Para aprovechar un autoproclamado “semestre sabático ad-honorem” me he desplazado con Livia a Europa, en cumplimiento de algunos propósitos académico-culturales, con enclave fundamental en la ciudad de Carlomagno. Y en el camino se ocurren cosas, incluso con aliento de lecturas recientes. Así, me ha gravitado una frase del filósofo Byung-Chul Han, coreano heideggereano, profesor en Berlín, después de haber leído con atención seis libros suyos, para un posterior ensayo; dice Han: “Lo bello no es un brillo momentáneo, sino seguir alumbrando en silencio” (en su obra: “La salvación de lo bello”). Y este caminar por la ventana de la cultura de Occidente, nos aviva los asombros por los hitos sucedidos desde la Grecia clásica. Y en ese mirar y meditar, nos surgen ocurrencias.
Cercanía de la dicha engalana el sentido del tiempo y en el abrebocas del silencio los gustos se suman a la penumbra. Cuando Eros marca el dominio de la dicha el tiempo se vuelve un remanso de esperas, a la suerte de algún destino que rubrique lo bello del arte.
Vidas en el subterfugio de los deseos enlazan sentimientos al alcance de la piel, en los suburbios del alma y claman en porfía con la garganta de las contiendas reprimidas. Vidas de soslayo en los augurios de clemencias enrarecidas, dilatan el sollozo que encubrió el solsticio en los labios por vericuetos de silencios, hasta calcinar en lo hondo la claridad de la piedra. Las vidas se ejercen a fuego y agua, en los espacios más sorpresivos.
Empiezan las palabras con seguimiento de ondas en especie de recomienzo por la cuesta de la vida, y el tiempo se divide en trazos de distancia desigual, entre curvas y tornados de travieso control. Las palabras tienen el secreto encanto del silencio, con lineamientos de sorpresa y vacíos elocuentes al dar pasos en la acometida de los retos. Todo recomenzar es un intento de salir de las madrigueras del olvido, con devaneos y circunloquios de incontrolable medida. En medio de la cuesta hay un mirar atrás entre nieblas que desdibujan lo acontecido.
Penuria de los desenvolvimientos del transitar por las calles, entre el desapego de un trajín de rutina con multitud de rostros mirándose al suelo, como si se tratara de un espejo. La penuria hace parte de la estrechez de miras provocada por lo incierto del camino, con lo melifluo de sonrisas, en un aire batiente que anega la mirada y hace constreñir los pensamientos. Se desenvuelve la vida con la ansiedad de unos primeros titubeos desasidos de razón. Lo supuesto es el fin.
Refugio de nieblas en montañas desvanecidas de historia, con lo oculto en las entrañas de candente desespero. Refugio en los silencios con apenas musitar en labios despojados de intención cualquiera. Refugio en multitudes ensordecidas por la desmesura, con apenas un nicho para la contención apresurada por la fatiga de lo inútil. Refugio en estos trazos que intentan decir lo indecible, puesto que no hay palabras para representar los contoneos de la niebla.
Ganancia de pescadores en lo cotidiano del quehacer subyace al deseo de romper fronteras para incursionar en lo lejano, sobrepuesto a la condición de aprendices. Rutinas en lo perseverante del compromiso conducen a buen puerto, siempre poblado de aventura. Sufrimientos se contraponen al deseo de conquistar aire, a costa de emolumentos reconstituidos al vacío. Y el tiempo pasa en un transcurrir sin compasión, al dejar en cada instante vapor de huella, ajeno a la permanencia de historias que el mismo aire diluye.
Se desenvuelve la vida en tramos de azar, con respiro de afugias y galardones de sentido en los puntos de quiebre. Tramos de ondulaciones y meandros demarcan aquella condición apegada a los pisos térmicos del espíritu. Cuelgan galardones en las paredes desvencijadas con la endeblez de lo ilegible, y la categoría de lo inútil marca de olvido lo irremediable. Razón tiene el tamiz del tiempo al proceder con frialdad en la encrucijada de los vaivenes.
Compás de espera en la encrucijada de los siglos despierta sentimientos favorables al olvido de huellas en los vendavales, y por suerte el contenido de las palabras estuvo de parte de la razón. Cualquier espera es una agonía con espasmos en el alma y reconvención por haber omitido el sabor de los tiempos, a la manera de expresión de las deidades taciturnas. Espera en el sosiego de pasos desvanecidos por la quimera que habita el alma de los peregrinos.
Rosa de los vientos en la quilla de entremeses y fortunas arredra el sonido de los pensamientos cautivos, y la vida sigue con el desgonce de procederes por caminos de presión e insularidad. En el frontispicio de las ilusiones el viento se arrellana con los cuatro puntos cardinales, para decir en silbos la canción de los tiempos, en notas ajenas al sentido que determinó la vida de los capullos en flor. La rosa en los encinares da testimonio de congruencia entre lo que fue y pudo haber sido.
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