Lamartine escribió sobre los líderes que hacen época. Esos que no son episodio fugaz y no raspan la epidermis de los acontecimientos. Los hombres-época aran grietas profundas, tienen raíces que se nutren de los alimentos de la tierra. Este autor hacía referencia a los que son sustantivos, que desconocen limitantes y se le miden a la intemporalidad. Seres excepcionales que no los asusta la tempestad, ni el terremoto que destruye, menos los tsunamis voraces. Son únicos. Podríamos hablar del “milésimo hombre” de Kipling, ese que “irá contigo hasta el pie y más allá de tu cadalso”. Tienen predestinación.
Éste, mi jefe, comanda y capotea truenos, está vacunado contra los espantos. Es insular. Tiene voz perentoria para el mando, elimina dubitaciones, es altanero y luce el enhiesto perfil de un Yo solitario.
Para el “milésimo hombre” la vida es una ermita. Hace de ella una obra de arte, eliminando imperfecciones. Evita fastidios, no cohabita con la mediocridad, encara el destino como reto inevitable. Ni siquiera parpadea ante las dificultades. Sabe que hay que enfrentar pugilatos y que solo se abandona el ring cuando los rivales quedan tendidos en la lona.
Mi amigo es único. Administra una soledad amurallada de libros. Es un lector pertinaz. Tiene la estatura del mariscal Alzate. Como él, sabe crecer hacia adentro y construye radicalismos doctrinarios. Le escasean los mechones de pelo de color cenizo. La geografía de su rostro no tiene hondonadas, ni tampoco bruscos oteros. Su nariz es triangular. Los ojos acumulan malicias. El mentón es corto. Tiene esternón de acero y los brazos evidencian percances traumáticos.
Lo conozco bien. Lo padecí cuando quise ser su adversario. Si no puedes acabar con tu enemigo, únete a él, dijo Maquiavelo. Llevo más de 30 años a su lado y será orador en mi sepelio.
Es un raro animal de presa. Tiene una personalidad tranquila, es tenaz en sus decisiones, caprichoso, ingenuo a ratos, y se deja hacer trastadas del corazón. Sagrado en la amistad. El político debe ser cambiante de acuerdo con las circunstancias, y él es terco, se entierra al pie de su palabra. Olvida que el intelectual –él lo es- es sujeto pasivo de influencias y por lo mismo materia prima para los bandazos de opinión. Él es un impávido bloque de acero.
La bohemia es grata y gastar las horas nocturnas con Leo Marini, Argentino Ledesma y Rodolfo Lesica es una delicia. Él es aburridoramente abstemio, y daña las fiestas cuando toma de brazo a Morfeo y se enclaustra con él.
La vida lo ha zarandeado. Ha enfrentado martirologios. Lo han calumniado con el avieso propósito de hilachar su honra. Lo han traicionado. Es un experto en Judas. Cuando tenía capacidad de ser providente, sobre ríos humanos se balanceaba su barcarola. Hizo jubilar a legiones de ingratos. El vandalismo sentimental no lo afecta. Es un hombre superior.
Ómar Yepes Alzate, por cuarta vez Presidente del Directorio Nacional Conservador, es el personaje de esta crónica.
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