“Sé amable, pues cada persona con la que te cruzas está librando su ardua batalla”. Lo dijo Platón por allá en el año 370 a.C.
Y a mí me encanta esta frase. Me parece tan real, tan lógica y humana, tan sencilla y tan sabia. No hay que ser el maestro de Aristóteles para saberla cierta. Me gusta este llamado a la empatía universal porque nos hace solidarios, justos y compasivos. Nos lleva directamente al alma de las personas, a su esencia y humanidad, y eso nos hace mejores. Ser amable es sonreírle a la gente que se cruza en tu camino, es saludar y mirar a los ojos, dar las gracias. Cosas sencillas, mínimas, reglas elementales de educación que deberían ser ley. Pero también, ser amable, es todo lo demás. Ser amable con el prójimo es no dañarlo más de lo que está, y por el contrario, hacerle más amable la vida. Estos filósofos griegos querían abarcar todo y Platón seguro no se refería solo al saludo.
La frase después de la coma abarca la tragedia universal, y nos recuerda que todos los otros son iguales a nosotros y por eso hay que hacerles más amable la vida, para hacer más llevadera su tragedia de estar vivos, que es la misma nuestra, la de todos. Y no exagero en tragedias y batallas ni en la palabra “todos”. La vida es una tragedia, una enfermedad mortal, las batallas son las luchas diarias, y todos, somos todos. Nadie se escapa del dolor ni el sufrimiento, del destino, de la infamia ni del error o desacierto. Nadie es nadie. No hay familias súper felices, esos son cuentos, no hay éxito perfecto, no existe la calma sin tormenta.
Todos llevamos el alma herida y penas insufribles en el corazón. Todas las familias, las parejas, los hombres, mujeres, ricos y pobres cargamos un dolor y libramos batallas sin tiempo, sufrimos en silencio por los siglos de los siglos y desde el principio. Entenderlo de verdad desde los ojos de la esencia del universo nos hace mejores seres humanos. No quiere decir que cada uno tenga que cargar con el dolor del mundo a cuestas, pero sí se trata de comprensión y compasión. Que no es lastimear, tenerle pesar a alguien o a todos, creo que más bien es tener conciencia del dolor ajeno y eso es mejor que batallar unos contra otros.
Es mejor que juzgar, chismosear, agrandar un problema y regodearse en el mal que produce. No importa de qué tamaño sea el problema -hay problemas de todos los tamaños para todos los tamaños- se trata de respeto en cualquier caso. Y si el problema no es mi problema mi amable solidaridad es suficiente. No hablo, no opino. Desde el fondo de mí solo deseo lo mejor. Y así, irremediablemente, seré feliz. Por un rato, un día, una eternidad, tampoco importa, la felicidad existe, y es tan efímera como la vida. Y así es que siempre, todo pasa. Pasan las tragedias mayores y las menores, pasa la vida y habrá un mañana, donde todo será historia, el tiempo se lleva todo, aunque vendrán nuevas tragedias y nuevos sufrimientos. Y felicidades, las que hacen que sigamos, que podamos levantarnos y dimensionar el problema para no sufrir por lo que tiene solución pues es suficiente con lo irremediable.
Del muro de Facebook de mi lector y amigo Darío Londoño Serna, filósofo de la vida, recojo esta filosofía: “Una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla que ocurre en el interior de las personas: Hijo mío, la batalla es entre dos lobos dentro de todos nosotros. Uno es Malvado. Él es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, soberbia, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego. El otro es Bueno. Es alegría, paz amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, amistad, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe. El nieto lo meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo: ¿y qué lobo gana? El viejo Cherokee respondió: Aquel que tú alimentes”.
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