6 toros diarios 6. Durante 7 días. Son demasiados. 14.000 espectadores cada tarde no son nada. No tiene sentido humano torturar y matar casi cincuenta majestuosos animales para divertir a 98.000 pelagatos, que en realidad son los mismos 14.000 de cada tarde. Cometer esta barbarie y matarlos de esa manera salvaje después de castigarlos como si tuvieran la culpa de que 14.000 humanos insensibles acudan durante 7 tardes a deleitarse con su sangre en la arena, tiene que ser un pecado de los de Dios. Uno tras otro, salen divinos por esa puerta con su ingenuo despliegue de fuerza y poder, y uno a uno los humillan, someten y masacran hasta atravesarlos con una espada. ¡Cómo me duele pensar que a mí eso me gustaba! Siento esa espada fría que me atraviesa el alma y lágrimas inundan mis ojos como sangre derramada y corro a consentir a mis perritas para ver si puedo perdonarme con su ternura. Al acariciarlas tiemblo de solo imaginarme que alguien les clavara un afilado cuchillo desde lo alto de un caballo y luego unos tipos corrieran con impulso a clavarles puntillas en su lomo peludito y brillante, y después un matador les atravesara el cuerpo con su espada y ellas salieran arrastradas sobre su sangre por la arena de un circo que aplaude enardecido y dice que eso es arte.
¡Qué arte va a ser semejante salvajada! Los toros son seres sintientes y se enamoran de la luna. Y ese toro enamorao de la luna que abandona por las noches la mana es pintao de amapola y aceituna, y definitivamente no deberíamos matarlo así. Esos tres son más cobardes que valientes. Que nos guste la gracia, el salero, la marcha y el cachondeo no significa que tengamos que pagar por ir a ver matanzas inauditas contra lo más bello que hay en la tierra, que son los animales. Por lo menos al pueblo romano del siglo III le salía gratis ir al circo a ver los leones tragarse a los cristianos, y además allá les regalaban pan. Pero pagar esas sumas por ir a ver cómo tres hombres disfrazados de luces acaban con la imponencia deslumbrante de seis animales inteligentes y nobles ya no debería ser una entretención a estas alturas del siglo 21. Pan y circo para el pueblo en el año 2019. Y no deberíamos comérnoslos tampoco. Quién dijo que los animales están en el mundo para que nosotros los humanos nos los traguemos. Lo digo, sin ser vegetariana. Quisiera serlo pero me parece muy difícil, aunque más difícil va a ser cuando en unos años me sienta como ahora al pensar que me gustaba comer animales.
El mundo de los toros me encanta. El flamenco, una bota de manzanilla fría, el jerez y las tapas, el zapatiao, el baile y el cante, a quién no le va a gustar. Pero el mundo de los toros que más me gusta es cuando el mundo sea de ellos. Cuando sea verdad que los romeros de los bosques le besan la frente, las estrellas y luceros lo bañan de plata y el torito que es bravío y de casta valiente, abanicos de colores parecen sus patas. El mundo de los toros que me gusta es en el que estos sementales sean reyes hermosos que nadie torture, ni se coma, y vivan en un verde potrero lleno de vacas, que tampoco nadie mata ni encierra ni transporta ni comercia ni ordeña, y todos los seres que habitamos este minúsculo planeta que alberga vida, seamos felices en nuestra corta existencia. Así los humanos sigamos matándonos, comiéndonos vivos y ordeñándonos. Eso es más justo, devorarnos entre iguales. Como los gladiadores del circo romano que por orden del emperador se sacaban las tripas frente al público. Puede que algún día ellos, los toros, nos perdonen, y es casi seguro porque son nobles. O tal vez no. Y que me perdone mi padre desde el cielo. Y todos los que van a corrida y los que están listos para ver el mano a mano de la última de abono hoy en La Monumental, mi intención no es tirármeles el programa, pues esa fiesta no se las daña nadie porque al que no le importa, no le importa. Solo tengo una pregunta ¿Cómo puede no importarles?
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