y una camisa de mangas cortas de azul turquí. Esta colegiatura de mujeres que subieron al altar como camino obligado al matrimonio, ¿qué piensan de este político tan activo, qué cualidades le encontraron para romper sus corazones? ¿Por qué, deshecha la unión, giran en torno de él, juntas, para reconstruir caminos sembrados alternativamente de rosas y de cardos? ¿Por qué miran a Ómar de soslayo, cuchichean, intercambian secretos y por último estallan en alegres carcajadas?
Ómar debió manejar diferentes moldes para acoplarse a cada una. Si introvertidas, para sacarlas de los ensimismamientos; si alteradas de genio, para utilizar el diálogo pacificador; si adictas a las cobijas, para evangelizarlas laboralmente. Fatigosa la función marital para un conductor de masas. El nuestro, todas las semanas oficiaba en Bogotá para asistir a las sesiones del parlamento, y los viernes, sábados y domingos hacía correrías por los municipios de Caldas. ¿Hogar? Los contradictores de Ómar, (como de todos los políticos) cuentan que sus hijos pequeños preguntaban a sus mamás: “¿Quién es ese señor, que viene cada ocho días, nos da unas palmadas en las nalgas, y de nuevo se va?”.
A Yepes la providencia le donó una garganta orquestal. Enamora con la voz que sale sonora de las profundas cavidades de su pecho. Reedita la ensoñadora entonación musical de Leo Marini. Es abstemio absoluto, pero de pronto le armamos encerronas y bajo el efecto de unos rones emboba con sus boleros y le abre brecha a los suspiros. Salido de la vereda La Mina de Pijao, su padre lo enclavó más tarde en una tienda de abarrotes en el municipio de Génova para que se profesionalizara en ventas de vituallas al menudeo, jabones populares, escapularios y novenas a las ánimas benditas. Se rebeló contra ese sino, atalayándose en Manizales para sus estudios. Finalmente se hizo abogado de postín.
Ómar quiso ser deportista. Ramón Hoyos era su ídolo y para vigorizar sus músculos de madrugada pedaleaba su bicicleta hasta Caicedonia, retornando de inmediato a su base laboral.
Luis Granada Mejía lo metió en el tremedal electoral. En cualquier domingo lo invitó a una concentración conservadora en Aguadas… Haría parte del comité de aplausos. Yepes era virgen en materia de balcones. Sorpresivamente Granada lo anuncia como orador de turno. Aquello fue la debacle. Vergonzosa fue su intervención. Sin embargo persistió en sus presentaciones tribunicias hasta convertirse en expositor cerebral. No emociona. Convence.
Dos personajes han estado muy cerca de mi vida: Gilberto Alzate y Ómar Yepes. Alzate era un botafuego. Duro y tajante. Yepes calmado y rumiador. Alzate casado con monosílabos mandones. Yepes amigo de los distingos. Alzate altanero. Yepes encasillado en una personalidad apacible. Alzate devorador de itinerarios. Yepes lento pero seguro. Alzate me auxilió con una beca para mis estudios. Ómar: me quedaste debiendo la Gobernación y un ministerio.
Yepes fue un ascensor. Por su gestión hizo pensionar a miles que hoy lo desconocen y denigran. Los libros sagrados expresaron: “Cría cuervos y te sacaran los ojos”. Sin embargo bien sabemos que el político nunca muere. Algún cargo importante les darán a los conservadores de Caldas en el gobierno de Iván Duque. Los paraguas de Yepes se llaman Andrés Pastrana y Marta Lucía Ramírez. Contarán con él.
¿Qué hace Yepes? Lee. Los libros se atraviesan en todos los espacios de su apartamento. En amplia sala expanden sus pulmones, comparten su dormitorio, se amontonan en las mesas, hormiguean en las estanterías, atestan su oficina privada, se estrujan en los anaqueles. Como buen cleptómano he aprovechado sus descuidos para embolsillarme algunos que me incitan por sus temáticas. Después del hurto me autodelato y entre risas celebramos mis inocentes pillerías.
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