La historia de Malva Marina es la prueba. El hombre no deja de ser hombre.
Ahora entiendo por qué Neruda se cansaba de serlo, como lo dice en su poema Walking Around “Sucede que me canso de ser hombre” y también comprendo mejor que a los 19 años escribiera Farewell, que por ser de él y estar incluido en su primer libro, Crepusculario, todos lo hemos recitado con amor, sin querer aceptar que son las palabras de un cretino que se despide y se larga muy bonito.
No se puede negar que suena romántico eso de “Yo no lo quiero amada, para que nada nos amarre que no nos una nada” pero en el poema, publicado en 1923, apenas se vislumbraba el lado oscuro y muy negro de Neftalí Reyes -su verdadero nombre- porque tuvo que ser ese hombre, con nombre químico oloroso a Naftalina y forma de bola blanca que ahuyenta polillas, tuvo que ser él y no Neruda el que abandonó a su hijita Malva Marina Reyes. Pero así duela, es una realidad irrefutable que fue Pablo Neruda el que escribió “Desde el fondo de ti y arrodillado un niño triste como yo nos mira por esa vida que arderá en sus venas tendrían que amarrarse nuestras vidas por esas manos hijas de tus manos tendrían que matar las manos mías por sus ojos abiertos en la tierra veré en los tuyos lágrimas un día” para al final despedirse así de su amor: desde tu corazón me dice adiós un niño y yo le digo adiós.
No es propiamente el poema de un valiente ni mucho menos de un héroe… ahora lo sé. Son los versos de un hipócrita ¿De qué otra manera puedo llamar a un desalmado que escribió las más bonitas palabras de amor del siglo XX?
Ese niño que estaba esperando la mujer con la que Neruda no quería amarrar su vida no se supo si nació, pero Malva Marina sí. Su única hija conocida. De su primera esposa, la holandesa María Antonieta Hagenaar, Maruca, como él la llamaba. Una niña fruto del amor de un poeta. Una bebé a quien sin duda fue su padre el que le escogió ese poético nombre compuesto de sal y sol. Pero vino al mundo a sufrir.
Nació con hidrocefalia severa, en Madrid, en 1934, cuando Neruda ya escalaba la cima de la fama a sus 30 años. Para él fue un horror, y no podía permitir que la enfermedad de su hija opacara su éxito profesional. Ni él, que al parecer amó hasta lo que odió, ni sus ojos, que embellecían las cosas del mundo con solo mirarlas, pudieron ver con amor a esta pequeña Malva hecha de su sangre, esa con la que amaba a una mujer a sangre y fuego.
Neftalí las abandonó a las dos. Madre e hija. No quiso ni volver a nombrarlas. Fue tanta la pobreza en que las dejó que Maruca tuvo que entregar la niña a una pareja de holandeses para que la cuidaran, una afectuosa familia que la acogió hasta el día de su muerte en 1943, a los 8 años de edad. En una carta que le escribió a su amiga Sara Tornú, se refiere así a Malva Marina: “Mi hija, o lo que yo así denomino, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”. Biógrafos, críticos y especialistas afirman que lo del punto y coma hacía referencia a una cabeza grande y un cuerpo pequeño, pero yo creo que se refería a eso, a la ridiculez de un punto y coma, signo al que acude un escritor cuando no sabe si poner punto o coma; un adefesio.
Él se largó con la Argentina Delia del Carril, a quien después dejó por Matilde Urrutia. Y así fueron varias las abandonadas. Parece que también fue mal marido. Pero eso no importa. Lo de su hija Malva, sí convierte a Neftalí en un malva rido.
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