Tema de especulación apasionante es el suicidio. Teólogos, sociólogos, juristas, escritores, han hecho enfoques disímiles sobre el por qué se atenta contra la propia vida. El peso aplastante de una pena, una angustia invencible, el amor que revienta en añicos, un inesperado fracaso económico, son causas aniquilantes para un débil ser humano que le huye al dolor.
La vida tiene que ver con peñascos. Con el fragor de las tempestades. Con un acerado tono viril. No se está en la tierra para paladear mieles sino para martillar a diario contra la adversidad. Enfrentamos cataclismos que sacuden, maremotos que hacen zozobrar las barcazas. Eneas viajó al infierno en busca de Anquises, su padre. Revela Virgilio en “La Eneida” que en un compartimento del hediondo averno “están los desdichados que, vencidos de la desesperación y aborreciendo la luz del día, se quitaron la vida por su propia mano”.
Es triste y conmovedora la fábula de Dido, la viuda de Siqueo. Eneas arriba con sus bajeles prietos de errantes troyanos a los dominios de la reina. Se enamora enloquecidamente del hijo de la diosa Venus. Pone a su servicio las intimidades de su cuerpo, más todo el esplendor de sus montañas vírgenes. Después de un largo tiempo de calenturas lúbricas, los dioses le notifican a Eneas que debe proseguir y abandonar a la encariñada mujer. Ésta rasga vestiduras, grita, camorrea, llora, inventa tretas para impedir el abandono de su amado. No lográndolo, toma la espada que le dejara Eneas y sobre ella desgonza su cuerpo. Se suicida.
Muchos personajes históricos tuvieron vocación para el suicidio. Según Indalecio Liévano Aguirre en “Los Grandes Conflictos Sociales y Económicos de Nuestra Historia”, Bolívar, en dos ocasiones, pensó en la autoeliminación. El 30 de octubre de 1815 le envía una carta a Masxwel Hislop: “Ya no tengo un duro; ya he vendido la poca plata que traje. No me lisonjea otra esperanza que la que me inspira el favor. Sin él, la desesperación me forzará a terminar mis días de un modo violento, a fin de evitar la cruel humillación de implorar de hombres más insensibles que su oro mismo. Si ud. no me concede la protección que necesito para conservar mi triste vida, estoy resuelto a no solicitar la benevolencia de nadie, que es preferible la muerte a una existencia tan poco honrosa”. Perseguido por Morales y su ejército en desbandada, confesó: “Iba a darme un pistoletazo”.
Jorge Luis Borges es un argentino universal. Poeta críptico, ensayista, engreído pensador, abastecido por una cultura insondable. Era repelente, insufrible, ególatra, pero genial. Fue víctima de la ceguera que le cercenó su capacidad para el placer y lo limitó a tener por compañía, hasta la muerte, a Maria Kodama, también intelectual. A los 35 años quiso suicidarse. Aburrido de todo, enamorado sí pero impotente, con pedantería insoportable, asombro de academias, creyó cumplida la elipsis de su existencia. Nada le faltaba por hacer. El 14 de agosto de 1934 fue el día escogido para su autodestrucción. Compró un revólver, buscó un compinche para que le pintara en rojo el sitio por donde debía ingresar la bala, eligió hotel para el escándalo, compró una botella de ginebra, le señalaron el cuarto para pasar la noche final, se empiyamó, se embriagó y …!se corrió!... ¡Venció la vida!
Sándor Márai, húngaro, es un escritor de letras imperecederas. En todo tropezó. Su patria despedazada por decisión inapelable de los monarcas que triunfan en las guerras, exiliado en los EE.UU, su mujer siempre entre la vida y la muerte, finalmente fallecida, él viejo y empobrecido, ciego de un ojo y el otro en opacidad casi plena, escaso de amigos en un país que no era el suyo, estrangulado por la adversidad. Se armó. Organiza su propio funeral: “La muerte está muy cerca, huelo su pestilente aliento”. “En la tienda en donde compré el revólver me explican cómo tengo que colocar las balas ´para que el arma esté siempre a punto”. Es un masoquista introvertido. “Cada día al despertar noto el regusto de la muerte en la boca. No se parece a nada, es como un aperitivo crudo”. Se suicidó el 21 de febrero de 1989.
Alan Bullock en dos gruesos tomos publicó la biografía de Hitler. El capítulo final es horrendo. Berlín se desharina. Los Aliados la cercan, queda en cascarones después de los estruendos de las bombas. Periclita la lealtad de sus comandantes Goering y Himmler. Su salud se derrumba. Se le rompen las membranas de los tímpanos. Sufre dolores de cabeza insoportables y calambres en el estómago. Arrastra los pies y le tiemblan las manos y una pierna. En ese aislamiento dentro de una bóveda enterrada, exclama: “Si a mí me ocurre algo, Alemania quedará sin cabeza. Yo no tengo sucesor”. Eva Braun, su amante, está a su lado y entre las humaredas que cubren los cenicientos laberintos, legalmente se casa con ella. Recuerda la frase de Federico el Grande: “Ahora que conozco a los hombres, prefiero los perros”. Programa la muerte dentro del subterráneo. Redacta un largo testamento político. Hace matar a su mascota Blondi, para que no sufra el drama que ya se desencadena. Almuerza opíparamente. Abraza a los pocos leales que le quedan. Se enclaustra. Se oye un disparo. El Fuhrer se suicida a las 3 de la tarde el 30 de abril de 1945. Su esposa se envenena.
Colombia no ha sido estéril a esas evasiones trágicas. María Mercedes Carranza, Carlos Lozano y Lozano, José Asunción Silva, José Camacho Carreño, Luis Eduardo Nieto Arteta, Candelario Obeso, Bernardo Arias Trujillo.
¿Quien se escapa de la vida es un cobarde? Ese terror a los problemas graves, el desquiciamiento que producen enfermedades irreversibles, el inesperado estrangulamiento económico, generan un miedo pávido que desfigura destructivamente la realidad. Se convierte en trizas una estatua pulida en largos años y en súbita muerte desesperada pone punto final a las desventuras. Olvidan que la vida es un reto. Entre zarzas hirientes es una travesía en agónico ascenso, un alpinismo de dolores, que se corona con una feroz fortaleza moral.
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