153 años después de muerto Cervantes, nació Napoleón. Es obvio que no exista coetaneidad biológica entre estos dos monstruos de la naturaleza. El primero, sin rival, sigue comandando el resplandor de las letras, y el segundo clavó su nombre histórico sobre rocas imbatibles. El español quiso llamarse Don Quijote, con cerebro trastornado. El segundo, dijo de sí: “A los 30 años había hecho todas mis conquistas, gobernaba el mundo, había aplacado la tempestad, reunido los partidos, ordenado una nación, creado un gobierno, un imperio; no me faltaba sino el título de emperador”.
La epístola es manantial de sentimientos. Ahonda amistades, organiza romances, genera controversias, aclara conductas, es puente, jamás abismo. Fue utilizada por Don Quijote para consignar sabidurías prácticas y por Napoleón para fijar pautas, reprochar comportamientos, y puntualizar al menudeo cómo debe ser el desempeño de quien administra el poder.
Don Quijote y Sancho Panza son una pareja que los siglos no sepultará. Ellos son espíritu y materia, locura y equilibrio campesino, espejismo aéreo y aterrizada mesura. Mientras el uno todo lo sueña y blande la espada para respaldar sus fantasías, el otro es manzurrón y ladino, de lógica impecable. Sancho fue nombrado gobernador de la Ínsula Barataria. “Venga esa ínsula” es su respuesta. Quién iba a creer que persona de mente basta, de improviso surgiera como mandamás de un pequeño territorio en donde demostró tener talento para los juzgamientos. Obvio que tuvo maestro que lo aleccionó sobre los ritos que debe cumplir quien funge como autoridad, sobre lo que debe hacer y evitar, mostrándole los abismos de la condición humana, y la infaltable cordura para salir avante en todos sus empeños. Don Quijote lo instruye con un discurso pedagógico.
Sabio, ponderado y filosófico, el Caballero de la Triste Figura, separó las consideraciones sobre la justicia y los entendimientos que deben primar en el ejercicio del cargo, de las condiciones escénicas que van desde el acicalamiento personal hasta otros secundarios protocolos. Es risible el rosario de prescripciones. Le solicita “que seas limpio y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer” hasta la frugalidad en la mesa, la prudencia en el beber y el control de los eruptos. Las normas que predica Don Quijote tienen la dimensión de un ritual.
Napoleón utilizó el correo para, desde las trincheras, controlar el desempeño de sus ministros e impartir órdenes. También escribía para regañar, corregir, suscitar inquietudes, y fijarles pautas a quienes, encumbrados como reyes, hacían parte de su privilegiada familia. A los 28 años tenía la madurez de un estadista. Sus proclamas al ejército son incitativas, armadas en un lenguaje enérgico y esperanzador. Idolatraba a Josefina a quien le envía plegarias llorosas, redactadas con palabras cursis. No obstante estas comprensibles negatividades, en Napoleón resplandecen los destellos de un hombre superior. Sus mensajes son densos, visionarios e imperativos. Todos los temas le eran fáciles. A su hijastro Eugenio a quien había convertido en virrey de Italia a los 23 años, le envía varias cartas de una pedagogía asombrosa. Lo alecciona sobre su comportamiento ante sus ministros, recomendándole ser muy parco en los diálogos con ellos. “No toméis nunca la palabra en el Consejo; se os escucharía sin responderos, pero se vería en seguida que no estáis en condiciones de discutir un asunto. No se mide la capacidad de un príncipe que se calla; cuando habla, es preciso que tenga conciencia de una gran superioridad”.
¿Qué demuestra Napoleón? Un indeclinable cariño por los suyos. El poder lo entendía como una partija de gabelas para su apellido. Tenía la obsesión por incrustarse en las casas reales de Europa. Repudió a Josefina por no darle un descendiente, para casarse con María Luisa, hija del rey de Austria. Al hijo de este matrimonio lo enalteció, todavía en la cuna, consagrándolo como rey de Italia.
Las misivas para Eugenio, todas afectivas, son un vademécum de normas para el manejo de las relaciones con los súbditos; para José hay halagos y tiene especiales deferencias; a Luis y Jerónimo les envía misivas para reconvenirlos o para señalarles el camino a seguir; a Talleyrand y Fouché les precisa sus derroteros y a muchos generales aplaude o reprocha sus conductas. Téngase en cuenta que Napoleón era un mozalbete que no había cumplido 30 años cuando ya fijaba el destino de Francia con el talante de un Júpiter.
Teorizaba Don Quijote en sus consejos a Sancho por su carencia absoluta de experiencia. Era realista y sabio Napoleón porque dualizó, con maestría insuperable, los avatares de la guerra con la sindéresis para administrar.
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