José Restrepo Restrepo era rico. Tenía el talento del dinero. Era suyo un raro olfato para saber en dónde estaban los nidos de las garzas y cuál el secreto de sus acrobacias aéreas. Por ese don adivinatorio para las inversiones, todo le era próspero. Sus matemáticas solo conocieron dos operaciones: la suma y la multiplicación.
En política, era decidido y valeroso. La hacía sin miedo, de cara al sol, como estandarte humano de empresas con riesgo, marcando destinos que se conquistan con el sudor de la frente. Para acompañarlo había que tener traje de fatiga, disposición para las vigilias, saltar a las trincheras con las cantimploras amarradas a la cintura y un bastimento parvo para las travesías. Era un general. Sus ejércitos eran disciplinados, impelidos por la mística, con fortaleza espiritual avasalladora.
No era un mendigo. Su conservatismo tenía empuje montaraz, pinche selectivo, y trabajaba los cerebros semillándolos con principios inmutables de dos religiones: la católica que le abría senderos de esperanzas celestiales, y la conservadora con moldes rigurosos para lograr el bienestar social. Fue rector de una universidad sin claustros físicos que formó ciudadanos integrales.
No fue pedigüeño. No vendió jamás sus adhesiones, no solicitó contraprestaciones económicas, no hizo trueques simoníacos. Lo suyo era destapado, al aire libre, con una franqueza radiante. Él, como Ómar Yepes Alzate y Rodrigo Marín Bernal, era apóstol, con tribuna abierta para oficiar el sacramento de la palabra. No comerciante. Fue predicador con verbo encendido, ahíto de destellos inmaculados. No era manejador de pailas para freir pitanzas. Jugó en paro su dinero para sacar avante la presidencia de Belisario Betancur. LA PATRIA fue un semáforo siempre en verde para inundar todo Colombia con los programas del candidato, en una actividad proselitista de manirrota largueza económica.
¿Por qué José Restrepo? ¿Por qué la mención de su nombre en este debate electoral? Por los antagonismos que suscita su recuerdo. La dirigencia de entonces ¡Ah Gilberto Alzate! era bizarra, mosqueteril, con aire heroico de cruzada. La política la hacíamos gratuitamente, con romanticismo quijotesco. Devorábamos caminos, trepábamos montañas, vadeábamos ríos, sin pensar en el vil metal del diablo. La gravitación gloriosa de las ideas conservadoras era nuestra vitualla, suficiente para soportar sacrificios y enfocar de frente las estrellas.
Ahora es vulgar la política. Los Sanchos paticorticos y flatulentos, hábiles buhoneros para negociar baratijas al menudeo, se tomaron el templo sagrado para llenarlo de las muletas de los cojitrancos, de las antiparras de los cegatones, de las sillas de rueda de los que se hacen los inválidos.
Este es un mercado de torcidos, con la pestilencia de las pesebreras, y el olor penetrante de la micción humana. Todo se aplebeyó. La vitamina mística desapareció para ser reemplazada por la voracidad de las chequeras que todo lo compran. Es hedionda esta revoltura de desperdicios, sancocho grasoso para engordar una piara de conciencias famélicas. En ese estado preagónico está mi Partido Conservador.
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