Jesucristo fue político y murió crucificado. Julio César fue apuñaleado por Bruto y una comparsa demencial en las gradas del capitolio romano. Desde siempre los adalides de los pueblos sufren escarnios, y el veleidoso respaldo que reciben, desaparece para convertirlos en sujetos de injustas recriminaciones. Habré de detenerme en Luis XVI.
Lamartine, ¡qué pluma!, escribió la “Historia de los Girondinos”, obra voluminosa que tiene como columna vertebral la Revolución Francesa, explosión social que hizo de la anarquía un largo episodio de incontrolada criminalidad. Se desbordaron las pasiones de las pobretonas barriadas de París, el hambre y el desespero se tomaron las calles y orientaron su vesania contra el Rey, la nobleza y el clero. Afirmaban estar cansados con el monopolio supuestamente divino de unas familias que, por siglos, decidían a su talante del destino de la nación. Rechazaron los privilegios de una nobleza que todo lo acaparaba. Se sublevaron contra la Iglesia, Estado soberano, cogobernante, con batallones para defender sus latifundios y moralmente desintegrada.
Aquello fue espantoso. La toma de la Bastilla se hizo degollando, fusilando, descuartizando cuerpos con picas afiladas, tirando los muñones a los patios, masacrando sacerdotes. Este demencial estallido no conoció límites. Era una multitud integrada por prostitutas en andrajos, pordioseros famélicos, desocupados y bandidos, todos juntos, con la boca untada de maldiciones y las manos crispadas. Ahí estuvo Marat, un despelucado demagogo de fácil palabra, para fanatizar esa población sumida en la miseria. Se conformaron dos partidos que se odiaban entre sí. Los jacobinos y los girondinos, reconocidos los primeros como “la montaña” y los segundos como “la llanura”. Robespierre, Danton y Marat orientaron las turbas, idealista el primero, elocuente y ponderado el segundo, lombrosiano y desbocado el tercero.
La gran víctima de esta locura que sacudió de horror al mundo, fue Luis XVI. Lamartine, brillantísimo y ameno, le dedica 52 páginas al pasmoso relato del confinamiento de su familia que culmina con su miserable decapitación. Fue encerrada en cuartos con paredes desconchadas, arrumada como bultos en una sola pieza, obligada a dormir sobre colchones destripados, a veces separada y confinada en soledad absoluta, humillándola con decisiones despóticas y finalmente engrillando al rey para conducirlo a la guillotina.
En un salto de siglos, ¡qué triste el destino del político! Aquí en nuestros linderos, se registraron episodios feroces. Óscar Tobón Botero, joven abogado de Calarcá, ya jefe del conservatismo quindiano, fue asesinado por esbirros que cumplieron mandatos a ocultos autores intelectuales. Jaime Sanz Hurtado, excelente orador y caudillo popular de Risaralda, fue acribillado en noche de mala suerte. Jaime Salazar Robledo, parlamentario, en todo el centro de Pereira recibió mortíferos balazos. Disparos llevaron a la tumba a Bernardo Jaramillo Ossa, Floro Yepes Gómez, Juan Gregorio Hurtado y Néstor Bedoya. A Luis Granada Mejía connotado legislador y caudillo, le organizaron una encerrona en Circasia. La Divina Providencia lo salvó. Después de una concentración, en Supía, a Silvio Villegas le abrieron las nalgas de un fulminante navajazo. Gilberto Alzate Avendaño, glorioso Mariscal, fue sorprendido por un sectario en una calle bogotana y casi le amputa un brazo con afilada arma blanca. Darío Maya, de Pensilvania, ejercía en su pueblo liderazgo total. Un matón le segó la vida. Luis Emilio Sierra recientemente publicó su libro “Entre la vida y la muerte”. De milagro se enteró que “le iban a hacer la vuelta”, esto es, secuestrarlo o matarlo. Ahora, en lindero colindante, Jair Bolsonaro, próximo presidente de Brasil, víctima fue de una cuchillada que puso su destino en manos de Dios.
¿Por qué odian al político? ¿Por qué lo presentan como sujeto despreciable, auspiciador de conductas indebidas, indigno de consideración social? No calculan el daño que le hacen al país los que así vociferan. Es fácil destronarlo. Tenga ganas. Con pereza nada se condimenta. Sea ambicioso. El trofeo electoral se conquista con votos, no con jaculatorias y rosarios. Los que menosprecian su oficio, los que lo motejan de lagarto y le enciman otros adjetivos de alcantarilla, pueden, si quieren, borrarlo del mapa. Sea orador, esparza doctrina, convenza, métase a la barriada, sea pedagogo persistente, visite una y otra vez municipios, aldeas y veredas, sea solidario en las tragedias de los humildes y comparta también sus alegrías, influya para que se construyan puentes, se arreglen carreteras, se modernicen escuelas, sea como Álvaro Uribe que poco duerme y mucho polemiza, madrugue como Jorge Hernán Yepes y Félix Chica, devore caminos, soporte insomnios, alargue las horas, no se inmute cuando le recuerden su santa madre, sea impávido ante los ataques como Ómar Yepes, Luis Emilio Sierra o Mario Castaño, sacuda el hombro con desprecio cuando reciba boconadas de improperios. Lea, medite, sálgase del montón. No critique. Emule.
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