La poesía es la expresión primera de la literatura. Su naturaleza está signada por la emoción y de pronto por el pensamiento. Puede considerársela como arte, al modo de la música o la plástica. Ocurrencia para referir el bello poemario, en contenido y forma editorial, de Guillermo Rendón (n. 1935): “Amor en tierra firme” (Ed. Instituto Bókkota de Altos Estudios, Manizales 2016), una selección de 39 poemas (1960-2015), ilustrado por el mágico pincel del pintor Ezequiel Gabrielli. El autor es músico de rigurosa formación, compositor de obra contemporánea en las modalidades sinfónica, de cámara, y para solista, con premios nacionales e internacionales, e interpretada en diversos países de Europa y América; Ph.D. en ciencias etnográficas, con aplicaciones a la investigación científica y a la creación artística, con extensa y calificada obra. Aúna de modo singular y emblemático ciencia, arte y humanismo.
Sus trabajos de investigación han tenido como aliada insustituible a su valiosa esposa, Anielka Gelemur, asimismo música y etnógrafa. En este campo ambos se dedicaron a investigar la expresión de comunidades indígenas en diversos lugares del territorio colombiano, con hallazgos e interpretaciones de gran valor. Productos de su trabajo, entre otros, son el descubrimiento y sistematización de la “lengua Umbra” y de la comunidad Kumba, destacada como descendiente directa de la cultura Quimbaya, además del rescate e interpretación de valiosos petroglifos.
El poemario en cuestión tiene sostenido tono lírico, con centro en el amor que surge del sentimiento profundo con apego a una vida compartida, con intensidad en los afectos y en el trabajo cotidiano. Canta desde el silencio a la geografía de montaña, a los lugares frecuentados, a la manera de fina expresión humana, con figuras metafóricas en vocabulario sencillo, rítmico, concatenado entre la palabra y el propósito. Vuela en las alas del cóndor, danza en el plenilunio al amparo de la sombra amada, percibe el naufragio de la luz, se entrega entre manos de nardo y azucena, en la condición de árbol y a la vez tierra, tierra en contextura y soñada. El Sol y las estrellas le dan amparo, aún sobre el regazo acogedor de un prado.
Rendón, en tanto músico, acude a la palabra en busca de sonido rítmico, con expresión de sentido desde la intimidad de la soledad y el silencio. Su poesía tiene el encanto de poder ser disfrutada en voz alta, como diciendo a otros en la intimidad o en audiencia pública, el sentimiento desprendido de un espíritu anhelante.
Como paseante de ciudades por el mundo, encuentra en algunas de ellas el vagar de la bruma y la niebla, para acudir también al sollozo y al canto, en la evocación de la amada y de los primeros besos en lunación. A ella la aprecia en todas las formas y actitudes, y en particular cuando al alba siente vibrar el aire con las notas del piano en majestad, e interpreta en esa música la meditación del agua, la caravana de estrellas al despedirse en el despunte del día, acompasada con los arrullos de las tórtolas en el tejado. El aire le sonríe, en medio del agite de los relojes, a la vez que sentirse “navegante de sueños y olvidos/ naufragios, cataclismos,/ pupilas solitarias.”
En su poesía no faltan los referentes del campo, en flores, en árboles y cosechas, con el deambular de las hojas mecidas por el viento. La morera, el maíz, la cebada,… las petunias, los geranios, la rosaleda, los claveles,… el panal de miel,… el árbol de amparo, con el eco en el espíritu de la voz del padre campesino que le observa caminar rápido y triste en la niñez, con llamado a la sobriedad, esa que le ha caracterizado de por vida. Percibe las tardes en sonrojo al declinar el Sol, con paso a la noche, aquella que está bordada de lentejuelas, desplegadas en especie de “retablo de cristal y pedrería”, expresión simbólica de apreciar.
Sus amplios conocimientos en la historia de la cultura y en particular de comunidades ancestrales, portadoras del saber en nuestra América, no los utiliza para hacer derroche de erudición. Apenas si se observan con discreción al aludir a Eratóstenes, a Heráclito de Éfeso, o Artemisa en su delirio, o a Van Gogh en su tumba, o a los aztecas en su calendario solar… La palabra del poeta-artista-científico es el sedimento de su conocimiento, especie de gracia, con tamices de sabiduría y belleza.
Saltan en los poemas figuras de esplendor metafórico como cuando expresa: “Presente es el siglo que cabalga/ en un rayo de luz”, o “La eternidad es agujero negro”, o cuando dice “Todo es verde acuático, tibio y transparente/ Todo es reposo, protección y goce”, en un sentido de discreto optimismo frente a la vida, en la compañía de la amada. O al sentir que “Estrepitosamente la marea vierte/ su cascada de rosas en la arena”. O cuando siente la soledad al desprenderse de muy joven del terruño, para incursionar en otras tierras para la formación superior: “En la distancia/ el agua pura/ tiene el mismo sabor/ de la salmuera”, y desde lejos observa el mapamundi de su propio cuerpo en soledad amurallada.
Hermoso libro que descubre al poeta sustantivo que es el maestro Guillermo Rendón G.
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