Ya he perdido la cuenta, pues no sé si ha sido en siete, ocho o nueve oportunidades, o sentencias para ser más exactos, que las Cortes han dicho y redicho, afirmado y reafirmado que el espectáculo taurino, de acuerdo a nuestra legislación, es una actividad protegida por la ley, que forma parte de nuestro patrimonio cultural, de nuestras costumbres y tradiciones y que por lo tanto como tal y como lo manda el ordenamiento jurídico que sobre el tema existe, debe ser respetado por el colectivo nacional, sea o no de su agrado.
Bien se preguntaban en estos días en un programa radial si es que las Altas Cortes no tenían más asuntos que estudiar que el relativo a la fiesta brava, ya que a cada rato había que difundir noticias sobre una nueva sentencia apoyando y defendiendo la actividad taurina.
La culpa realmente no es de las Cortes, que están obligadas a dar trámite a cualquier asunto que llegue a sus manos, sino de aquellos colombianos, parece que financiados por poderosas ONG internacionales, que se dedican a interponer demandas, recursos, pleitos, procesos o la figura jurídica que les pase por la mente, para volver sobre el mismo tema ya tratado, juzgado y fallado de manera requete definitiva, lo que solo genera un dañino desgaste y una gran pérdida de tiempo y dinero para la justicia colombiana. Priman sobre ellos las órdenes que reciben del extranjero por sobre su, inexistente parece, colombianidad. Malinchistas los llamarían si esto se diera en México.
Tanto estos personajillos como sus amos extranjeros, convertidos los primeros en fundamentalistas por aquello de que “poderoso consejero es don dinero”, van a tener que aceptar más temprano que tarde que tanto las batallas como las guerras se ganan y se pierden. Y en Colombia, así sigan, por un lado pataleando y entorpeciendo el buen desarrollo de la justicia y por otro buscando cómo dejar en la ruina a un numeroso núcleo de ciudadanos de los estratos menos favorecidos que derivan su sustento de las actividades gastronómicas, comerciales, lúdicas y profesionales que giran alrededor de la fiesta brava, en Colombia repito, la guerra la perdieron.
De esta última realidad expuesta se me ocurre que, llamando las cosas por su nombre, los antitaurinos que abogan por la desaparición de la fiesta en Colombia son en realidad los verdaderos enemigos de las clases humildes y trabajadoras que viven de las actividades informales que rodean el mundo de los toros. Qué horror. Qué triste realidad.
Añadido: Es impresionante la habilidad que poseen todos los funcionarios públicos, desde el de más alto rango hasta el más humilde agente de policía para enredar los temas y nunca contestar con claridad, verdad y precisión aquellas preguntas que requieren respuestas puntuales y que los pueden comprometer a ellos o a sus pares. Eso, supongo, es lo que llaman el “tapa-tapa”, que sin duda, aunado a otros “bellos vicios” oficiales, llevará al país a las garras del populismo barato… y dañino.
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