Es necio el badulaque. Está siempre en tránsito hacia ninguna parte, no tiene residencia mental. Su morral es ligero por los continuos viajes. Es infiel en los compromisos. Le place lo aleatorio, lo que hoy es y mañana desaparece. Gusta de los apuntalamientos fugaces y su palabra tiene peso volátil.
Es un personaje típico. Vende sus ideales. Es gelatinoso, aguza su olfato, tantea las circunstancias, prepara la ocasión, para sentirse “cosa” y ponerse precio a sí mismo en el mercado de las subastas. Sabe que es una mercancía que poco vale. En los regateos queda satisfecho con las harinas que le arroja el rico Epulón. Como es un merodeador, sapotea todas las posibilidades, reparte zalemas, se acomoda, y termina buscando la orilla que más le rente. Es un inseguro. Se convierte en bulto informe a quien lanzan despreciativamente a la carrocería de los camiones de basura. Es morralla. Es un sobrante, un incómodo lagarto que se rastrea por debajo de los tapetes. También es cegatón. Y además bizco. Todo lo ve deforme, con aristas agudas acá y líneas flojas allá, a veces como una sombra larga y poco luego como un figurín esquelético. Es daltónico. Confunde, no analiza, es indeterminado, y después de su entreguismo por dinero, estorba.
Es débil y por lo mismo pedigüeño. Por el camino de las promesas conquistó unos votos que pretende controlar. No son muchos pero sí lo suficientes para “venderlos”. Sale a la plaza del mercado electoral a escuchar propuestas. El aspirante al senado por Risaralda le ofrece un sabroso ponqué adornado de provocativos dólares. El costeño no le da sorbete pero aumenta la propuesta pantagruélica. Aparece el antioqueño. Éste le recuerda la afinidad racial, la identidad en los ancestros, y también es opíparo para los galanteos dinerarios. Por esos 1.000 votos que dice tener amarrados, el mercachifle vendedor, después de los regateos, recibe a escondidas una bolsa gitana con muchísimos doblones. ¿De quién? ¡Del mejor postor!
¡Cómo se desliza por la pendiente de la inmoralidad este político lábil, cómo es de frágil, qué poca textura espiritual tiene este bocón! Ha transformado su Partido Conservador en una baratija que menudea por unidades o docenas, que humilla la gloriosa doctrina, convirtiéndola en un yantar para su apetito desaforado.
Pobres seres anfibios con entretelas de algodón, tal vez con talento pero con alma lacaya. Creen que triunfan los avivatos, los que fabrican trampas, los que exhiben voluntad flexible y tras bastidores son sujetos pasivos para las fornicaciones. No tienen resistencia moral, los asustan las derrotas, le huyen a las dificultades. Los deshidrata la adversidad. En los trances de la mala suerte se esconden o salen a la estampida. Claudican ante quien detenta el poder. Son transables, amigos pasajeros de quien triunfa, y se esconden de quien ayer los asistía con comilonas presupuestales.
Artistas para el turiferario, empalagosos en las alabanzas, mahometanos con las rodillas cicatrizadas de tanto hincarse ante el profeta Alá.
En esta triste vespertina de la ideología conservadora, sirvan de óbito las palabras estremecidas de Laureano Gómez:
“¡Ay del Partido Conservador si olvidando la doctrina se envenena con los personalismos!
¡Ay del Partido Conservador si rompiendo sus tradiciones y disciplinas se deja invadir de las estériles agitaciones politiqueras!
¡Ay del Partido Conservador si entrega su destino a las mentes equidistantes que sin fe ni amor al ideal, en los momentos de peligro, se repliegan al fiel de la balanza como trinchera de quietud y sosiego!
¡Y ay del país, ay de la república cristiana, ay de la libertad, ay de la tranquilidad de la vida, si el Partido Conservador no sabe estar a la altura de su deber!”.
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