En el saber tradicional suele decirse: “recordar es vivir”. Y el encuentro que tuvimos el pasado 1 de diciembre, con motivo de los cincuenta años de graduados, fue oportunidad para hacer memoria de nuestro tiempo de estudio en los claustros UN, cuyo desarrollo ha sido en verdad de asombro, en todos los campos, para la formación continua, de alto nivel, de sucesivas generaciones, procedentes de la región y de todo el país.
Nos correspondió vivir los años 60, convulsionados en el mundo, con acento en el agite universitario, y surgimiento en el país de la insurgencia armada, secuela de la guerra fratricida de finales de los 40 y en los 50. En 1964 nos anticipamos al mayo parisino del 68, con una huelga que conmovió la ciudad y reivindicó la necesidad de continuidad de la sede regional, en Manizales, de la Universidad Nacional de Colombia. En junio de aquel año se posesiona el rector José-Félix Patiño, quien se desempeñaba como Ministro de Salud en el gobierno de Guillermo-León Valencia. Personalidad joven de alto nivel científico y profesional médico, a quien le correspondió restablecer el funcionamiento pleno de la UN, conmocionada en especial en su sede central, y con visión estratégica y capacidad de diálogo emprender concertaciones con la dirigencia estudiantil, al punto que consiguió en dos años de gestión rectoral una reforma histórica recordada con su nombre: la “Reforma Patiño”.
Asumió, asimismo, la situación de nuestra Sede y acogió las demandas del estudiantado, procediendo a nombrar como Decano, en la Facultad de Ingeniería de aquella época, al Ingeniero de la Escuela de Minas (UN-Medellín) y Arquitecto de París, Alfonso Carvajal-Escobar, nombre propuesto por los huelguistas, quien asume el decanato en julio de aquel año (1964), al mes de posesionado el rector Patiño. De esa manera se dio continuidad a esta sede regional y se abrió un brillante proceso que hemos llamado de re-fundación, con dedicación total del “Decano Magnífico”. Se crea un ambiente cultural propicio al desarrollo integral, con el visionario Carvajal, al amparo de las políticas asombrosas del rector Patiño-Restrepo, con Marta Traba, su mano derecha en el agite cultural. Surgen programas académicos nuevos, con Topografía y Agrimensura (carrera intermedia), Administración de Empresas, en programas diurno y nocturno, las carreras de Arquitectura y de ingenierías Química, Industrial y Eléctrica. Nuevas edificaciones, con residencias para estudiantes, aulas de clase, cafetería y restaurante. Y el rescate asombroso de las instalaciones hoy remozadas de la antigua estación del cable aéreo Manizales-Mariquita. Carvajal solía pasar buen tiempo de la jornada en diálogo con los alumnos en mesa del cafetín. Se trató de una atmósfera comprensiva y estimulante.
Los estudiantes creamos, con Carvajal, el “Departamento de Extensión Cultural”, y desarrollamos intensa actividad en los campos de cine-club, talleres de fotografía, audiciones musicales, conferencias, teatro, coros, periódicos en mimeógrafo, programa radial los domingos, hasta conseguimos en 1966 la traída de la Orquesta Sinfónica de Colombia, con una semana cultural de asombro. Y el despliegue de actividades solidarias, altruistas, con las acciones comunales en barrios populares de la ciudad: Buenos Aires, El Topacio, Galán y el naciente Villa Julia. Modestísimos periódicos surgieron como “Rumbos” y “Gaceta Universitaria” que agitaron el pensamiento universitario y la vida en la cultura. En esa vibrante atmósfera se creó la “Revista Aleph” que continúa independiente a mi cargo, con 51 años de existencia y 183 ediciones, de producción trimestral, un testimonio palpitante de aquellos tiempos febriles, con impronta del desenvolvimiento institucional que prosigue hoy, no sin altibajos, bajo aquellas premisas inolvidables sembradas por esas personalidades egregias, Patiño-Restrepo y Carvajal-Escobar, y de los fundadores de 1948.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes, y nos encontramos para repasar nuestras caras, mirarnos a los ojos con el asombro de la vida y celebrar la existencia, con desarrollos inocultables, de aquella Escuela de Ingeniería en la que nos formamos.
Fuimos 17 los graduados, como ingenieros civiles, el 22 de diciembre de 1967, en programa intenso de seis años, y tres compañeros se nos fueron, sin decirnos adiós: Darío Jaramillo, Orlando Trejos y Hugo Marulanda. A ellos, nuestro recuerdo imperecedero. Y nos quedan en cercanía profesores de nuestro tiempo: Julio Robledo-Isaza, Jorge Manrique-Londoño, Óscar Castro-García, Jaime Guzmán-Mejía, Pablo Medina-Jaramillo y Carlos A. Valencia O. Los dos primeros de planta, de la generación de los fundadores. Personas, todas ellas, de excelencia en la vida profesional y ciudadana, con lecciones que nos ayudaron a ir por el camino con dedicación calificada en labores y capacidad de servicio. Reconocimiento y gratitud a ellos y a los que partieron, en especial a Armando Chaves-Agudelo, Luis-Ernesto Giraldo, Rodrigo Arango-Soto, Alfredo Robledo-Isaza, Jorge Ramírez-Giraldo, Gabriel Robledo-Villegas, Diego Villegas-Echeverry y Mario Spaggiari-Jaramillo.
Honores debemos a la UN, como miembros que somos de la “Generación Patiño-Restrepo/Carvajal-Escobar”.
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