Resulta bastante curioso como con el paso de los años la memoria nos empieza a faltar cuando pretendemos recordar hechos recientes, pero en relación a lo acaecido, o aún aprendido muchos años atrás, generalmente la conservamos casi intacta. Eso para buscar una disculpa, que es distinto a disculparse, lo cual de todos modos también aprovecho para hacer por no haberte remitido dentro de los tiempos que acostumbramos la misiva de rigor que, según me manifestaste alguna vez, te distrae y sirve de bálsamo en tu vida de anacoreta.
Dicen las fuentes que consultara años atrás que a pesar de no existir un registro del todo confiable que nos permitiera saber con certeza la fecha exacta en que se dio la primera Corrida de Toros en la antigua Santa Fe, algunos historiadores han sostenido que esta pudo haber sido organizada por Alfonso Luis de Lugo, quien además de empresario ocasional fue el primer ganadero del Nuevo Reino ya que trajo, vía Santa Marta, treinta vacas y dos toros "de casta" que pastaron por algún tiempo en la hoy llamada sabana de Bogotá y posteriormente fueron trasladados al Tolima, al paraje llamado Cerro Bermejo.
De lo que sí podemos estar relativamente seguros es que el primer espectáculo taurino que por esos pagos se montó, se dio en la segunda mitad del siglo XVI y la disculpa para "dar Toros" fue la de añadir cierta dosis de divertimento a la celebración con que se le dio la bienvenida a los dignatarios de la real Audiencia, cuando ésta se instaló por primera vez en Santa Fe.
Es bien sabido que parte de las tradiciones españolas, importadas al Nuevo Reino junto con la religión y la sífilis, rezaban que las corridas de Toros debían siempre hacer parte de las grandes conmemoraciones civiles y religiosas.
Pero mucho distaban los espectáculos taurinos que por esas calendas se programaban, tanto en la madre patria como en las Indias, con lo que hoy conocemos como una Corrida de Toros. Fue solo en el siglo XVII cuando la Fiesta inició un sendero ordenado, reglado y esquemático, quedando la lidia en manos, únicamente, de los diestros anunciados para la ocasión.
En sus inicios, la corrida de Toros se asemejaba más a lo que hoy conocemos como corralejas, vestigio estas también de nuestros ancestros españoles. Plazas construidas en madera y guadua, generalmente en el marco de la plaza principal, servían de escenario para el taurino espectáculo. Se soltaban "los fieros cornúpetas" para que los caballeros criollos, a lomo de briosos corceles, se enfrentaran a ellos, armados de lanzas, espadas o de cualquier otro elemento corto punzante que les permitiese herir al animal. A su vez "la plebe" envalentonada por la chicha, el guarapo y el aguardiente, se enfrentaba "de a pie" y "manta en ristre", o trapo, camisa o "chiro", a la muerte en forma de Toro, demostrando siempre más arrojo y valor que experticia, generalmente provistos de variados tipos de armas arrojadizas, que usaban tanto para su defensa personal cuando les era menester, como para lograr el "toricidio" final.
No fue Santa Fe ajena a los efectos de las prohibiciones eclesiásticas que sobre la "Gallarda Fiesta" recayeron en algunos desventurados momentos de su historia. Desde 1654 hasta 1708, año en que Don Diego Córdoba Lasso de la Vega restauró para los santafereños el espectáculo taurino, se vivió en abstinencia de… Toros. Solo entonces pudo, la a la sazón esa lóbrega aldea, volver a celebrar sus efemérides con las consabidas Corridas.
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Añadido: Que gran solidaridad han demostrado los ciudadanos de a pié con los damnificados por la tragedia invernal. Y desde aquí me pregunto: ¿Y los taurinos qué?
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