Ya no quiero ser hombre. Puede que sea más fácil, pero no mejor. Y tal vez no sea tan sencillo. La verdad es que no debe ser nada fácil no saber dónde están las cosas en la casa de uno o si el verde militar sale con el vinotinto.
Es cierto que los hombres pasan más bueno -como dije en mi columna de hace ocho días- pues, por ejemplo, no los critican cuando se van solos a una fiesta y tampoco cuando salen de esa fiestaa acompañados. Pero hay algo que supera todas sus ventajas y que las mujeres podemos hacer, y es llorar cuando se nos da la gana ¡pobres hombres, con lo bueno que es llorar! Y nosotras podemos darnos ese lujo en cualquier parte. Como somos locas, podemos ser locas, y cuando ellos son locas los tildan de falta de hombría. Otra cosa que me parece terrible es no poder salir de compras y enloquecer de manera celestial hasta alcanzar la gloria con unos zapatos en descuento.
Lo otro que no es tan grave es esos miedos de las mujeres a los que me referí en mi columna anterior. Algunos hombres que la leyeron me comentaron que de todas maneras ellos también sienten miedo, que el miedo existe, decían. No dijeron a qué. Pero yo no cambio el miedo a una calle oscura y a que se pinche una llanta en una carretera solitaria por ese miedo aterrador que sienten los hombres de solo pensar en que no se les pare. Todo lo relacionado con esa vaina los hace sufrir mucho, los somete, los acompleja, los castiga, forma, mide, rige y no los deja vivir en paz. Qué responsabilidad tan grande debe ser tener que dominar lo indomable.
Pero eso no es lo peor, no saber vivir solo es peor que tener miedo a estar solo. Y los hombres, aunque no sea por miedo, aunque quieran y aunque insistan, no saben hacerlo. Después de que han vivido con una mujer parece que a ellos se les olvida valerse por sí mismos. Nos necesitan, como nosotros a ellos, y ahí empatamos.
Y a pesar de que pueden agarrar un carro y salir manejando sin compañía a donde quieran, el suyo es otro destino. Nosotras vamos despacito pero más seguras, y casi siempre vamos acompañadas de una amiga, o para donde una amiga. Algo que me hizo cambiar de opinión respecto a mi anterior escrito son las amigas, aunque no tengo muchas, pero me hace muy feliz tener algunas que me quieren. El próximo fin de semana me invitaron a un paseo con las del colegio, manizaleñas, espectaculares. Y ya sabemos todo lo que vamos a hacer, porque eso es todo lo que vamos a hacer. En paseos de amigas no hay sorpresas, nadie se emborracha y le da en la jeta a otro invitado, a nadie le da por irse en el carro a buscar mujeres a un burdel, nadie orina en los prados de la finca ni le da por montar a caballo ni mucho menos bañarse en calzoncillos en la piscina porque se le olvidó traer pantaloneta, ni nadie se va a echar borracho en la cama de otro a roncar. Qué pereza un paseo de hombres sin personal femenino. En cambio nosotras pasamos felices, tenemos mil temas que hablamos todas al tiempo, nos vamos divinas, con repuesto de vestido de baño y también de piyama, no tenemos necesidad de emborracharnos de esa manera torpe y masculina y bailamos entre nosotras y cantamos destempladas y nos estremecemos con la decoración de la casa y ese florero cundido de colores que emana vida desde una mesa, y hasta lloramos si queremos.
El almuerzo no va a ser asado y nadie se va a insolar, porque nosotras nos echamos bloqueador sin ninguna vergüenza. Tendremos deliciosas viandas que incluirán saludables ensaladas, con zanahoria, que tiene antioxidantes y betacaroteno. Y cuerpos bronceados al sol y la última moda en bikinis y todo lo que nos merecemos.
Pero a pesar de todo y de tanto, les digo lo que dice el poeta, sin distinción de género: ser hombre es estar siempre solo, y es difícil.
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