No somos hippies rezagados. Ni jóvenes, pero tampoco viejos. Tenemos entre cincuenta y setenta años y no somos como eran antes a nuestra edad, que eran ancianos. Somos una generación nueva, sin nombre, una franja social que no existía, como lo leí en Facebook en un escrito del señor Humberto Finol -que no tengo idea quién es- somos la primera generación de viejos que no tiene en su diccionario la palabra vejez. Algunos pensarán que lo que soy es cuchibarbie, pero se equivocan. No me disfrazo de adolescente, no lo soy ni así me siento y no quisiera serlo ni repetirlo. Mas bien voy por la vida de veinticinco, treinta y cinco, cuarenta, ya no sé qué es joven ni qué es vieja, todo depende de los años desde los que se mire. Me visto como se visten las de cincuenta. Las de hoy. Así, como nos da la gana. Jeans y tenis. Colores, flores. Sedas, faldas largas. Botines, faldas cortas. Bikinis. Sandalias planas. Botas. Shorts. Todo. Nos ponemos todo lo que nos haga sentir bien. Pocos tacones y blazers, pero también los usamos, depende de la ocasión. Y en ninguna ocasión nos sentimos viejas ni somos viejas porque no pensamos como viejas y por eso somos jóvenes.
Los hombres también, y no nos hemos dejado ganar de la tecnología. No nacimos con ella como los muchachos de ahora, pero tratamos de ir a la vanguardia y eso nos ayuda a no volvernos viejos. Vivimos actualizados. En lo que nos guste, moda, casas, carros, electrodomésticos, ciencia, comunicaciones, decoración, siempre sabemos qué es lo último, y muchos tenemos lo último y a otros no nos importa tenerlo. La carrera por el dinero se acaba y por eso empezamos a valorar el tiempo, y la pensión. Y cuando nos pensionamos no lo podemos creer porque nos sentimos jóvenes. Y queremos la pensioncita para empezar a trabajar en lo que nos gusta, porque tenemos ánimos y fuerzas para eso y mucho más.
Ya muy pocas nos templamos. Antes todas las señoras a los sesenta ya se habían hecho varias cirugías plásticas. Hoy hacemos ejercicio, comemos sano y preferimos todo lo natural. Nos hacemos tratamientos preventivos, cuidamos la piel con sábila, nos untamos aceite de coco en todas partes, nos desmaquillamos con aceite de oliva, probamos todo lo que sea natural, no invasivo y sin químicos. No nos ponemos caja de dientes, nos hacemos profilaxis cada seis meses. Así como le jalamos a la tecnología lo hacemos también con la quinoa, las semillas, los germinados y las ensaladas. Leemos los ingredientes de cada producto que consumimos. Queremos dejar el azúcar. A muchos nos gustan los animales y tenerlos para cuidarlos nos llena de buena energía. Nos encanta el contacto con la naturaleza, la relajación, las orquídeas, los paisajes, el mar, vamos siempre en busca de tranquilidad. Ya aprendimos a no hacer concesiones. No vamos donde no queremos. No estamos con quien no queremos estar. Ni nos comemos nada que no queramos comernos.
Por eso ya nos emborrachamos poco. Los químicos nos sientan cada día peor. Ya sabemos que una vida sana quita las bolsas en los ojos. Y sabemos que llorar las empeora. Por eso reímos, aunque sepamos que saca arrugas. Cuando se acerca el final se aprecian más las cosas sencillas de la vida, como una carcajada.
Esta nueva generación de la tercera edad que pregonó hacer el amor y no la guerra, que se liberó y se cuestionó, y que no existía, hoy existe, gracias a la vida, y a todas las revoluciones que ha librado. Y a que ahora lo podemos saber todo, porque ya se sabe todo. Los años, el tiempo, la ciencia y la tecnología que han ido de la mano con nosotros ya nos tienen en un punto en el que no hacemos presunciones. Todo lo que queramos saber, oír, hacer, conocer, viajar, ver, navegar, está aquí. En nuestra vida joven y sin tiempo, en nuestro tiempo joven como un libro abierto, de esos de antes.
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