Afirma Luis Guillermo Giraldo en su libro “Contrapuntos. Del Poder y de la Fama” que Pétain fue inferior en la circunstancia histórica que fue suya. Hitler había invadido Francia y este personaje, representando a su país, convivió con el irruptor. Escribe Giraldo que le faltó “el gesto”. Exactamente lo que le sobró a De Gaulle.
Es sutil la afirmación. Pétain era enjuto, de perfil modesto, con físico religioso. Cabe imaginar al prepotente Fuehrer dándole órdenes perentorias y éste, disminuido y obediente, sometido a sus imposiciones. El galo fue un súcubo timorato ante el déspota alemán. De Gaulle era otro mundo. Charreteras ostentosas, pecho acribillado de condecoraciones, Intelectual ególatra, representante del “honor” francés. El descollante físico era argumento demoledor a su favor. Alto, había que mirarlo hacia arriba, con telescopio. Atlético, con nariz prominente, manotas largas, remos inmensos para las zancadas, amanerado en el manejo de la hermosa fonética francesa. Ahuecaba la voz, recogía los labios, silbaba musicalmente las palabras. Él dio el definitivo campanazo que unificó a Europa y América contra el binomio Roma-Berlín.
El orador es gesto, voz y teatro. Parece que el rostro pulido, el cuerpo endeble y una locución aflautada, no son sus condiciones favorables. Es necesaria una mínima dosis de rudeza, un manejo enérgico de los entusiasmos, garganta que restalle y un gran carácter. Detrás de Laureano Gómez había una personalidad tan radical que le bastaban los parpadeos y una expresión bravía en la mirada para producir un circuito eléctrico.
El orador que dedica el tiempo a los distingos, que saborea una dulce prosa verbal y no provoca chispas, podrá ser un comediante banal, jamás un líder. Una jefatura tiene rasgos singulares. De Gilberto Alzate se dijo que era un caudillo, y por su vigor arrollador lo llamaban “el Mariscal”. Nunca a Londoño, Otto Morales o Silvio Villegas los calificaron de igual manera. Se afirmó del primero que era florido. Del segundo, un ensayista. Alabaron al tercero como un iluminado rabietas en el ágora.
El gesto se presta para la policromía visual. Luis Guillermo Giraldo tenía un manejo monótono de las manos, arrastraba la voz con perezoso acento paisa, pero era un formidable paridor de ideas. Sus disertaciones, rememoraban el areópago griego. Víctor Renán Barco jamás pudo desprenderse de su machacada condición social. Estigmatizaba el ”blancaje” manizalita para resaltar su ”negraje” de extracción campesina. Su gesto era ladino y malicioso, hiriente con sus contendores. Ómar Yepes Alzate no es orador. Sí expositor espléndido. Maneja un carcaj de prosopopeyas retóricas, que las expone con franqueza. No emociona. Convence. Luis Emilio Sierra es versátil, elegante en la forma y sustantivo en el contenido.
Hay otros gestos tribunicios. Hizo historia Pedro Nel Jiménez. En su boca había una oquedad sonora y la melodía cantarina lo enervaba en paroxismos autoidolátricos. Los oídos del público quedaban físicamente extenuados con la cascada de su verbo. Caldas ha olvidado los sermones de Jaime Ramírez Rojas. Orillado políticamente, pese a sus venerables 85 años, conserva vigor y entusiasmo por la tribuna. Su voz es una trompeta, es torrentoso, afortunado creador de metáforas. Cómo no detenerme en Jorge Hernán Aguirre. Macizo, concreto, documentado y perpendicular. Soy devoto de dos jóvenes figuras conservadoras. Willian Ruiz. Mozo intrépido, sabe escalar peldaños y pende su mirada en las estrellas. Ómar Reyna es dueño de una prosodia moderna, expone con lucidez, es ambicioso y busca obsesivamente la jefatura del partido.
La palabra “gesto”, en política, tiene una cobertura universal. Es un tatuaje físico. Tiene que ver con ojos abiertos, que no pueden tener pestañas caídas, tampoco con destellos de santidad. Mejor si son rabiosos, un poco avinagrados, con fiereza de animal enjaulado. Debe representar un carácter severo. Gestos que se decantan en monosílabos mandones, en cortas frases cortantes. Los jefes no hacen melopeas con el idioma. Lo economizan y lo utilizan, si es necesario, para los paredones.
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