Otra vez llegó diciembre. Otra vez la misma cosa, todo el mundo a estar contento, dispuesto, generoso. Todos a comprar regalos, rezar novenas y comer buñuelos -no quiero ni mencionar la natilla porque me da rebote-. Pesebres, bolas, luces de colores, árboles de Navidad. Vienen los villancicos, las fiestas, los guayabos. Y otra vez hay que estar felices sin motivo.
A gastar plata se dijo. A empezar enero endeudados. A aguantarse las rumbas del vecino y a soportar estruendosos voladores que queman niños y asustan animales. A pedir deseos y hacer propósitos incumplidos y repetidos. A planear cenas frías que siempre son lo mismo. A tomarse selfies diarias para que todos vean qué felices somos. No puede faltar alguna fiestecita con los pobres y su regalito también para librarse de culpas, injusticias y desigualdades. Ni la misa para el perdón de los pecados. Tampoco falta el regalo para empleadas y porteros. Todos tan generosos, cordiales y bondadosos en diciembre, tan zalameros, lambones y bullosos.
Y blanditos. Diciembre lo pone blandito a uno, débil, vulnerable. Y es que también no faltan las personas víctimas de diciembre, que somos muchas. Hay que ver los hospitales, tuquios en diciembre. Las funerarias. Hasta las veterinarias. Todo pasa en este mes, accidentes, enfermedades, muertes. Ese afán por ser felices hace daño. Los solos están más solos. Los acompañados más acompañados. Los pobres más pobres y los ricos más ricos. Los tristes más tristes y los suicidas más dispuestos. Cualquier cosa produce llanto. Me llegó por chat un video de un abuelito que mientras arma el árbol recibe los mensajes de sus hijos que le dicen que no pueden ir a verlo la noche de Navidad. El viejo manda un sufragio a toda la familia informando su muerte, y todos llegan de luto al entierro. Cuando abren la puerta de la casa está la mesa servida y los regalos bajo el árbol de Navidad prendido. Sale el señor y ellos creen estar viendo un fantasma. Los nietos se abalanzan a sus brazos. Y él les pregunta ¿Esta es la única forma de reunirlos a todos?
Nosotros, las víctimas de diciembre, lloramos con ese video. Ya quisiéramos correr a abrazar a nuestro ser querido y que su fingida muerte nos diera una lección. Pero no, porque sigue muerto, aunque es diciembre sigue muerto. La única lección es que la ausencia es implacable, rotunda, y llena todos los espacios del alma. Y en diciembre es mucho más llenadora que natilla con buñuelos.
Por eso los dejo descansar de mí en estas fechas. No les voy a escribir más columnas decembrinas en las que digo que mi villancico favorito es Dame tu mujer José. No voy a contarles cómo fue que mi papá se murió de pasar bueno un diciembre hace tres años, ni voy a hablar del chucuchuco que sale por las esquinas, ni de los tiempos en que era feliz bailando Faltan cinco pa las doce con mi abuelita. Para qué, si ya no tengo papá ni abuelos ni creo en el niño dios. Para qué si todos los que no están, no están. Y además no tendré tiempo, me pienso dedicar a los que sí están.
Que el 2018 les traiga muchas discusiones políticas que no sirven para nada. Muchos goles que sufrir en el mundial. Muchos deseos de cambio que no cambian nada. Mucha paz en esos corazones que quieren pelear con todos los que no piensan igual. Que Colombia se recupere de la infamia son mis mejores deseos para el 2018 y que el placer de robar de nuestros gobernantes cambie algún día por el de servir, y que recuerden, gane el que gane, ya estamos jodidos.
Ahí les dejo su diciembre.
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