El dinero es una maldita basura que abate conciencias, arruina pacatas santidades de rodillas flexibles, fabrica sentinas, es tartufo de rostro desfigurado, santifica pecados mortales. Donde penetra su corrompida influencia quedan pestíferos detritus. El ricacho Plutón, dios del báratro, chapalea en caldos borbollantes de oro derretido, y chispas de fuego estallan sobre sus ojos amoratados. En el fondo profundo de ese subterráneo están los Epulones, los Cresos, los usureros, los que acumularon dinero con manipulaciones tramposas. El barquero Caronte pasea aulladoras almas de ricos sobre las aguas hirvientes de la laguna Estigia entre un coro de arpías acuáticas que tienen cuerpos ambiguos de mujeres llorosas con alas de luto. A todo ese séquito gimoteante que en vida hizo malabarismos torcidos, lo asusta Cerbero, perro rabioso que ladra por tres hocicos. Dante que visitó los círculos del infierno, narra el tétrico espectáculo de los itinerantes que hacen parte del desfile macabro: “- vi a uno de los condenados abierto desde la barba a la rabadilla. Colgábanle los intestinos entre las piernas y llevaba el corazón descubierto y la asquerosa parte del vientre que convierte en excremento lo que se come”.
Lo escrito puede parecer desproporcionado para manejar con bisturí la política de Caldas. En el fondo de este cortinaje retórico, hay unas vivencias deshonestas que es preciso destapar ante la opinión.
Egregios maestros nos enseñaron que “la política es el destino” como dijera Napoleón. En el andamio de la tierra, desde siempre, fue depurado el arte de conducir las masas, ya con sabidurías pedagógicas, o bien con pálpitos afortunados para elegir formas exitosas de gobierno. Juega la acústica para escuchar demandas, intuir requerimientos y acertar en soluciones. Estos itinerarios se cumplen con plataformas programadas. No se conciben caudillismos sin letras, mensajes sin contenido. Siempre debe exhibirse un catálogo de preceptos que proyecte en lejanías espirituales los reclamos del pueblo. Senderos ideológicos con horizontes, superando los desvíos propios de la imperfecta condición humana.
Son unos tartufos esos sacristanes de pacotilla, de labios hinchados, que reparten consignas de arriería. Tienen estulticia vergonzante. En política vale la preparación, la verdad, el equilibrio, el carácter. Sobre todo el carácter. El temple majestuoso de Laureano Gómez ponía a temblar el país con un estornudo. Esos caudillos son los que le dan impronta imperecedera a los partidos. En Caldas irradian sin eclipse Gilberto Alzate y Silvio Villegas. Ellos eran pluma, palabra y doctrina. Los dinosaurios son detestables. Han envilecido la política transformándola en aguamasa cerdófila. De ese barril para la piara sacan sucios billetes para corromper no solo al elector, sino y sobre todo, a una voluble clase dirigente que se desboca detrás del signo pesos.
Los tiempos cambian. Laureano Gómez tenía un pobre refugio en Santandercito, cerca de la capital de la república. Gilberto Alzate dejó una modesta residencia en Manizales y unas cuadras agrestes en San José del Palmar, en el departamento del Chocó, que solo producían escobadura. Silvio Villegas fue propietario de una sencilla vivienda en la Avenida 26 con carrera 6a en Bogotá, abarrotada de libros. Era su riqueza material.
Pero ¡válgame Dios! qué promontorios de oro puro dejaron para la posteridad. Rutila ese imperecedero Potosí. Ellos eran luz, no le tiraban al pueblo rodajas de carne avinagrada, no tejas ni ladrillos, no dinero sacado ¡váyase a saber cómo! de las faltriqueras del Estado, sino chorros sublimes de cultura, señalando en el confín la ruta de las estrellas.
Es odioso ver una menuda clase dirigente acolitando al peor senador de la república que, solo por una canaánica distribución de circulante, aspira nuevamente a los sesteos dormilones en el parlamento. Es cínica la presentación que le hacen como el nigromante salvador del Quindío, Risaralda y Caldas. ¡Qué rostro tienen esos tontarrones que lo ensalzan, qué puerco nicho le inventan esos hiperbólicos bocones, con qué desvergonzada intrepidez venden la imagen de ese mascarón de proa!
La política se convirtió en el estercolero del demonio. Los dirigentes con pequeñas caudas son comprados por mercachifles que caen como taumatúrgicos paracaidistas. Y los han sobornado para que digan mentiras. Han recibido secretamente unos opíparos emolumentos para que el mudo y marmota sea presentado como un deslumbrante orador, el que tiene la alcancía mental horra de valores superiores, sea descubierto en las plazas públicas como milagrosa panacea que el país reclama. Esos lenguaraces irresponsables además de podrir sus estómagos con el vil metal, infectan sus lenguas cuando embaucan engañosamente a los ingenuos. Esto es lo que nos queda de una democracia manejada por maniqueos.
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