Detestable pensar que debe ser dinástico el gobierno de las naciones. El privilegio que emana de la sangre azul es un estigma que progresivamente desaparece. Hay pocas casas reales supérstites que la avalancha incontenible de la historia hará desaparecer. Los ombligos sagrados, los murciélagos embalsamados, las cunas de oro, enojan y fastidian en un mundo que se proyecta con el esfuerzo de seres anónimos. La humanidad se afirma en la conquista, jamás en el regalo. Hombres de hierro y no de algodón, rutilantes como espadas, con fauces dentelladas de león, construyen imperios y se incrustan en la gran memoria. Superar estados de tensión, trepar, sudar, padecer escalofríos, es el terraplén de los laureles.
Es odiada la clase política. Verdugos son los críticos que la pulverizan con los peores denuestos. Abundan los sinónimos para bastardearla y clavar inris ignominiosos contra quienes son sus evangelistas. El político es un leproso. La niñez, desde los bancos escolares, escucha un lenguaje descalificador, señalándolo como un estorbo social, tatuándolo de abyecto. Si el verano es largo, la culpa es suya. Si el invierno acosa, él rompe nubes. Si la peste azota, él la ha provocado. Si el ganado, el café o el petróleo oscilan de precios a la baja, el político carga sobre sí el capricho de las subastas. El político es un redentor que muere crucificado.
La gavilla que triza vidrios con sus alaridos, la caterva insultante que lo destruye, tiene espacio para engrilletarlo y eliminar sus influencias. La plaza pública es de todos y la opinión se conquista y crece imperceptiblemente como corolario de las prédicas. Es fácil reemplazarlo. Visite pueblos y veredas una y mil veces más, obtenga del Estado soluciones básicas para aldeas y municipios, sea un paliativo en los desesperos cívicos, apersónese de las demandas de alcaldes y concejos, conviértase en Cirineo de las afugias comunitarias, y usted vencerá a ese demagogo tan mal calificado por la opinión. Pero no olvide que tiene que ser -además- orador así sea de poca monta, conferencista, proveedor de iniciativas en el mercado de las promesas, y presentar un balance real y objetivo de las obras visibles que logró merced a su eficacia. Por último, no se deje destrozar de sus émulos que hacen de su vida un sucio mercado. Si usted supera con éxito los embates de una fortuna veleidosa, si se impone contra viento y marea, si muele a sus contendores, achicharrará a esos lechuguinos que ahora descalifica. ¡Póngase botas pantaneras! ¡Métase al barro! ¡Ábrase espacio a codazos! ¡Visite veredas y aldeas escondidas en una geografía hostil! ¡No se deje derrotar! ¡Sea líder! Usted vociferando en el club mientras toma whisky, veraneando los fines de semana, gastado verborrea improductiva, nada hace. No olvide: ¡la vida es de los guerreros! Antes de la champaña, primero debe apurar guarapo en los trapiches del pueblo.
Cierro este espacio con solo dos ejemplos:
Emil Ludwig le hizo un reportaje maravilloso a Benito Mussolini quien fue el condottieri de Italia, sin rival, por veinte años. Escúchese bien de dónde arrancó. Estas son sus palabras: “Es una buena educadora el hambre. Casi tan buena como la cárcel y los enemigos. El sueldo de maestra de mi madre era de 50 liras; mi padre ganaba lo que podía con su trabajo de herrero. Disponíamos de dos habitaciones para todos. La carne era cosa para nosotros casi desconocida… abandoné mi carrera de maestro y sin dinero y dejando a mi padre en la cárcel -de donde por otra parte, no le podía sacar- me fui a Suiza como obrero... viví con todas las esperanzas de los desvalidos… he estado preso en Berna, en Lausanne, en Ginebra, en Trento, en Forli y en diversos sitios varias veces… el hecho de proceder del pueblo ha puesto en mi existencia los mayores triunfos…”. Mussolini con Hitler hicieron temblar el mundo en una conflagración universal. El Duce con su misionismo en las barriadas de Roma se apoderó de Italia. Elocuente cátedra que debieran imitar los acervos enemigos de quienes hacen política.
El otro es Álvaro Uribe Vélez. No es santo de mi devoción, pero lo admiro. Hoy está en Grecia, al día siguiente recorre las provincias de Antioquia, luego preside seminarios ideológicos en Bogotá, despotrica contra el gobierno, impone una disciplina de cuartel en el Centro Democrático, y en el tema de la sucesión presidencial la gente dice “el que diga Uribe”. Para los difamadores de los políticos hay una respuesta concreta: imiten a Mussolini y a Uribe Vélez.
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